Los límites son esa línea imaginaria que separa nuestro espacio físico, sentimientos, necesidades y responsabilidades de las de los demás. Nuestros límites hablan a otras personas sobre cómo pueden tratarnos, lo que estamos dispuestos a tolerar y lo que no. Aplicados a los niños, son esas fronteras entre lo correcto y lo incorrecto que les enseñan a comportarse, otorgándoles seguridad y confianza.
Sin duda, son necesarios y apoyan el crecimiento. De hecho, ser padres gira, en gran medida, en torno a ellos. Se habla y se escribe mucho sobre este tema, pero la clave radica en saber ponerlos, no en ejecutarlos sin más.
Así como límites muy rígidos nos pueden llevar al autoritarismo, los expertos advierten que otros pocos muy flexibles nos conducen hacia la sobreprotección y ninguno, o muy contradictorios, a la negligencia. Entonces, ¿cómo lo hacemos?
¿Qué repercusión tiene en los hijos conocer y respetar nuestros propios límites?
Desde Disciplina Positiva España sostienen que es desde nosotros, como padres o madres, desde donde comienza toda la educación. “Si no tienes claros tus límites, si dejas que se vulneren y se traspasen con frecuencia, tus hijos irán sacando conclusiones al respecto del autorrespeto para su propia vida”, aseguran.
Cuando respetamos y marcamos nuestros límites con amabilidad y firmeza, los hijos:
- Aprenden que todos tenemos unas necesidades y valores que deben ser respetados
- Entienden que sus necesidades y valores son importantes y deben igualmente ser respetados
- Observan que todos tenemos unas necesidades y valores propios. Por tanto, les entrenamos en la tolerancia y el respeto a la diversidad
- Sabrán que uno puede decir “hasta aquí” con asertividad, sin entrar en luchas que desgastan
No volcar nuestras emociones en ellos
“La firmeza no está reñida con el afecto”, confiesa la psicóloga Victoria Robledo. Los padres deben, llegado el caso, aplicar sanciones manteniendo la calma y respeto hacia los hijos.
Para poner límites, primero debemos analizar desde qué lugar los establecemos. Por eso, es importante que los padres aprendan a conocerse y a controlarse a sí mismos para evitar, entre otras cosas, que su frustración, tristeza o rabia recaiga en los más pequeños.
En este sentido, la experta apunta que las normas no deben impartise con brusquedad o irritación: “Los padres han de vigilar su propio comportamiento y proporcionar a sus hijos un ambiente donde reine el respeto y la armonía, sirviendo de ejemplo para ellos”.
En muchos de estos casos solemos tener automatizado el “no” y por eso es importante evaluar si esa negativa es necesaria en cada momento o si nos estamos negando por costumbre.
Firmeza y paciencia: los límites se refuerzan a diario
Ser firmes no es poner límites gritando ni desde el enfado y ser autoritario no implica subir el volumen y cambiar el tono, aunque en ocasiones sea necesario. A la hora de establecerlos importa la consistencia con la que se establecen, más que la intensidad o la fuerza.
La psicóloga nos recuerda que educar es un camino a largo plazo y que los límites deben reforzarse cada día, fomentando la responsabilidad de nuestros hijos y siendo específicos en las funciones que les mandamos ejecutar. Es decir, se dan con claridad y no deben ser arbitrarios en ningún caso.
Límites razonables y razonados
Los límites deben ser razonables y razonados. Es decir, debemos explicarles la razón de cada norma ya que esto les ayudará a adquirirla si ésta es consecuente. Además, se podrán formular de forma positiva, potenciando lo que se debe hacer por encima de las prohibiciones. En este sentido, las normas, así como las prohibiciones, deben estar de acuerdo con la edad del hijo, la etapa de su desarrollo y sus necesidades.
Respetando la dignidad de los hijos
Los límites nos brindan la oportunidad de poner límites desde el respeto, la amabilidad, la firmeza y la empatía; y deben establecerse respetando siempre la dignidad de los hijos. En la medida en que vayan siendo mayores, tendremos más en cuenta sus opiniones sobre los límites que les atañen, aunque la decisión última la tengamos nosotros. Para ello:
- Involucra al niño: así estamos respetando su sentido de pertenencia a un grupo y de importancia, además de hacerle sentir escuchado y tenido en cuenta en sus opiniones y sentimientos
- Motívale en su responsabilidad: así le ayudamos a que aprenda de sus errores
- Confía en él: le estaremos animando a solucionar sus errores sin sentirse mal por ello, humillado o avergonzado
Además, cuando los hijos participan activamente en la elaboración de las normas, en la familia, o centros escolares el grado de cumplimiento es muchísimo más alto, presentándose, por tanto, menos problemas.
Por último, es importante que los padres tengamos un interés constante por aprender de nuestros hijos, conocerles y entender sus necesidades. Podemos equivocarnos, por supuesto, porque no somos perfectos. En cualquier caso, se trata de asumir errores y buscar métodos que encajen con nuestros hijos, porque lo que muchas veces funciona en uno puede que no sirva en otro.