Lola Álvarez Romano lleva 30 años proporcionando apoyo a niños y adolescentes. Es especialista en trastornos neurológicos del desarrollo y miembro de distintas instituciones británicas en el ámbito de la salud mental. Con su libro Pero ¿qué te pasa? (Ed. Planeta) quiere avanzar en la tradicional incomprensión e incomunicación entre padres y adolescentes para trazar una nueva mirada mucho más positiva sobre esta etapa. Hemos charlado con ella.
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Comentas en el libro que la adolescencia marca un principio, pero también un final, y que los padres tienen que vivir ese duelo por el niño que se convierte en un adolescente. ¿Cuál es la mejor forma de enfrentar esa pérdida?
Cada uno se enfrenta a esos cambios según como haya vivido el proceso de desarrollo. Por ejemplo, hay personas a las que les encanta la primera época del bebé recién nacido porque se siente muy cercano, mientras que a otras personas esa vulnerabilidad les produce demasiada ansiedad.
En general, el periodo de latencia, que coincide aproximadamente con la etapa de educación primaria y va desde los 5 a los 11 años, es una edad que a muchos padres les resulta más simpática y fácil de gestionar, porque el niño ya tiene una cierta autonomía, demuestra una curiosidad por el mundo que le rodea y se deja guiar por sus padres en esa exploración. Eso es precisamente lo que genera la sensación de pérdida cuando llegan a la adolescencia, que trae consigo una curiosidad renovada, pero esta vez enfocada al mundo que está más allá de la familia y que a veces sus padres desconocen. La actitud adolescente de “puedo hacerlo solo, no te necesito porque lo hago con mis amigos” algunos padres la viven como un rechazo, como si de repente se hubieran quedado obsoletos en su función parental.
Por lo tanto, la mejor forma de afrontar esa pérdida es estando atento a los pequeños cambios que son observables a los 10 y 11 años cuando ya se vislumbran los rasgos de la pubertad. Esos cambios son el pistoletazo de salida hacia un proceso que no se puede ni se debe frenar. Hay que acompañarlos en ese viaje a lo desconocido y entender que no es que ya no necesiten de sus padres, sino que les necesitan de otro modo y a una cierta distancia.
No hace falta ningún trauma para que las cosas se tuerzan en la adolescencia y, sin embargo, los padres se sienten muy culpables la mayoría de las veces. ¿Cuál es la respuesta desde el lado profesional?
Cuando las cosas se tuercen y se necesita ayuda profesional, es importante recordar que el/la adolescente forma parte de una familia y que cualquier síntoma que tenga se tiene que contextualizar en el marco familiar. En Reino Unido la salud mental infanto-juvenil sigue un modelo en el que siempre se empieza el trabajo de evaluación psicológica del niño o del adolescente con la familia al completo, a partir de lo cual se hace un diagnóstico. Por lo general, las visitas iniciales incluyen a los padres y se determina si ellos también necesitan apoyo psicológico y ayuda en su parenting para así promover y apoyar los cambios en el estado mental del adolescente. Este proceso de psicoeducación para los padres es fundamental en los casos donde hay riesgo, como en los TAC (trastornos de la conducta alimentaria), las autolesiones o los pensamientos suicidas, pero también es recomendable en la mayoría de los tratamientos.
Algunos padres dicen “yo estaré bien cuando mi hijo/a este bien” y suele ser al contrario: es raro que el adolescente este bien si los padres están ansiosos, deprimidos o colapsados por lo que está ocurriendo. Es importante recordarles que cumplen una función central en la recuperación del adolescente y hay que ayudarles a fortalecer sus recursos internos para que, de ese modo, el joven se sienta seguro y pueda liberarse de la noción de que su problema ha destruido a sus padres o a su familia. En cierto modo, el cuadro clínico a tratar es la familia al completo, y en el tratamiento se trabaja con ellos individual o conjuntamente.
“La franqueza del adolescente puede resultar hiriente o incluso cruel”, citas en el libro, ¿cómo deben reaccionar los padres?
Hay tres cosas que son claves y que ayudarán a los padres a salir ilesos de esta etapa. La primera es la serenidad, hay que entender que el desarrollo cerebral de los adolescentes implica que están “ejercitando sus músculos” emocionales, a veces con pocos filtros y, por lo tanto, pueden decir o hacer cosas un tanto disparatadas. Los padres son lo que tienen más a mano para ‘ejercitarse’ en el terreno emocional y es importante no tomarse las cosas personalmente. De hecho, en la consulta, muchos reconocen que no saben que fue lo que los motivó a decir o a hacer ciertas cosas en un determinado momento.
