David Bueno (Barcelona, 1965) es doctor en Biología y especialista en Neuroeducación. De hecho, dirige la primera cátedra en el mundo dedicada en exclusiva a esta materia. Su último libro acaba de salir a la calle y en él descubre a padres y educadores todos los secretos sobre por qué los adolescentes se comportan como tales.
Así, en El cerebro del adolescente (Ed. Grijalbo) ofrece las claves para entender a estos jóvenes y acompañarlos en el camino. Una senda que no resulta fácil ni para los protagonistas ni para los progenitores, pero que puede ser menos escarpada de lo que parece si se cuenta con la información precisa. Hemos hablado con él.
¿Por qué los padres se alejan tanto de sus hijos adolescentes si pasaron por la misma etapa?
Tenemos la tendencia a intepretar nuestro pasado en función de nuestro momento presente, por eso nos parece que lo que pensábamos o hacíamos en nuestra adolecencia estaba encaminado a ser lo que ahora somos, y no nos acordamos de las mil disquisiciones, las mil dudas que tuvimos... No entendemos que nuestros hijos o alumnos adolescentes las tengan ahora.
En el libro se comenta que la ansiedad y el estrés perjudican la adecuada maduración del cerebro. Pero ahora los adolescentes están sometidos a altos niveles. ¿Habrá consecuencias a medio y largo plazo?
Es la gran pregunta. No lo sabemos y no lo podemos saber porque no hay datos científicos de otras épocas para verlo. Algunas consecuencias tendrá. La cuestión es hasta qué punto influirá y cómo van a ser capaces de reconstruirlo, y eso va a depender en buena medida de qué ambiente generemos a su alrededor.
Hay que conseguir que vuelvan a socializar como era habitual en los adolescentes, porque su cerebro les pide que socialicen con sus iguales y no han podido hacerlo, y que resuelvan sus incertidumbres: “¿Mañana podré ir al instituto o no?”, “¿los exámenes serán en línea o presenciales?”... Esa inquietud puede llevar al estrés y a la angustia y de ahí el paso a la depresión y a la tristeza profunda es demasiado pequeño para un adolescente. Si esto se reconduce y generamos espacios para que recuperen lo que debe ser una adolescencia, los efectos serán menores en general.
Comenta que en la adolescencia se produce un ‘recableado’. ¿Cuándo las actitudes del joven dejan de ser normales para convertirse en patológicas?
Mientras sus actitudes no les pongan en riesgo físico o mental a sí mismos o a su entorno, en principio debemos considerar que están siguiendo su proceso, aunque algunas nos molesten. Es un proceso sin límites claros. Hay adolescentes más sensatos y reflexivos y otros más impulsivos que viven esta etapa con más intensidad.
¿De qué depende que unos adolescentes se expongan a conductas de riesgo y otros no?
Depende de varios factores. Uno es genético: hay una serie de genes que condicionan –no determinan–, y favorecen determinados tipos de conductas. Hay personas con una presdisposición genética más elevada hacia la impulsividad o hacia la búsqueda de novedades y sensaciones nuevas. Una segunda diferencia es cómo ha sido su educación durante la infancia: en la familia, en el centro educativo, en la sociedad... Si se le ha permitido explorar su entorno, van a tener necesidad de seguir explorándolo, pero sin asumir riesgos innecesarios, porque esa exploración ya forma parte de su cotidianidad.
Y hay un tercer factor que es la propia adolescencia: un adolescente que encuentre un apoyo emocional en su entorno tomará menos riesgos que el que tenga la sensación de que ha sido abandonado a su suerte porque no tiene un apoyo emocional de su familia y del entorno social en el que vive.
¿Cómo pueden los padres acompañar a sus hijos en la búsqueda de su propia identidad?
Hay que estar cerca sin estar exactamente a su lado. Q ue cuando ellos necesiten hablarnos de algo nos encuentren receptivos aunque para nosotros no sea el mejor momento. Hay que generar espacios para compartir un rato, por ejemplo, hacer al menos una comida con ellos al día.
Es importante basarse en tres ejes. Uno es darles apoyo emocional; debemos confiar en ellos para que ellos confíen en nosotros y puedan confiar en sí mismos. Otro es el ejemplo que les damos los adultos; aunque lo disimulen mucho, tienden a imitarnos. El ejemplo es crucial para encauzar su comportamiento. Y, por último, mantener un cierto estímulo, conservando viva la llama de la motivación que les permita cruzar la adolescencia para llegar a la juventud.
¿Vivimos de espaldas a las necesidades de los adolescentes? Por ejemplo, su cerebro necesita despertarse más tarde y las clases son a primera hora...
Vivimos sin tener sufiente consideración con las necesidades tanto de la infancia como de la adolescencia. Les exigimos que se comporten como adultos, y tampoco son niños, están a medio camino.
El ritmo biológico interno que regula el sueño se atrasa en la adolescencia un par de horas. No se sabe por qué sucede, pero sí que pasa en todos los adolescentes. Lo difícil es ajustar los horarios para que coincidan con los horarios de los adultos. Lo importante sería no adelantar tanto la hora de entrada al instituto y ser muy conscientes de que de 8 a 10 de la mañana su cerebro no está completamente activo, y que no se les puede exigir demasiado a esas horas porque no nos van a seguir y porque se van a estresar más, y eso juega en su contra.
En el libro recrea la típica estampa de la habitación desordenada de un adolescente, pero confirma que es el reflejo del desorden de su cerebro. ¿Cómo deben reaccionar los padres?
Hay que considerar que es normal que haya un cierto desorden, lo que no implica que debamos tolerar cualquier desorden, pero no podemos enfrentarnos a ellos de malas maneras. Para ellos es un reflejo del desorden neuronal de sus cerebros. Hay que dejarles su espacio. Si ese desorden es limitado y más o menos controlado, hay que tolerarlo hasta cierto punto. Por mucho que nos saque de quicio, no debemos perder nunca la relación emocional positiva con ellos.
¿Qué deben hacer los progenitores ante la emocionalidad tan intensa de los adolescentes?
Hay que acompañarla siempre y no luchar contra ella porque es biológica y no lo pueden evitar. Hay que generar esos espacios de tranquilidad y confianza donde aprovechar para que racionalicen un poco esos altibajos que tienen, pero sin abordarlos directamente. Es importante sacar temas de conversación diferentes, ofrecerles pautas y modelos que les ayuden a reflexionar sobre el enfado, la alegría o la tristeza. Poco a poco irán perfeccionándose las redes neuronales de la reflexividad. Sus emociones irán madurando por ensayo y error durante la adolescencia.