Hace unas semanas el Hospital Vall d’Hebron alertaba de atender durante los seis primeros meses del año, hasta seis casos de menores con ‘síndrome del niño sacudido’, mientras que, según el mismo centro, el año pasado solo se presentó un caso de un lactante con lesiones compatibles a este tipo de maltrato. Sucesos que han resultado preocupantes para los pediatras de este hospital, motivo por el que quisieron hacerlo público. “Es cierto que, aún en ausencia de un registro de niños zarandeados, existen datos observacionales que parecen indicar un aumento de casos. Los casos de zarandeo, se relacionan con situaciones sociales, personales, familiares o económicas de estrés, así como una menor tolerancia a la frustración”, nos explica el doctor Nacho Ros, pediatra del Hospital HC Miraflores de Zaragoza.
La epidemia del COVID-19 ha producido no solo un problema sanitario, sino que, de manera secundaria, también ha producido una serie de consecuencias a todos los niveles. Tal y como nos cuenta el doctor Ros: “Una serie de efectos ‘no virales’ que potencian todas las situaciones de riesgo comentadas. Concretamente, la situación vivida en estos últimos años ha dado lugar a un aumento en los niveles de estrés en la sociedad (y, por lo tanto, en los padres), lo que ha generado una mayor inestabilidad económica y social, y se ha producido una relativa desconexión de los recursos comunitarios y sanitarios, lo que, sin duda, puede facilitar el aumento de problemas como el zarandeo de los lactantes. Además, específicamente, en la fundamental labor de prevención sanitaria, se suma el hecho de un importante descenso del número de pediatras de atención primaria, estimándose actualmente que 600.000 niños y adolescentes carecen de pediatra asignado en España”.
¿Qué es el ‘síndrome del niño sacudido’ y cuáles son las secuelas?
¿Por qué es importante informar sobre la existencia de este síndrome? Pues porque las secuelas que provoca pueden causar consecuencias irreversibles en el niño, incluso, hasta la muerte. “El también conocido como ‘síndrome del niño zarandeado’, se refiere al conjunto de lesiones cerebrales que se producen al sacudir vigorosamente a un bebé. Ocurre en estos que, al zarandearlos, se les somete a un exceso de aceleración-desaceleración de la cabeza, con lo que la fuerza de rotación empuja el cerebro contra el cráneo lo que produce varios tipos de lesiones en la misma”, nos cuenta el pediatra. Además, el doctor asegura que este síndrome “no siempre es fácil de detectar puesto que muchas veces los cuidadores no refieren haber zarandeado previamente al niño al no darle importancia, por vergüenza o miedo a ser criticados o juzgados”. Se debe plantear la sospecha de ‘síndrome de lactante zarandeado’ en un niño que siendo previamente sano presenta los siguientes síntomas:
- Comienza con agitación o irritabilidad extrema
- Dificultad para permanecer despierto
- Problemas respiratorios
- Dificultades de alimentación deficiente
- Vómitos
- Palidez o color azulado en la piel
- Convulsiones
“No existe ninguna prueba aislada que confirme el diagnóstico, aunque existen una serie de hallazgos a nivel cerebral y ocular que nos orientan hacia el mismo”, refiere el experto.
“Las secuelas pueden ser muy graves y el pronóstico depende mucho de cada caso, pero, en general, es un problema que puede dar muchas complicaciones. Lógicamente, hay muchos casos leves, que no producen apenas síntomas y pasan inadvertidos, aunque pueden afectar igualmente al niño. Los pequeños que han sido sacudidos con menos intensidad, pero de manera repetida, pueden desarrollar dificultades para aprender a hablar, tener falta de coordinación motora o problemas de aprendizaje . En los casos que se detectan, que son los moderados o graves, uno de cada 10 niños fallece y existe un riesgo alto de secuelas como ceguera, epilepsia, falta de crecimiento o alteraciones motoras. Es fundamental, por tanto, una elevada sospecha diagnóstica, para poder detectar casos leves y evitar el aumento de daños”, advierte el doctor.
Informar a los padres de ello es fundamental
Como decíamos, de manera inconsciente muchas veces actuamos de forma que puede ser dañina con nuestros hijos, sobre todo, cuando agredimos de forma física a un bebé. Por supuesto, la intención no es esa, la de dañar, sino que deje de llorar, de gritar o de moverse… ¿Cómo podemos ayudar a los padres a evitar comportamientos agresivos de estas características? El doctor nos dice: “El mensaje más importante es no hay que zarandear al niño bajo ninguna circunstancia, y dicho mensaje, debe ser incluido en la información que reciben los padres desde los ámbitos sociosanitarios. De hecho, forma parte de la información que los pediatras proporcionamos a los padres en los controles de un niño sano”.
El experto afirma: “En muchos de los casos el zarandeo no tiene como objetivo dañar al niño. El motivo más frecuente de zarandeo es un llanto inconsolable y prolongado que provoca la frustración y el enfado del cuidador, que finalmente zarandea al pequeño. Otra causa es el intento de ‘reanimarlo’ ante una situación que el cuidador entiende como amenazante para su vida (un espasmo del sollozo, un atragantamiento o un ataque de tos). En los casos de llanto inconsolable debemos intentar calmarnos primero los cuidadores y luego, de manera más tranquila, intentar buscar la causa del llanto del bebé. Si el niño llora de manera excesiva, debemos consultar con el pediatra. Si el lactante se queda ‘sin respiración’ es más efectivo colocarlo boca abajo o sentado y dar golpes suaves en la espalda con la mano abierta, pero nunca agitar al niño”, recomienda para concluir.