Para mentir, tal y como lo hacemos los adultos, nos explica Alejandro Arias, psicólogo de Mundopsicologos.com, “se requiere que el cerebro haya ido adquiriendo diversas capacidades a lo largo de las diferentes etapas del desarrollo infantil ”. Por tanto, es un fenómeno complejo con numerosos matices que puede tener graves consecuencias emocionales si no les ponemos remedio en cuanto aparecen. Porque, como nos explica el experto, “es innegable que la mentira puede traer consigo ciertas ventajas a corto plazo, pero mentir no debe entenderse como un mecanismo válido de avanzar en la vida”. Un uso excesivo de ellas, sobre todo a largo plazo, tiene consecuencias numerosas y graves. Entre ellas, emociones recurrentes como la frustración o la ansiedad . Sobre cómo y por qué aparece una mentira, a qué edad y qué consecuencias tiene hemos querido hablar con él.
Una mentira, ¿qué es y cuándo comienzan?
La mentira puede definirse, nos dice el psicólogo, “como la afirmación de algo que se sabe que no es verdad”. Es una conducta, desgraciadamente bastante habitual que, en mayor o menor medida, todos utilizamos en nuestra vida. Sin embargo, no todas las mentiras son iguales ni igual de graves. Así, nos explica, estas pueden diferir:
- En cuanto al nivel de complejidad.
- La intención que las dirige.
- Las causas que hay detrás.
- Incluso, si la mentira es hacia los demás o hacia uno mismo.
Las primeras mentiras, nos dice, “se pueden observar sobre los dos o tres años de edad, aunque no exista todavía una clara intencionalidad, y será, con el paso de los años, cuando adquieran complejidad en todos los sentidos”.
Niños y adultos mentimos, ¿cuáles son los motivos?
Para mentir, existen muchas razones. Algunas de ellas son, por ejemplo:
- Aumentar la probabilidad de alcanzar ciertos objetivos.
- Para evitar situaciones que no queremos afrontar.
- Para no recibir un juicio negativo o el rechazo ajeno.
- Para dar una imagen mejorada de uno mismo.
- Para obtener la aprobación de nuestros padres o de cualquier otra persona, como un amigo.
- Incluso, hay otra razón con muy buena intención, que es la de no hacer daño a otra persona con la verdad.
A todas estas razones, se les une una más, la de las mentiras que comentemos hacia uno mismo, “lo que llamamos autoengaños, que podrían entenderse como un mecanismo defensivo de nuestra mente para proteger nuestra autoestima”. Por tanto, lo que vemos común a todas ellas “es la ventaja que adquirimos a corto plazo”.
En el caso de los niños, sus razones principales siguen el mismo hilo que respecto a los adultos, pero de una forma adaptada a su desarrollo, como “obtener determinados objetos o recompensas y evitar un castigo o consecuencia negativa por parte de los padres”. Poco a poco y conforme vayan observando el éxito o fracaso de sus mentiras, nos explica, “irán aprendiendo y regulando su uso, llegando a su utilización como un adulto”. De ahí, nos advierte, “la importancia de no pensar que las mentiras pueden desaparecer por sí solas, pues si tiene éxito, aumenta su probabilidad de aparición en el futuro”.
Otras variables que pueden favorecer el uso excesivo de mentiras en niños son:
- Una baja autoestima .
- La necesidad de aprobación ajena.
- Variables de personalidad como el egoísmo.
- La presencia de alguna patología mental.
En estos casos, nos dice, “debe valorarse bien, pues las mentiras vienen impulsadas por algún motivo más profundo que no debe ser ignorado y debe trabajarse”. Además, también es importante destacar la influencia de la educación recibida. El experto nos pone un ejemplo: “si hemos sido criados con padres que abusan del castigo o de la dureza, podemos tener hijos que quieren esconderse de sus errores y malos actos, para lo que utilizan la mentira. Y, al contrario. Haber sido criados bajo unos valores de logro excesivos o bajo unas expectativas ajenas difíciles de cumplir y, por tanto, se quieren ocultar los fracasos”.
