Vivimos en un mundo globalizado en el que cada vez estamos más conectados con la tecnología y menos con la naturaleza. Los niños y adolescentes no son ajenos a este escenario.
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Cada vez pasan más tiempo en el interior de sus viviendas, encerrados en sus propias habitaciones, interactuando con las plataformas de contenidos audiovisuales y las redes sociales.
“Lo hacen, además, de forma individual, aislados de sus familiares, con menos ocasión de compartir sus experiencias. De este modo se considera que molestan menos y están más vigilados”, explica Alberto Solana, fundador del Colegio Ingenio en Madrid, un nuevo proyecto educativo en grupos reducidos y entorno natural.
Este escenario ha provocado que muchos empiecen a sufrir el ya conocido como ‘trastorno por déficit de naturaleza’. Te explicamos en qué consiste, cuál es su causa, posibles consecuencias y cómo remediarlo.
Un escenario insólito y desolador
“En apenas sesenta años, los niños han pasado de jugar en la calle con muchos más niños de toda edad a tener un calendario intenso de actividades que completan su jornada”, advierte el fundador del citado centro.
Por otro lado, nos explica que el número de miembros de las familias ha disminuido drásticamente: “Al no poseer hermanos, están acostumbrados a ser el centro de atención, lo que da lugar a conductas caprichosas y a la sobreprotección exagerada de los padres”.
Disponen, en general, de muy poco tiempo para el juego espontáneo al aire libre y, además, “se ha reducido la interacción social y con ello su sentido de la responsabilidad”. “Tienen una percepción distorsionada de los peligros. Son más miedosos y retraídos. No organizan juegos colectivos, lo que incide en un escaso desarrollo de habilidades sociales necesarias para enfrentarse a las dificultades de la vida, tales como la capacidad de negociar, persuadir, argumentar, ceder o preocuparse por sus compañeros”.
Cuando desarrollan actividades fuera del hogar, asegura que son casi siempre guiadas, bien a través de las escuelas, bien con el apoyo de monitores, profesores de clases extraescolares o entrenadores. “Esto significa que siempre son los adultos los que marcan siempre sus ritmos”, añade Solana.
“Todo ello está conduciendo a una mayor tasa de trastornos psicológicos, incluyendo una inseguridad y baja autoestima manifiestas, un menor rendimiento escolar, y a un incremento preocupante de riesgos asociados”, reitera.
El trastorno por déficit de naturaleza
Antes de explicar en detalle en qué consiste este trastorno, es importante aclarar que el término no es un diagnóstico psiquiátrico, sino una metáfora acuñada por el escritor Richard Louv, que ha ido adquiriendo popularidad en los últimos tiempos.
Así lo asegura Magdalena Orosan, psicóloga sanitaria de Psicopartner, quien sostiene que este déficit por naturaleza se refiere a la desconexión con la misma, que es frecuente percibir en el estilo de vida sedentario tan común en nuestros días.
“Los estudios demuestran que la conexión con la naturaleza previene la obesidad, la miopía y ayuda al desarrollo del niño, tanto a nivel físico como emocional”, declara la experta.
La psicóloga afirma que la naturaleza es parte de la vida y nosotros, como personas, estamos conectados a nivel neurobiológico con ella: “Crear un vínculo con ella tiene propiedades relajantes y estimula la creatividad”.
“Por otro lado, si desconectamos de la naturaleza, a nivel emocional pueden presentarse problemas de atención, de concentración, irritabilidad, estrés, problemas de sueño, e incluso depresión o ansiedad”, expone.
Este trastorno, ¿puede llegar a causar depresión?
La experta advierte: “El uso desmesurado de recursos tecnológicos facilita llevar un estilo de vida desconectado de la naturaleza y de sus estímulos, que mediante su capacidad de hacernos conectar con nuestros sentidos (el olor de las flores en primavera, el tacto del césped en los pies…) actuarían como protectores frente a la ansiedad y la depresión. Asimismo, la desconexión de la naturaleza está asociada a falta de creatividad”.
Beneficios del contacto cotidiano con la naturaleza
Alberto Solana, fundador del Colegio Ingenio, asegura que la exposición a un entorno natural tiene innumerables efectos positivos:
- Por un lado, proporciona en los niños y jóvenes ocasiones propicias para experimentar de manera directa sensaciones importantes para el desarrollo físico y emocional y aprender a través del descubrimiento y la exploración libre, algo que la tecnología no puede sustituir. Por ejemplo, desarrolla la percepción y la orientación espacial, permite por un lado una mejor comprensión del tiempo cronológico a través del seguimiento de los ciclos estacionales y, por otro, de la observación del dinamismo planetario terrestre, en particular, del clima y el tiempo meteorológico y su influencia en los ecosistemas.
- Además, ubica al ser humano en un contexto más amplio y realista, al ponerlo en relación con otros seres vivos, relativizar el antropocentrismo y mostrar que forma parte de redes naturales cuyo funcionamiento es muy complejo y sensible, alternando situaciones de estabilidad y desequilibrio.
- El contacto con la naturaleza mejora, además, la concentración, tiene un efecto calmante, disminuye la ansiedad, la tensión y la irritabilidad.
- Modula, en general, la conducta de los niños en las escuelas, como muestra la disminución de los signos de hiperactividad.
- La salud también se beneficia: por una parte, se reduce la incidencia de enfermedades respiratorias, como el asma, tan comunes en las ciudades. El sistema inmunológico se refuerza y la incidencia de alergias es menor, especialmente si el contacto con la naturaleza tiene lugar en edades tempranas. Se produce un aumento de vitamina D en el organismo y se potencian a través de un mayor ejercicio físico el desarrollo corporal y la adquisición de un buen tono muscular, lo que conduce a un menor riesgo de obesidad. También hay una menor incidencia de problemas oculares.
- Hay que mencionar así mismo una probabilidad más pequeña de desarrollar miedos tales como agorafobias o biofobias, es decir, temores a los espacios naturales y sus habitantes. En concreto, observar animales pequeños ayuda a comprender su papel esencial y a no reaccionar irracionalmente frente a ellos.
- En general, se reduce la inseguridad que cada vez más personas están sufriendo al salir de un entorno urbano diseñado artificialmente, por ejemplo, porque el suelo sobre el que se pisa sea irregular.
¿Cómo evitar este trastorno en niños y adolescentes?
Según Solana, los padres deberían inculcar el contacto con la naturaleza, buscando la oportunidad de salir al campo, a la montaña o a la playa con frecuencia y limitando el uso excesivo de las tecnologías, especialmente a edad temprana.
“Con ello se pueden reducir las adicciones, contrarrestar el empobrecimiento intelectual y de relaciones familiares, así como limitar la aparición de otros trastornos psicológicos y conductuales”, apunta.
En su opinión, las escuelas deberían contar, además de con instalaciones deportivas, con espacios naturales y jardines que permitiesen el juego libre y la exploración autónoma, para que los niños aprendan a comunicarse con la naturaleza: “Es interesante promover las actividades en granjas o reservas naturales, para conocer la vida en el campo, con sus dificultades y necesidades, así como las relaciones entre los seres vivos”.