Diana Oliver es madre de dos hijos y periodista. Sabe bien, como muchas mujeres, lo que supone intentar conciliar el ámbito personal y el profesional. Y lo cuenta en su libro Maternidades precarias (Arpa Editores), que acaba de publicar.
En él habla de cómo la sociedad da la espalda a la maternidad y de los cambios necesarios para que traer un hijo al mundo no se convierta en una carrera de fondo, a costa de la salud física y mental de la madre. Y lo hace con profundidad, en una obra llena de reflexiones y referencias a otros autores que también han tratado este tema, a las que añade experiencias personales de su día a día, en las que se pueden ver reflejadas muchas otras maternidades. Hemos charlado con ella.
Concluyes tu libro afirmando que “hay que desproblematizar la maternidad”, ya que es algo natural que debería ser una elección, no un impedimento ni un sufrimiento. ¿Cómo se logra esto?
Supongo que no hay una respuesta que yo ni nadie podamos dar, como si fuera la fórmula mágica, pero yo creo que sí podemos pensar qué causa los malvivires maternales hoy, poner el foco en eso. Pensamos en el impacto que tiene la maternidad en lo económico y lo laboral, pero raramente nos planteamos qué consecuencias provoca lo económico y lo laboral en las madres y en las criaturas. Es este sistema capitalista y profundamente individualisata el que es incompatible con los cuidados y convierte la maternirdad en un hándicap, en un impedimento para lograr otros fines.
Las madres caminamos por la maternidad como un funambulista por un alambre, sostienes en tu obra. ¿Qué necesitamos para pisar tierra firme y no perder el equilibrio?
Creo que necesitamos, sobre todo, una buena red que nos sostenga. Es imposible criar como criamos: las familias cada vez más pequeñas y más solas. La crianza intensiva es reflejo de esta sociedad individualista en la que vivimos. Y eso solo causa agotamiento, frustración y culpa. Necesitamos cuidarnos y que nos cuiden más. Sostenernos. A mí no deja de sorprenderme la energía que se siente en muchos grupos de madres, el apoyo, el cuidado, la escucha, la generosidad que se desprende.
Necesitamos que se entienda la maternidad como un asunto colectivo. Como un valor enorme que debemos proteger y sostener. Y se debe entender también a nivel social e institucional que nosotras pasamos por un embarazo, un parto y un postparto, que son procesos muchas veces complejos y que ya marcan una diferencia clara con quien no pasa por ellos.
Te preguntas en tu libro cómo abordar el aplazamiento de la maternidad por factores sociales o profesionales, sin que el peso recaiga exclusivamente en la mujer... ¿Por qué, a tu juicio, tantas mujeres se sienten insatisfechas con el rol que se les impone como madres?
Creo que arrastramos la idea de la maternidad como sufrimiento. Además, los estándares para ser una madre ‘adecuada’ para el imaginario social son muy exigentes: tenemos que trabajar, cuidar sin que se note, llegar a todo y quejarnos lo mínimo porque siempre hubo o habrá alguien peor. Y si decidimos cuidar, y podemos permitírnoslo porque lo deseamos, también esto será cuestionado. Las madres de hoy debemos sentirnos muy satisfechas con nuestro trabajo, aunque sea un trabajo precario, pero no cuidando de nuestros hijos.
¿Crees que hay más maternidades precarias que maternidades no precarias actualmente?
Creo que las desigualdades son cada vez mayores, los empleos son cada vez más precarios y el coste de la vida es demasiado elevado. Así es muy complicado mantener el ánimo, pierdes la esperanza de mejorar y siempre tienes miedo de caer. Muchas mujeres asumen las dificultades de sus maternidades, sus privilegios precarios, porque entienden que ‘es lo que hay’. Lo normalizan.
La culpa es una fiel compañera de la maternidad, ¿cómo hacer para desterrarla?
Uf. La culpa siempre está ahí, como una compañera de viaje infatigable. Cada una sostenemos nuestras propias culpas, pero supongo que ayudaría muchísimo tener más apoyos, no sentir que vivimos en una contradicción permanente entre la madre que nos gustaría ser y la que al final podemos ser y, sobre todo, ser más compasivas con nosotras mismas.
Afirmas que la conciliación no existe. ¿Qué implicaciones tiene esto en el día a día de una madre y sus hijos?
Creo que lo reproductivo y lo productivo están tan separados que es muy complicado poder hacer que sean compatibles. Esto genera mucha frustración porque pasas la vida encajando horarios imposibles, días sin cole, vacaciones escolares y esos momentos en que tus hijos enferman. Y eso si no tienes un hijo o una hija con algún problema de salud, si no estás sola...
Luego está la cuestión de cómo arrastramos a las criaturas a estos ritmos y estas vidas hiperagendizadas y llenamos sus días con extraescolares, horarios ampliados, campamentos, etc. Todo, por supuesto, previo pago, porque la supuesta conciliación se ha mercantilizado, como todo lo demás.
“El problema no es la maternidad, el problema es que la maternidad no encaja en el sistema tal y como está configurado”, recalcas. ¿Qué podemos hacer ante esto?
Supongo que necesitamos repensar cómo trabajamos, cómo vivimos, cómo nos relacionamos, porque hay un desequilibrio enorme entre nuestras necesidades más humanas y la forma en que estamos viviendo. Y esto lo negamos y lo invisivilizamos constantemente.
Eres madre de dos hijos y hablas de ciertas parcelas de tu maternidad en el libro. ¿Qué has aprendido sobre crianza en estos años?
Que cada día que pasa nos cargamos con más inseguridades y más miedos. Con más responsabilidades. Con más culpa.
Cuando nos convertimos en madres es probable que no hayamos tenido un trato estrecho antes con un bebé o con un niño. No tenemos referentes, no hay niños a nuestro alrededor, y es normal que no sepamos cómo hacerlo. Pero si hay algo que cada vez tengo más claro es que no existe una receta mágica para la crianza –aunque muchas veces se empeñen en hacernos creer que sí– y que juntarse con otras familias, hablar con otras madres, es lo que más ayuda a sostener todo el malestar que se acaba acumulando.