Practicar la educación en positivo es una de las tendencias actuales entre los padres que buscan dejar de lado la crianza tradicional, en la que quizás había demasiados gritos y menos comunicación, y priorizar el entendimiento, el apego y la empatía con los más pequeños . Pero, como todo, sin información, podemos no llegar a encontrar la forma correcta de llevarla a cabo. La clave de saber cómo educar en positivo es “lograr un equilibrio entre la firmeza y la amabilidad a la hora de gestionar los conflictos con nuestros hijos”, asegura Marie Chetrit, doctora en Ciencias, investigadora, madre y autora del recién publicado libro Practicar la educación positiva (Zenith).
En esta forma de educar, se ofrece bastante libertad a los niños, pero muchos padres pueden malinterpretar el concepto de libertad y creer que “esa actitud positiva para la crianza es sinónimo de no poner límites a los niños”. Y este puede ser el primer error de muchos si no entendemos bien en qué consiste. Por eso, hemos querido saber, de la mano de esta escritora y columnista que en Francia ya cosecha miles y miles de fieles lectores, cuáles son los errores más comunes si no nos informamos bien.
Principios básicos de la educación en positivo
“Existen tantas definiciones de la educación positiva como autores e intérpretes de este método educativo”, nos dice Marie Chetrit. Además de satisfacer las necesidades básicas de un niño (como puede ser el alimento diario), esta disciplina se basa, sobre todo, en una comunicación no violenta. Fue planteada por dos psiquiatras austriacos, Aldred Adler y Rudolf Dreikurs, que se basaron en sus estudios de psicoterapia para comprender que lo importante, en los primeros años de vida de un niño, “era cultivar el sentido de comunidad para desarrollar una buena autoestima y confiar en sus capacidades”. Para ello, nos dice la autora, desarrollaron los principios adlerianos, que son:
- Todos tienen derecho al respeto.
- Todos necesitan sentir que pertenecen a un grupo y contribuir al bienestar de ese grupo.
- Todos necesitan ser animados para progresar.
- Todo comportamiento tiene una razón de ser.
A priori, estos principios nos parecen válidos y así lo son. Sin embargo, no pueden ser la moneda de justificación para aceptar todos los comportamientos de nuestros hijos y educar sin límites. De hecho, pueden hacer que nos confundamos. Por ejemplo, ¿significa el ser animados a progresar que mis hijos, si hacen algo bien, deben obtener una recompensa en forma de regalo? Marie Chetrit identifica varios de estos errores para que no caigamos en ellos.
“La educación en positivo está sobrevalorada”
En teoría, nos dice la autora, “todos soñamos con la parentalidad positiva”. Es decir, vivir cada día sin enfrentamientos ni gritos, sin la existencia de castigos. Una teoría muy bonita que nos promete una vida familiar en armonía, con alegría y felicidad en todos y cada uno de los rincones de la casa. Pero, en realidad, esto no existe. Nos pensamos, dice la autora, “que basta con seguir las instrucciones de la educación en positivo al pie de la letra para que todo nos funcione en la vida real”.
La autora, que en sus investigaciones ha utilizado mucho las redes sociales, afirma que ha podido leer numerosos testimonios de padres desmoralizados ante las reacciones de sus hijos, que distan mucho de estar descritas en los manuales de educación positiva. “En ellos se nos recomienda anticiparnos y advertir al niño de lo que vendrá después, de lo que tiene que hacer para colaborar y, aún así, hay rabietas y reacciones violentas”. La diferencia entre la teoría y la práctica es considerable.
