Padres y madres que se desesperan porque su hijo no hace caso, una situación de lo más habitual. Lamentablemente, también lo es que al final muchos de ellos acaben recurriendo a darle un azote para que obedezca. Y sí, puede que el niño ‘reaccione’ y se comporte en ese momento como se espera de él, pero no solo será improductivo (aprenderá a no actuar de una determinada manera cuando tú estés delante), sino que puede acarrearle importantes consecuencias desde el punto de vista emocional.
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Así, muchos estudios recientes demuestran que los azotes son inútiles para la búsqueda de un cambio de comportamiento. Por el contrario, los niños pasan vergüenza, se desconectan de sus padres y se perjudica el vínculo de apego con ellos. Y aunque puedas pensar que esto es algo del pasado, el 80% de los padres de todo el mundo, según un estudio de UNICEF, dan azotes a sus hijos. Sobre las consecuencias que tiene “darle ese azote a tiempo” a tu hijo, hemos querido hablar con la psicóloga Sol Proaño (@mamacangu), experta en crianza y disciplina consciente.
En primer lugar, nos dice la experta, para poder entender todo lo que vamos a ver es saber que existe una gran diferencia entre lo que llamamos:
- Crianza tradicional: aquella que hemos venido cargando desde nuestra infancia, pasando de una generación a otra y que, ahora, hemos empezado a cuestionarla. Dentro de este tipo de crianza, están presentes los gritos y los azotes, así como posibles amenazas y humillaciones. Es la que aún se da en aquellos casos en los que no existe suficiente información.
- Crianza respetuosa: cuando la crianza va hacia el camino de la protección y la formación de una manera afectiva y respetuosa, donde no existen los castigos físicos ni los gritos o amenazas.
¿Qué buscamos cuando le damos un azote a un niño?
Cuando un padre le da un azote a su hijo lo que muchas veces intenta conseguir es que “el comportamiento del niño mejore, es una medida disciplinaria”. Y lo hacen así porque, en muchas ocasiones, se repiten los patrones que los padres de hoy y niños del pasado vieron en sus padres . De esta forma, los padres tratan de conseguir una obediencia por parte de sus hijos con las mismas herramientas que ellos recuerdan, “buscan cambiar comportamientos en sus hijos con un azote”.
Sin embargo, están equivocados, porque “la disciplina no es castigo, ni golpes ni gritos; sino todo lo contrario, es enseñar habilidades”. Y a todas las personas les gusta que, si no saben cómo hacer algo, se les muestre el camino con amor y con cariño.
Además, existe otro punto importante y es que las personas que fueron azotadas en su infancia son más propensas a usar el castigo físico como respuesta educativa en sus propios hijos. La justificación suele ser que a ellos no les ha hecho ningún daño. Por eso, es importante que los padres “recorran un camino de autoconocimiento para entender por qué este no es el camino”. Algo que, nos dice la experta, no es sencillo “porque nunca se les han dado las herramientas para gestionar estas situaciones”.
Consecuencias de un azote en la psicología de un niño
Un estudio publicado en la revista Journal of Family Psychology llegó hace unos años a la conclusión, después de un análisis detallado durante más de cincuenta años de investigación, que “cuanto más se le pega a un niño, más daño se les hace emocionalmente”.
Y es que, nos explica la experta, “cuando golpeamos a un niño, estamos activando la parte más primitiva del cerebro, que en psicología conocemos como el estado de supervivencia”. Cuando llegamos a él, nos dice, “tenemos tres opciones: huir, luchar o perder el conocimiento”. Así funciona nuestro cerebro en un estado que, cuando existe una amenaza, es general para adultos, niños y animales. Para explicarlo, podemos pensar en que estamos en medio de la sabana y aparece un león furioso. En este caso, todos sentimos una amenaza frente a nosotros y no sabemos qué hacer. “Esto es lo que siente un niño cuando se le pega o se le grita”, nos explica la psicóloga. Pero, hay más, en el caso de los niños, “su cerebro cortocircuita, porque el adulto que, en principio y por naturaleza debe ser su fuente de seguridad, calma y paz, le está gritando o golpeando”. Así, cuando un niño está en medio de un desbordamiento emocional, ya de por sí difícil de gestionar, no tiene a la persona de referencia que le ayude, no puede entender ni para qué sirve ese azote ni por qué le gritan.
De hecho, los niños:
- Se vuelven más desafiantes y agresivos.
- Desarrollan un comportamiento más antisocial.
- Pueden acabar teniendo problemas de salud mental.
- Tendrán más dificultades en el desarrollo cognitivo y emocional.
- Se desarrolla una falta de seguridad, tanto con respecto al adulto (pues ya no confían en él) como en el propio niño, con baja autoestima y autoconcepto.
- Aparece el miedo y la ansiedad, porque los niños ya no están seguros de si habrá o no una próxima vez. “Un castigo no enseña habilidades ni te dice cómo actuar la próxima vez, solo genera miedo”.
¿Qué alternativas tengo entonces frente a un azote?
De nuevo, nos dice la experta, hay que volver a ese concepto de “crianza respetuosa, al aprendizaje frente al golpe”. Cuando nosotros como padres entendemos que un azote o un grito no genera conocimiento ni habilidad alguna, podremos darnos cuenta de que no es el camino y, por tanto, una medida disciplinaria válida. Con ellos, “tan solo nos convertimos en amenazas para los niños, les podemos llegar a dar miedo”. Por ello, lo primero que debemos entender que no queremos cambiar un comportamiento, sino que “el aprendizaje comienza con un cambio del pensamiento de los propios padres de que los niños se comportan como niños”.
Una vez que lo conseguimos, además de ponernos al nivel del niño, arrodillándose junto a él, hay que hacerles ver que estamos a su lado, que entendemos qué es lo que sienten y cómo queremos ayudarles a gestionar sus emociones. Esto es lo que conocemos como “validar sus emociones”, nos explica la experta. Este acompañamiento nos da la herramienta clave y alternativa al azote: “enseñarles una habilidad para saber afrontar ese comportamiento”.