Para algunos hijos de padres divorciados separarse del progenitor con el que conviven habitualmente puede ser un momento complicado con la llegada de las vacaciones. Algunos muestran inquietud e incluso rechazo (hablamos siempre de situaciones en las que ambos padres sean competentes, no en otras en que haya delitos o negligencia). Pero ¿qué puede haber detrás de todo ello?
Le hemos preguntado a María Dolores Seijo Martínez, presidenta de la sección de Psicología Jurídica del Colegio Oficial de Psicología de Galicia (COPG), para que nos indique cómo abordar este problema.
Diferenciar entre el rol de pareja y el rol de padres
La ruptura de la pareja supone un momento duro que se puede complicar cuando hay hijos en común. En este sentido hay que saber diferenciar el rol parental de otro tipo de roles que ya no se compartirán, como el romántico. Así, estas dificultades para distinguir entre las distinas dimensiones suele repercutir negativamente en el niño.
“El rol parental se ha de fortalecer orientándolo hacia una relación colaboradora y cooperativa entre los progenitores, alejada del conflicto y del estrés, que les permita establecer acuerdos para el ejercicio parental positivo, basados en el mejor interés de sus hijos”, subraya la experta. Esto implica reconocer la importancia del otro progenitor en la vida de los hijos, priorizar las necesidades del menor, fomentar una comunicación fluida y asumir las responsabilidades de la crianza en iguadad de condiciones.
Cuando no sucede así, y en lugar de entendimiento, hay conflicto y confrontación, los hijos son los primeros afectados. En ese caso, su consejo es buscar “ayuda profesional especializada para poder gestionar el proceso sin que impacte, o lo haga mínimamente, en el bienestar de los hijos”.
Mantener el contacto con el otro, a demanda del menor
Es normal que cuando el niño deja de ver a uno de sus progenitores por un tiempo prolongado lo eche de menos. “Por eso es importante que el progenitor que acompañe al niño se muestre sensible y atento a esta necesidad”, destaca la psicóloga. Si es así, y se detecta, bien porque el menor lo verbalice o porque muestre señales de ello, “lo adecuado será satisfacer esta necesidad emocional, con una llamada de teléfono o con videollamada , lo que ha de ir acompañada con una explicación de ambos progenitores”, comenta.
Lo importante es no adelantarse a lo que sentirá el niño, “actuar de manera natural y esperar a ver cuáles son sus demandas y necesidades reales”. Pero si el pequeño manifiesta antes de irse ese temor, “se deben hacer verbalizaciones que lo tranquilicen, como: ‘No te preocupes, podremos hablar siempre que lo desees’. Esta circunstancia debe ser conocida por ambos progenitores y ambos deben acordar que, de ser el deseo del niño, este pueda comuncicarse con el otro progenitor”, explica María Dolores Seijo Martínez.
En su opinión no es adecuado mantener previamente, de manera estricta, un sistema de llamadas y comunicación: “Porque, en ese caso, se estaría satisfaciendo más la necesidad del progenitor que la del niño”.
Prepararlos para la separación por un tiempo
Cuando los progenitores se respetan y reconocen la importancia del otro en el cuidado del hijo en común es mucho más fácil para este separarse de uno de ellos durante algún periodo vacacional, pues ambos serán figuras significativas y de peso en su vida. “Cuando esto sucede así, cualquier cambio va a resultar muy fácil para los niños”, determina la experta.
Pero ¿qué hacer si el pequeño muestra reticencia a marcharse? “¿Sabemos convencer a nuestros hijos cuando rechazan acudir a alguna actividad que consideramos buena para ellos? La respuesta es afirmativa. Somos capaces de poner en práctica estrategias que facilitan que nuestros hijos cumplan con lo que creemos que deben hacer. Se trata de que ambos progenitores colaboren para facilitar esta actitud”, comenta.
En las dificultades de separación hay que valorar otro factor: en ocasiones es más difícil para los adultos separarse de los niños que para estos, de sus padres. “Este miedo del progenitor a encontrarse solo sin el hijo es el que se transmite a los niños, generando en ellos una sobrecarga emocional que les resulta muy dañina”, advierte María Dolores Seijo. Se trata de un proceso de parentalización, en que el hijo “se convierte en progenitor del progenitor” (se siente en la necesidad de cuidar del adulto), lo que puede conllevar un rechazo hacia el otro progenitor.