Y este es el error principal que todos cometemos: las expectativas. “No tenemos ocho brazos ni cinco cerebros”, nos puntualiza la autora, “¿cómo hacer cuando, por ejemplo, hay varios niños que te reclaman al mismo tiempo, hay que lidiar con el trabajo y con la organización de la casa? Esta es la aplastante realidad”. Es completamente normal que se sientan culpables, que se desanimen y que crean que ellos no pueden seguir con la educación en positivo. Y es que, en la mayoría de las ocasiones, “la parentalidad positiva saca a relucir padres tranquilos que aguantan todas las emociones de sus hijos, les dejan expresar absolutamente todo y se aseguran de obtener el consentimiento del niño para cualquier acto”. El progenitor, nos dice, aparece por tanto como “un supercoach capaz de gestionar con perspectiva todas las relaciones conflictivas con un niño”. Por tanto, esta brecha inmensa entre teoría y realidad es lo que debes asumir si no quieres cometer tu primer error.
Autoridad frente a un autoritarismo absoluto
El segundo error que podemos cometer, nos explica la autora, es confundir autoridad y autoritarismo. “La autoridad no consiste en imponer lo que sea a un niño por la simple razón de que somos más grandes y más fuertes que él”, nos dice la autora, lo que sí sería autoritarismo. Antiguamente, sí podría considerarse el modelo de educación, donde se buscaba “un niño que tuviera buenos modales y fuese sumiso”, nos dice. Pero, en la actualidad, no es el caso. Y esto, nos dice, “no significa no poner límites”. La auténtica autoridad parental “consiste en enseñar las reglas de la vida a un niño”.
Por tanto, ¿debe haber reglas? “Claro”. Lo que hay que hacer es, de manera natural, “explicarles las reglas a los niños para que las vayan asumiendo poco a poco, que las incorporen en su vida y las adopten”. Muchos detractores rechazan esta opción, “alegando que se les impone a los niños reglas que han hecho los adultos, aunque todavía no hayan hecho nada que merezca un castigo”. Pero las reglas no son un castigo.
Las normas que se establecen a un niño deben ir destinadas a:
- Prevenir lo que puede ser perjudicial para su salud, como asomarse por la ventana de un sexto piso.
- Impedir que atente contra la integridad de las personas de su entorno, por ejemplo, insultando, o haciendo daño.
- Evitar que dificulte en exceso la vida social y familiar debido a su comportamiento.
Y esto, en ningún caso, es autoritarismo. De hecho, nos dice la autora, “la mayoría de los padres acaban por reconocer que es necesario imponer límites a los niños”. Debemos entender que “la familia es una microsociedad, por lo que las normas deben existir y se debe incluso sancionar cuando, por ejemplo, no se respete a los demás y siempre que el niño tenga la edad suficiente para comprender este concepto”.
Las sanciones pueden existir, pero hay que saber cómo
Por último, en la mente de muchos padres de nuestra generación, nos dice la autora, “castigar y sancionar significa azotes y gritos”. Sin embargo, “aparte de aliviar por un instante al adulto, que después se siente avergonzado por haber perdido el control, pegar a un niño nunca ha servido de nada”, nos dice. Esto, está claro, no es enseñar a respetar o comprender las reglas de las que hemos hablado anteriormente, pero es un error confundir esto con sancionar. La sanción es, a veces y bien entendida, inevitable. Pero sancionar no es ni pegar ni gritar ni humillar.
No todos los niños tienen el mismo carácter y la autora nos lo explica con un ejemplo propio: “con mi hija mayor todo fue sencillo de razonar, escuchaba cuando le explicaba por qué su comportamiento no era adecuado y cambiaba su actitud, pero con mis hijos dejé a un lado mis pretensiones, tuve que empezar a sancionar”.
Alejarse de los opinólogos extremistas
Por último, nos apunta, “hay muchas interpretaciones de esta teoría educativa, en función de las vivencias y la problemática de cada uno e intentar amoldarse objetivamente a ella es casi imposible”. Por ello, lo mejor es adaptarla a tus propias necesidades porque “no hay nada más alejado de los principios de la disciplina positiva que interpretaciones extremistas ajenas por completo al sentido común”. Por tanto, quizás el primer error del que deberíamos haber hablado es la falta de sentido común.