Hace unos años, hablar de suicidio en un medio de comunicación estaba prohibido . Históricamente, nos explica Emma Vallespinós, periodista y guionista en La Cadena Ser, “se tenía la idea de que hacerlo podría llegar a incrementar los casos”. Se ha demostrado que esto no es así. Es cierto que no hace falta caer en el amarillismo y entrar en detalles, pero “todos los expertos coinciden en la importancia de dar visibilidad a una realidad que existe y, cuando una persona comienza a tener pensamientos suicidas, sepa dónde acudir y no sentir vergüenza porque es el único que se siente así ”.
Unos expertos que aseguran, por fin, que cada vez se mira más de frente a la salud mental en España. Afortunadamente, nos cuentan, “esta evolución también permite abordar temas gravísimos de salud pública como es el suicidio” que, en nuestro país, ya supone la primera causa de muerte no natural en el grupo de edad de entre los 15 y los 29 años. De hecho, a raíz de la pandemia, se ha disparado entre un 200% y un 250%, tal como recoge la Revista Adiós, publicación editada por Funespaña. Una organización que se ha comprometido con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y ha creado una serie documental sobre el suicidio, poniendo el foco en el colectivo juvenil y adolescente que fallece por causas externas, en la mayoría de los casos por accidentes, suicidios y lesiones autoinfligidas.
La salud mental, un problema que se dispara en Urgencias
La Dra. Isabel Ferriz, pediatra y participante de la campaña, nos dice que “los casos de salud mental se han multiplicado de una manera exponencial a raíz de todo lo vivido estos últimos años”. La causa, nos dice, es diversa: no han sabido gestionar sus emociones o cómo encajar lo que ha sucedido, han estado muy solos, sin ir al colegio, sin realizar las actividades que les gusta o relacionarse con las personas de su entorno. Y ahora, sin embargo, “ya no hacen las cosas en familia, sino que se deben exponer a las miradas de otros”. A raíz de esto, nos dice, “se están disparando las urgencias psiquiátricas y las consultas en pediatría por este tema”.
La adolescencia es una edad muy importante en la que tenemos que compartir, vivir y sentir con lo que consideramos nuestros iguales. “Nuestros padres, en esta etapa, ya no son tan referentes como antes, ahora lo son los amigos. Y, estos chicos, nos dice, “se han quedado un año totalmente en blanco”. Al ser tan vulnerables, ni son capaces de superar ese año ni saben cómo afrontar el ahora, con lo que se ha llegado “a un boom de trastornos de la conducta alimenticia, de frustración, de ansiedad, las agresiones autolíticas, ideas de suicidio e, incluso, autoagresiones. Son cosas que vemos todos los días”.
Un hecho que corrobora Pedro Cabezuelo, psicólogo y también participante de esta serie documental, quien afirma que “muchos jóvenes lo han pasado verdaderamente mal y que esto es solo el principio de esas consecuencias psicológicas que nos ha dejado la pandemia”. Aunque, bien es cierto, el suicidio es uno de los efectos inesperados más alarmante. ¿Por qué? Porque estamos escasos de recursos para prevenirlo.
Por qué es tan importante hablar del suicidio
“Los niños tienen una capacidad de entender brutal”, nos dice el psicólogo, y no aprenden solo por lo que se dice, “sino por lo que se expresa emocionalmente, con esas famosas neuronas espejos que tienen”. Y la información que les damos, no solo la utilizan para imitar o aprender conductas, sino que con ella “son hasta capaces de anticipar emociones e intenciones de los demás”. Por lo tanto, hablar con ellos es fundamental para su salud mental, en el presente y en el futuro.
Patricia Gutiérrez, psicóloga y colaboradora de Funespaña, va un paso más allá y recomienda trabajar esta comunicación, no solo en las familias, sino también en los centros escolares. Es decir, “lo que sería la familia nuclear y extensa, con las figuras de referencia afectiva que tienen mucha importancia en la crianza”, nos explica. La culpa no es de los niños, ni tampoco la responsabilidad. Porque, como ella también afirma, “los niños que sufren mucho no hablan de lo mal que están”. Podemos pensar que es todo lo contrario, pero en realidad lo que podemos ver son síntomas: decae su estado de ánimo, no participa en las reuniones familiares, está ausente cuando se junta con más gente y, algo innegable, baja su rendimiento escolar. Por tanto, nos dice, “los niños no van a verbalizar el problema, tenemos que ser nosotros”. Y nos explica por qué.