La segunda es la firmeza, el no dejarse arrollar por su ímpetu y su insistencia. Es una edad en la que rozar o, en ocasiones, rebasar los límites les resulta muy atractivo y es posible que quieran hacer cosas que causen intranquilidad a sus padres. Hay que saber decir que no, cuando el momento lo precise, y asumir que eso puede potencialmente causar un conflicto. También es importante tener una conversación cuando las cosas se hayan calmado y, a veces, ofrecerles alguna alternativa que les parezca aceptable.
La tercera (y esta es importantísima) es ¡no perder el sentido del humor! Hay muchos episodios que, aunque en su momento hayan saltado chispas, resultan cómicos cuando se rememoran. Es posible que los adolescentes tengan ideas o conductas algo desatinadas o irresponsables. Ante esto, lo mejor es mantener la actitud de “bien está lo que bien acaba” y a otra cosa.
En general, todo resulta más fácil si los padres se apoyan mutuamente en esta etapa, simplemente porque cuatro ojos ven más que dos y tal vez uno de los dos esté horrorizado, pero el otro le pueda quitar hierro al asunto. En las familias monoparentales, es importante que los padres o las madres que lo afrontan en solitario puedan tener el apoyo de amigos o familiares cuando se encuentran con estas situaciones, tanto si han de ser firmes como si necesitan desahogarse con alguien que, de paso, les ayude a ver el lado cómico.
Parece que en la adolescencia los hijos ya no necesitan a sus padres, sin embargo, tú abogas por el tiempo con ellos en cantidad y calidad...
Los adolescentes necesitan a sus padres de una manera muy concreta, casi como un escenario de fondo, que sepan que pueden contar con ellos si los necesitan pero que, a la vez, les den cancha para ejercitar su independencia. Es importante mantener las vías de comunicación abiertas y aprovechar las oportunidades que se presentan para pasar tiempo con ellos, tal vez viendo una película juntos o yendo de compras con ellos. Compartir cualquier tarea cotidiana nos acerca a su mundo, a sus aficiones y a sus puntos de vista. Es un silogismo muy sencillo, cuanto mejor sea la comunicación entre padres e hijos, menos sustos se llevarán los padres.
La adolescencia dura varios años y no es un proceso lineal sino más bien de vaivenes, por lo que pueden tener momentos en los que necesiten ser tratados como si fueran más jóvenes. Hay que ser flexible y reconocer que ese deseo de ser cuidado como un niño también sigue ahí y, de hecho, forma parte de la psique humana, tal y como vemos en muchos adultos cuando están en presencia de sus madres. Todos necesitamos ser cuidados de vez en cuando.
Como consejo final, les diría también que eligieran las batallas con cuidado, porque con frecuencia muchos de los conflictos entre padres e hijos son por nimiedades o diferencias de opinión sin mayor importancia, simplemente porque el adolescente quiere manifestar su punto de vista con vehemencia mediante un peinado o un modo de vestir, lo cual en ocasiones puede ser visto por sus padres como una provocación. En esos casos es aconsejable aceptar la diferencia de opinión sin demasiada alarma, porque lo cierto es que puede ser transitorio y volver a cambiar.
¿Cuáles son los límites infranqueables en la negociación con un adolescente?
Los límites infranqueables son aquellos que ponen a riesgo la seguridad del adolescente, de su círculo de amigos o de la familia. Y en eso, el criterio de los padres debe ser claro (volvemos al tema de la firmeza), la negociación es posible, pero siempre y cuando se respeten unos límites claros. No sirve el clásico “a todos les dejan menos a mí”, si un plan no está del todo claro o conlleva algún riesgo real, hay que ser firmes. Del mismo modo, si los padres temen que su hijo o hija está desarrollando un trastorno grave (tipo TCA), se autolesiona, tiene pensamientos suicidas o conductas de riesgo, se ha de buscar ayuda profesional de inmediato, aunque el/la adolescente sea reacio a colaborar. Una vez más, hay que ser firmes y explicárselo: “Vemos que hay un problema, te queremos ayudar pero no sabemos cómo, por lo que vamos a buscar ayuda profesional y te vamos a acompañar en el proceso”.
El adolescente está expuesto a diario a riesgos como tóxicos, pornografía, adicciones... ¿Qué es lo que determina que caigan o no en ellos?
Es cierto que la intensa actividad en redes y el mundo al que les da acceso sí ha agudizado muchos de los problemas a los que se enfrentan hoy en día los adolescentes y no solo en su modo de relacionarse. Vemos que el culto a la imagen está causando estragos entre los jóvenes y su autoestima, sobre todo entre las chicas.