La primera mentira de un niño carece de intencionalidad
Alrededor de los dos o tres años, cualquier niño puede comenzar a realizar sus primeras mentiras. Aunque, nos apunta el experto, “estas carecen de una intencionalidad clara y, en la mayoría de los casos, se pueden explicar más bien como parte de un juego o, incluso, de una equivocación”. Poco a poco y con el paso de los años, sí que se van desarrollando algunas capacidades que las facilitan, “como es el lenguaje, el pensamiento abstracto y la teoría de la mente (entendida como la capacidad de atribuir pensamientos e intenciones a otras personas)”. Es así, gradualmente, con esa maduración cerebral, “como van consiguiendo elaborar construcciones ficticias cada vez más complejas”.
Por tanto, un niño demasiado pequeño no puede mentir porque “no dispone de un cierto nivel de lenguaje (nuestros razonamientos se basan en él) o de la capacidad de construir escenarios abstractos”. Además, no son capaces de elaborar una intencionalidad concreta o “de ir viajando entre sus propia mente y la del interlocutor para adaptarse al discurso y a la mente del otro”.
Ahora bien, nos plantea el experto una pregunta: ¿las primeras mentiras son malas? “Al contrario, son naturales y forman parte del desarrollo normal del niño”. Por ello, no hay que enfadarse o angustiarse, sino que cuando las detectemos, debemos tratarlas con cariño y con prácticas positivas para corregirlas, “ofreciendo a nuestros hijos alternativas para no tener que mentir”. Debemos guiarlos y enseñarlos. “La prevención es fundamental porque, si no, irán inevitablemente a más”.
Mentir puede convertirse en afición
Como hemos visto anteriormente, si no ponemos remedio a una mentira, puede ser que nuestros hijos comiencen a mentir una y otra vez. De hecho, nos explica el experto, “cualquier comportamiento que trae consigo consecuencias positivas tiende a repetirse”. Esto ocurre cuando se consiguen los objetivos y se repite con frecuencia. De hecho, en un adulto, “una persona que no haya reflexionado ampliamente sobre los valores positivos que hay detrás la sinceridad, y que al conseguir sus objetivos dirija sus conductas hacia ello más que hacia un estilo de vida honesto y ético, es difícil que deje de mentir”.
Del mismo modo, si ante la presencia de mentiras, sobre todo en edades tempranas, “ocurren consecuencias negativas en el entorno y, al mismo tiempo, se ofrecen alternativas válidas, las mentiras tenderán a desaparecer gradualmente”. De ahí, la gran importancia por parte de los padres de identificarlas, corregirlas y dar alternativas. Hay que hacerles ver las consecuencias de sus mentiras. Muchas de estas consecuencias pueden ser emocionales para el que miente, “aunque todo depende de la personalidad de cada niño, de su autoestima y de sus valores”.
A corto plazo, el hecho de mentir “puede producir sentimientos de poder, al conseguir engañar al otro y lograr los objetivos propuestos”, mientras que para otras personas, aunque sea exitoso “puede suponer para muchos un conflicto interno al haber hecho algo incongruente con los propios valores éticos y, por tanto, generar emociones negativas”. Por ello, todo depende de la personalidad del niño. Ahora bien, al margen de los sentimientos que generan, “la mente adora los hábitos y el uso continuado de las mentiras a lo largo de los años puede acabar volviéndose crónico y excesivamente difícil de retirar en el futuro”.
Consecuencias emocionales de una mentira
“Las emociones que acompañan a las mentiras son recurrentes y muy molestas, como la frustración o el sentimiento de impotencia cuando no se logra la adquisición de la credibilidad buscada o, incluso, se obtiene rechazo”, nos explica el experto. Cuando un niño se acostumbra a mentir, “justifica este acto, le quita importancia”, por lo que las consecuencias negativas de ello, como puede ser la pérdida de un amigo, les parece injusto y “se empeñan en encontrar formas más eficaces de mentir”. No se plantean otras alternativas.
Además de estos dos sentimientos (frustración e impotencia), existen otras consecuencias emocionales importantes:
- Miedo y ansiedad, que aparece con la posibilidad de ser descubierto y recibir las consecuencias.
- Sufrimiento, pues generalmente suele haber errores y despistes, el niño se siente obligado a elaborar nuevas mentiras para tapar las primeras y entra en bucle.
- Impiden desarrollar el autoconocimiento y la autoestima adecuadamente.
- Dificultan mantener las amistades creadas mendieta el engaño. De hecho, se rompen relaciones.
- Se oculta la versión real y auténtica de uno mismo, haciéndoles vivir como impostores.