¿Qué sienten los niños y adolescentes que sufren y no verbalizan qué les ocurre? ¿Por qué no lo hacen?
El mundo emocional de los menores que sufren es complejo. Solemos atribuir, desde la mirada adulta, que su mundo es más sencillo, puesto que no tienen que enfrentarse a grandes problemas, a situaciones difíciles o toma de decisiones desde posiciones de adversidad. Pero la realidad es que sus problemas son proporcionales a su contexto y edad, lo que quiere decir es que sufren tanto o más como los adultos.
Está claro que el contenido de los problemas es diferente, pero la lectura emocional que realizan de los mismos es similar a la de cualquier adulto que no tiene la capacidad de poner en marcha herramientas para la regulación emocional, sienten con la misma intensidad, con el mismo dolor y con la misma desesperanza. Así que, los menores que sufren con alta intensidad emocional sienten una mezcla de emociones: desesperanza, tristeza, soledad, impotencia, rabia, frustración, fracaso o culpa. Es precisamente esta mezcolanza la que hace difícil su verbalización, ya que es complejo comunicar lo que nos sucede si primero no somos capaces de identificarlo y traducirlo en necesidad. Además, muchas veces no quieren preocupar a sus familiares y amigos, así que piensan que son ellos mismos quienes deben solucionar sus problemas. Son incapaces de compartir este contenido emocional.
¿Somos los padres ‘la primera línea de defensa’?
La familia somos el soporte de protección natural, pero no siempre como padres y madres llegamos a dimensionar el malestar en nuestros hijos, en ocasiones por miedo, otras por sentimientos de culpa y otras por inadvertir las necesidades reales que tienen. Si verdaderamente queremos ser un apoyo y soporte emocional para nuestros hijos, debemos hacer un ejercicio de mayor observación para detectar qué ha dejado de hacer o qué hábitos nuevos está poniendo en marcha nuestro hijo. De esta forma, puedes establecer con él o ella estructuras de comunicación, que es el mayor factor de protección que podemos establecer con los menores, a pesar de que no siempre estén receptivos, es crucial que nos observen implicados, observadores y pacientes con sus tiempos.
Y en los centros educativos, ¿podemos confiar también algo así?
Los centros educativos forman parte del tejido social-comunitario de nuestros hijos y no solo debemos confiar en ellos, sino establecer una relación de apoyo mutuo. Los docentes y las direcciones escolares velan por el bienestar emocional de nuestros hijos, observan comportamientos cotidianos en un ámbito donde los padres no alcanzamos a ver y es, desde aquí, de donde debemos partir: familias y centros escolares forman parte de la comunidad educativa para tener una mirada completa de los niños y adolescentes. Así, en cuanto notemos una alteración en hábitos, gustos o verbalizaciones, lo que hay que hacer es coordinar una reunión con los tutores académicos para contrastar la información.
Entonces, ¿cómo les ayudamos nosotros y cómo procedemos a pedir ayuda?
Acompañar a nuestros hijos en una situación de alto sufrimiento pasa por no juzgar aquello que sienten, cómo lo sienten y el motivo por el que lo sienten. Hablamos al principio de la mirada adulta, pero como familia nos toca afinar esta mirada para adaptarla siempre a sus necesidades, dándole un mensaje de apoyo y unidad en todo momento: “no estás solo, ahora estás sufriendo porque no sabes cómo solucionar algo que te inquieta, pero estamos a tu lado para lo que necesites, buscaremos soluciones juntos”. Este tipo de mensajes le darán algo de tranquilidad a su nivel de desasosiego. No estamos solucionando lo que le ha provocado el alto malestar, pero no juzgamos y acompañamos, dos variables clave para acompañar a los niños y jóvenes en una situación de alto sufrimiento.
Y, por último, es importante que las familias sepan que pedir ayuda profesional no es fracasar, al revés, es una medida proteccionista para nuestros hijos, para los que queremos lo mejor y la ayuda psicológica le ayudará a poner en marcha recursos de gestión emocional, resiliencia y herramientas para afrontar un problema.