Todos los niños atraviesan una etapa, durante aproximadamente los dos años de edad, en la que descubren que ellos también pueden hacer las cosas por sí mismos y se sienten con ganas de indagar e investigar. “Muchos lo identifican como la etapa del: “yo”, “solito”, “a mí”, es un momento muy especial que debemos de aprovechar para fomentar su autonomía y que se sientan más capaces”, asegura Silvia Álava Sordo, doctora en psicología clínica y de la salud y autora del libro ‘Dani quiere ser mayor’.
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Nos cuenta que el deseo natural de los padres es que sus hijos sean felices y tengan una buena autoestima. “Sin embargo, no siempre somos conscientes de que está en nuestra mano hacer mucho para que se desarrollen correctamente y sean unos niños seguros, o todo lo contrario”.
Hay adultos que malentienden el amor hacia sus hijos y piensan que, haciéndoles todo, serán más felices. Detrás de este comportamiento, suelen estar ideas del tipo: “ya crecerá y tendrá tiempo de sufrir”, “si a mí no me cuesta nada”… sin ser conscientes de las implicaciones que esto tendrá en su desarrollo.
La experta concluye que los niños cuyos padres tienen un estilo educativo más sobreprotector suelen desarrollar menos competencias emocionales, d esarrollan menos herramientas para desenvolverse con éxito en la vida, son más inseguros, pueden tener más problemas de autoestima y es más probable que sean víctimas de bulling y que desarrollen trastornos de ansiedad. Como conclusión, a la larga pueden ser más infelices.
“Sin embargo, cuando los adultos les acompañamos desde que son bebés y les vamos enseñando a valerse por sí mismos, les estamos dotando de herramientas y estrategias para que: se sientan seguros y capaces, para que desarrollen habilidades socioemocionales, aprendan a sentirse seguros y queridos, con una mayor autoestima, y en definitiva sean más felices”, indica.
Cómo evitar la sobreprotección: acompaña a tu hijo
“La protección es algo normal, natural e instintivo, además de necesario para nuestra propia supervivencia”, indica Silvia Álava Sordo. El problema, nos confiesa, es cuando estamos demasiado encima y pasamos de proteger a nuestros hijos a sobreprotegerlos.
“No se trata tampoco de no atenderlos o dejarlos solos y que ellos no cuenten con nuestra ayuda. Hay que acompañar al niño, estar a su lado, escuchando de forma atenta sus problemas y alentándole para que los resuelva. El mensaje a trasmitirles es tú puedes. Se trata de estar a su lado, permitiéndole que haga las cosas solo, que coma solo, aunque se manche, que investigue por el parque, pero sin perderle de vista…”, sostiene la experta.
Decálogo para evitar la sobreprotección
- Deja que el niño experimente: “Los bebés necesitan explorar y conocer el mundo que les rodea, y esa necesidad sigue vigente cuando el niño crece. Permítele que lo haga, y vigila, sin que él lo note, que no hay ningún peligro”.
- Fomenta su independencia: “Que aprenda a jugar él solo, a entretenerse sin que un adulto esté las 24 horas del día encima de él”.
- Trabaja su autonomía: “Que el niño aprenda a resolver sus necesidades fisiológicas básicas, como el control de esfínteres, el comer, que aprenda a vestirse solo, a dormir…”
- No hables por él: “Si estamos en un restaurante, que pida él las cosas al camarero, si vamos al parque, que pregunte él si puede jugar con los otros niños”.
- Ayúdale a reflexionar sobre cuál es la mejor solución: “En ocasiones los niños no saben cómo resolver sus problemas. Prueba a escucharle, a preguntarle cómo cree que lo podría solucionar y ayúdale a reflexionar sobre la mejor solución. Tiene que aprender a proponer opciones, a valorarlas y a elegir la más adecuada”.
- Fomenta su pensamiento crítico: “No le des la solución a sus problemas, pregúntale su opinión y ahonda con él sobre el porqué de las cosas”.
- Fomenta que juegue con otros niños: “Que cuando está con los demás, permitas que se vaya con otros niños, que se aleje y que disfrute con los demás”.
- Permite que colabore en casa asignándole tareas adecuadas para su edad: “Con un año puede dejar la ropa sucia en el cesto, con dos años puede llevar el pan o las servilletas a la mesa… se trata de ir asumiendo sus responsabilidades según vayan creciendo y que vean que pueden hacer las mismas cosas que los demás”.
- Respeta su ritmo de aprendizaje: “No todos los niños aprenden a la misma velocidad, se trata de alentarle a que haga las cosas y se enfrente a pequeños retos, pero sin presionarle. Puede que su hermano con dos años y medio llevara una bicicleta sin ruedines y que él no lo consiga hasta los cuatro”.
- Que practique nuevos deportes o actividades que le supongan un cierto esfuerzo, constancia y rutina.
Propuestas de la experta:
En definitiva, no se trata de dejarles solos y que terminen frustrándose, ya que hay cosas que no saben hacer, sino que deberemos de acompañarlos en el proceso, para que aprendan durante el mismo. Para ello, debemos de incluir dos elementos esenciales en la ecuación: tiempo y paciencia. Los niños tardan en aprender y sabemos que las prisas no son buenas.
- La psicóloga nos plantea planificar las tareas que pueden hacer tus hijos: “Dependiendo de la edad y de sus características, podrán hacer más o menos”.
- Reserva el tiempo necesario para que puedan hacerlas: “El tiempo que el menor necesita, no en el que tú crees que debería haberlo hecho”
- Trabaja la persistencia y el sentido del esfuerzo: “Las cosas rara vez salen bien a la primera, se trata de enseñarles el valor del esfuerzo, que adquieran tolerancia a la frustración y que vean cómo van mejorando y cómo, al final, lo consiguen”.
- Ten paciencia: “El estrés no ayuda a aprender, de hecho, interfiere en el mismo llegándonos incluso a bloquear tanto a los niños como a los adultos”.
- Trabaja desde la emoción: “La neuroeducación nos ha demostrado que los aprendizajes se generan y consolidan mejor, a través de las emociones positivas, como, por ejemplo, la calma, la curiosidad, la satisfacción…”
- Utiliza la motivación extrínseca: por ejemplo, con refuerzo social, “mostrándoles nuestro reconocimiento ante su esfuerzo y lo mayores que se están haciendo”.
- Y, sobre todo, la motivación intrínseca: “Es decir, que reconozcan las emociones asociadas al proceso del aprendizaje, por ejemplo, reconociendo lo orgullos que están cuando consiguen hacer las cosas ellos solos y se esforzaron haciéndolo lo mejor posible”.
- Ten muebles y los espacios adaptados a ellos para favorecer su autonomía, de manera que no dependan de un adulto. Cosas sencillas como colgar el abrigo al entrar en casa, guardar la ropa en su sitio, colgar la toalla después del baño... “Así, las podrán hacer ellos solos y no necesitarán la ayuda de un adulto”.