A veces se presentan situaciones con nuestros hijos difíciles de abordar y en las que no sabemos muy bien cómo es la mejor manera de actuar. Una de ellas es cuando a nuestro bebé le da por pegarnos (y por pegar a otros niños). Y es que de repente estás jugando tan tranquilo con él y ¡zas! te llevas un manotazo en la cara.
Tu expresión cambia de la risa al enfado y cuanto más le dices que no lo haga, todavía lo repite más y ¡más fuerte! ¿Por qué hace eso? “Es una manera de comunicarse, llamar la atención de otra persona, intentar expresar un estado interno. Este tipo de conductas deben ser adecuadamente contenidas (para reconducirlas hacia formas de comunicación más prosociales) a la vez que entendidas como lo que son: una manera de establecer contacto con otros especialmente eficaz (el contacto lo consiguen, aunque no sea adecuado) cuando no se disponen de medios verbales”, nos explica Rafael San Román, psicólogo de ifeel.
Comportamiento errático o intencionado
Cuando todavía son bebés quizás no le das la misma importancia que cuando lo hacen siendo más mayores. La intencionalidad es crucial en estos casos, pero qué pasa cuando en casa no hay ningún signo de violencia, ni sabemos de dónde puede venir este tipo de reacción. “Realmente los bebés (por ejemplo, menores de un año o año y pico) más que pegar lo que tienen son muchos movimientos erráticos que no tienen ninguna intencionalidad agresiva. Su capacidad lingüística es aún muy limitada y por eso necesitan regularse, expresarse y comunicarse con el mundo que les rodea a través del tacto, del gusto o de comportamientos como mover el cuerpo, llorar, etc”, nos comenta el psicólogo y prosigue: “Poco después, sí que pueden empezar a aparecer comportamientos que claramente tienen la función de llamar la atención del adulto o de otro niño, es decir, expresarse, comunicarse con alguien en concreto, y que ya se van pareciendo a lo que todos conocemos como “pegar”. Un bebé que aún no camina es difícil que emita estos comportamientos, pero en cuanto el niño va madurando en su motricidad y, por ejemplo, observamos que camina e interactúa más abiertamente, aparecen. Esto podemos observarlo ya en niños a partir de dos-tres años aproximadamente”, indica.
¿Qué hacer cuando pega a otros niños?
En general, es algo normal que el niño pegue en alguna ocasión y es que forma parte de los instintos básicos del ser humano, y como padres, tenemos que saber redirigir esta conducta y que el pequeño aprenda a manejar sus emociones .
Según aconseja el experto hay que “indicarle inmediatamente y con claridad que eso no se debe hacer, que está mal, que al otro no le gusta, y mostrarle maneras alternativas de contactar”. Y debemos además, explicarle que se debe pedir disculpas y hacerlo “de una manera adecuada a la edad de ambos, pero lo fundamental es indicarle que pegar está mal y mostrarle la alternativa. No hay que entrar en sermones (no los entienden) ni por supuesto “pegarles” a ellos de la misma manera que han pegado al otro niño como castigo: además de inadecuado sería incoherente a nivel pedagógico”, recomienda.
Entonces, ¿cómo poner límites?
Los niños necesitan tener una serie de normas y límites para gestionar su comportamiento y precisan saber que sus conductas traen consecuencias, “eso les ayuda a regularse y les da seguridad. Una guía sobre cómo relacionarse y estar en el mundo. Además, les permite no ir desarrollando comportamientos antisociales (como pegar, por ejemplo) que les van a generar muchos problemas con las personas”. Además, a la hora de llamar la atención a los niños cuando tienen un comportamiento así, debemos ser concisos y claros en nuestro mensaje: “Sujetamos su mano con cuidado para impedir que lo haga y le indicamos con la voz y la gestualidad que eso no se hace. Sin violencia, pero sí con firmeza”, aconseja el experto.
Consejos para reconducir su comportamiento
Para reforzar su educación en este sentido , el psicólogo nos da una serie de consejos que pueden ayudar tanto a prevenir como tratar este tipo de situaciones desagradables, en la medida de los posible:
- No hacer lo que no queramos que los niños hagan. Los niños aprenden también por observación e imitación. “Si en casa nos golpeamos, insultamos, hablamos mal, etc. es más probable que el niño incorpore esas conductas a su repertorio que si no las tiene tan a mano”, afirma.
- No pensar que la educación empieza después. Rafael apunta que: “La educación empieza desde el día uno y no se limita solo a dar cariño o alimentar. Implica enseñar a los niños a comportarse en sociedad y eso empieza el día uno, de manera adecuada a cada edad, e incluye transmitirles la idea de que sus conductas tienen consecuencias. El momento siempre es ahora”.
- No tener miedo de castigar. “Sé que la idea de castigo es muy impopular actualmente, pero es un error. Castigar no es pegar o maltratar ni es ser padres malvados. Un castigo adecuado y coherente no es traumático para ningún niño. Castigar debe hacerse en combinación con el refuerzo del buen comportamiento. Consiste en retirar premios y aplicar estímulos aversivos (como una explicación-regañina, una negativa o una pequeña “multa” simbólica pero significativa) de manera coherente ante una conducta inadecuada. Los niños necesitan aprender que portarse mal tiene consecuencias”, explica el experto.
- Intentar no dejar para después las pautas, “tanto si es para reforzar/felicitar como si es para castigar/inhibir. Ambos mecanismos son más potentes cuanto más contiguos a la conducta se producen”, concluye.