Seguramente te suene que un alimento como la miel esté prohibido en los menores de un año y, no por su cantidad de azúcares solo, sino por la posibilidad de contraer botulismo. Pero, quizás te preguntes, ¿qué es el botulismo? “El botulismo es una enfermedad muy infrecuente que afecta, por ejemplo, a menos de 100 niños cada año en Estados Unidos. En España, se han descrito casos esporádicos. Se debe a una sustancia nociva producida por una bacteria (generalmente Clostridium botulinum). Dicha sustancia se conoce como toxina botulínica”, explica el doctor Roi Piñeiro Pérez, miembro del Comité de Medicamentos de la AEP y coordinador del Pediamécum.
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Efectivamente, la toxina botulínica es conocida hoy en día por ser utilizada en muchos tipos de tratamientos, “pues administrada de una forma controlada tiene unas aplicaciones en medicina”. Sin embargo, el doctor nos dice que la importancia de esta enfermedad radica en “la gravedad del cuadro clínico que es especialmente mortal”.
Cuáles son los síntomas del botulismo
“La toxina botulínica bloquea la liberación de acetilcolina en las terminales presinápticas de la unión neuromuscular y del sistema nervioso autónomo”, lo que quiere decir que afecta al sistema nervioso del organismo causando una parálisis muscular progresiva, simétrica y descendente. “Los síntomas se inician generalmente a las 18 -36 horas de ingerir el alimento contaminado. La debilidad muscular comienza en la parte superior del cuerpo, pudiendo aparecer visión doble o borrosa, párpados caídos, dificultad para hablar o tragar o sequedad en la boca. Posteriormente la parálisis muscular afecta a los músculos de las extremidades y también del tronco, incluyendo los respiratorios, y es ahí cuando la enfermedad se vuelve más peligrosa al impedir la respiración normal”, señala el doctor.
Cuando el botulismo afecta a los niños más pequeños y lactantes, su diagnóstico se hace más difícil y, por tanto, su pronóstico es peor. Esto es así debido a que los síntomas en los bebés “pueden pasar desapercibidos, pues pueden presentar solo falta de apetito, estreñimiento o llanto débil”, indica el Dr. Piñeiro.
¿Por qué debemos tener especial cuidado con la alimentación?
Como decíamos, la miel es uno de los productos en los que se puede encontrar esta toxina, pero no el único, ya que los alimentos en conserva envasados, preservados o fermentados en casa de manera inadecuada también pueden desarrollar Clostridium botulinum. En general, “los alimentos con bajo contenido de ácido son los que más se relacionan con el botulismo. Incluyen la mayoría de las verduras (como espárragos, remolacha o maíz), algunas frutas (como algunos tomates e higos), leche y todo tipo de carne, pescado y mariscos. El envasado a presión es el único método recomendado para conservar estos alimentos”.
Pero es que, además, existe otro problema añadido y es que la presencia de dicha toxina no modifica “las características organolépticas de los alimentos, es decir, no se puede ver, oler ni percibir por los sentidos de la vista, olfato y gusto”, dice el doctor. Por tanto, una forma de detectar posibles alimentos en mal estado por esta causa, es examinar el recipiente donde van envasados, y si tiene “fugas, está abultado, dañado, agrietado o hinchado, o presenta espuma al abrirlo, ante la duda, siempre será mejor no consumirlo”, aconseja el doctor. Y es que, “como en todas las enfermedades, en el botulismo siempre es mejor prevenir que curar. Así que si tienes dudas con cualquier alimento envasado, no lo consumas”, sentencia.
¿Cuál es el tratamiento?
El tratamiento para esta enfermedad es un tanto peculiar ya que “existe una inmunoglobulina humana específica que consigue neutralizar la toxina botulínica que circula en la sangre, pero no tiene ningún efecto sobre la toxina que ya está dañando la unión neuromuscular. Es decir, el tratamiento no revierte de forma inmediata los síntomas que ya han aparecido”, advierte el doctor. Por tanto, aquellos pacientes que ya tienen botulismo, generalmente, “requieren del ingreso en cuidados intensivos, que suelen prolongarse entre uno y dos meses, y un tratamiento de soporte”.
Un diagnóstico tardío o un tratamiento que se haya administrado cuando los músculos respiratorios ya han sido afectados, puede tener consecuencias muy graves como incluso, “el fallecimiento por insuficiencia respiratoria ”. Y en el caso de los niños, como decíamos, es más difícil su diagnóstico y como consecuencia de ello, que empeore su pronóstico, pero “entre los supervivientes, las secuelas no son habituales, ya que habitualmente el organismo es capaz de regenerar los daños que se han producido en el sistema nervioso. En esto caso, serán los niños los que regeneren mejor estos tejidos y en los que el porcentaje de secuelas será menor”, finaliza el Dr. Piñeiro.