Otro problema es el acceso a contenido virtual poco recomendable como la pornografía, la práctica de perversiones de todo tipo o incluso la radicalización política. Si no comparten estas “aficiones” con nadie de su entorno real y se relacionan con esos mundos en la soledad de su habitación sin tener con quién contrastar esa visión, las consecuencias para su desarrollo pueden ser muy nocivas. La pornografía está destinada a entretener a un público adulto con un perfil muy concreto, no a educar mentes que todavía se están formando y gestionando su torbellino hormonal. El rol de los padres consiste en transmitir valores que guíen la conducta de los hijos y en sentar límites que ellos han de respetar y dentro de los cuales se pueden mover de forma segura. Estas dos cosas son fundamentales y aplicables también al uso de redes.
En cuanto al consumo de sustancias toxicas como alcohol y drogas, lo que determina que caigan (o no) en ellos suelen ser motivos multifactoriales. Es decir, hay una combinación de circunstancias que pueden propiciarlo, la primera de las cuales es el estado mental del joven. A partir de ahí se añade el encontrarse con la oportunidad, la inclinación propia de cada joven, la curiosidad por la experimentación, sus aficiones y su círculo social y, por último, el uso que se hace del alcohol y las drogas en su círculo familiar.
La edad de comienzo también marca una diferencia importante y, por regla general, cuanto más tarde se empiece, mejor, ya que el impacto neurológico de las sustancias tóxicas será menor a medida que vayan creciendo. En estos casos, lo más importante es diferenciar la “experimentación” con el hábito que se puede crear con el uso frecuente.
Lo cierto es que la inseguridad y la rebelión propia de la adolescencia crea, de por sí, una situación propicia para la experimentación con sustancias toxicas durante este periodo. Hay que ser consciente de que la normalización del uso de tabaco, alcohol y cannabis entre los adultos que les rodean (en ocasiones, sus propios padres) también crea una incongruencia cuando se intenta educar a los jóvenes sobre sus posibles efectos nocivos y, naturalmente, se pierde autoridad.
Finalmente, en los jóvenes, estos hábitos también pueden tener consecuencias de otra índole más seria ya que, en algunos casos, es posible que para obtener la droga pueden involucrarse en conductas poco deseable o delictivas. En cualquier caso, estos peligros pueden mitigarse si hay buena comunicación en la familia y los padres predican con el ejemplo, conocen los círculos en los que se mueven sus hijos y les educan sobre lo que se pueden encontrar. En general, cuanto más te intereses por sus aficiones y mejor conozcas lo que hace, menos sorpresas te llevarás.
La adolescencia parece prolongarse actualmente más años, ¿qué consecuencias tiene para el individuo y para las familias?
Tal como pone en mi libro en ese capítulo sobre este tema, “si un joven continúa viviendo en el hogar parental, dependiendo económicamente de sus padres y sin tener que asumir ningún tipo de responsabilidad por la infraestructura del día a día, se puede considerar que sigue siendo un adolescente, o al menos, funcionando como tal, tenga la edad que tenga”. La edad de emancipación es España es de las más altas de Europa, sobre todo entre los hombres, que en algunos casos supera los 30 años.
Por otra parte, hay otra etapa intermedia que he llamado la “adolescencia tardía” y que abarca desde los 17 hasta los 24 años aproximadamente, cuando la mayoría siguen viviendo en el hogar familiar. En este punto el joven continúa teniendo una visión adolescente de la vida, pero ya ha pasado el primer período de exploración y se han ido consolidando algunas características. Esta etapa es un marcador importante de una fase que conlleva otros cambios legales y sociales igual de significativos, como la mayoría de edad, el poder votar, el poder conducir, es decir, una serie de responsabilidades para las que el adolescente puede o no sentirse preparado. Suele conllevar también una mayor libertad y capacidad de tomar decisiones propias.
Esta etapa es muy delicada porque el adolescente empieza a hacer incursiones en la vida adulta, por lo que es esencial que los padres puedan ajustarse a este cambio, que es bastante sutil. La mayoría siguen viviendo con sus padres y por lo tanto teniendo que acatar las normas del hogar familiar, pero hay que recordar que ya han ido desarrollando su propio criterio sobre el mundo que les rodea, tanto sobre la familia como sobre su futuro. Es importante que los padres les “den espacio” para desarrollar esa vertiente adulta que emerge sin intentar imponerles sus propios puntos de vista.