Las cifras están ahí: cuatro de cada diez jóvenes entre 14 y 18 años (40,4% chicos y 40,7%, chicas) reconocen haber probado las cachimbas (también denominadas pipas de agua, pipas orientales o shishas). Son datos de la primavera pasada, pertenecientes al Plan Nacional sobre Drogas del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social.
Así, aunque en los últimos dos años el consumo de tóxicos ha bajado ligeramente entre la población juvenil (a excepción del cannabis), el elevado porcentaje de menores que han probado esta manera de fumar es preocupante.
Un consumo social y en grupo no exento de riesgos
Los adolescentes se acercan a la cachimba en grupo. “Son consumos sociales, a los que los adolescentes se acercan con una supuesta sensación de inocuidad”, advierte Miguel Ángel Rodríguez, subdirector de Programas de Fad.
“Lo toman por diversión, por integrarse en el grupo, porque piensan que la mayoría de gente lo hace y porque creen que es una forma de fumar tabaco más sana”, detalla el experto.
Sin embargo, no es así. Porque, además del vapor que se inhala, están los aproximadamente 250 compuestos cancerígenos del tabaco y, por si fuera poco, otros menos controlados, como esmaltes y aromas.
“Piensan que es menos peligroso porque la nicotina es menor, pero en una sesión de pipa pueden fumar muchos y el consumo podría equipararse hasta a cien cigarrillos por el contenido de tabaco ”, destaca Miguel Ángel Rodríguez.
Además de este aspecto, hay que tener en cuenta, ahora en época de COVID, lo que supone estar en un recinto lleno de los aerosoles que se desprenden al hacer uso de la cachimba.
¿Las cachimbas crean adicción?
A los adolescentes les cuesta interiorizar los riesgos a los que se exponen en un futuro, como podría ser el del consumo de nicotina. En ese sentido, se acercan a las cachimbas con sensación de falta de peligro.
“Cuando tomas una decisión de consumir o no, decides porque piensas que los riesgos a los que te expones no son tantos frente a sus beneficios”, subraya el experto de Fad (www.fad.es). Para muchos adolescentes es más importante su imagen social que las posibles consecuencias sobre su salud, porque, además, tal como ocurre con el tabaco, los efectos negativos tardan un tiempo en aparecer.
Pero la realidad es que “las cachimbas son tan adictivas como el tabaco; la nicotina tiene un gran poder adictivo y es difícil dejarlas”, expone. Además, iniciarse en una sustancia adictiva puede conllevar una escalada en el consumo: “Los que fuman habitualmente tienen más posibilidades de tener borracheras o consumir drogas ilegales, además de registrar índices más altos de absentismo escolar y más salidas nocturas”, destaca.
“Cuando la nicotina es lo primero (el consumo de tabaco y alcohol se inicia en España a los 14 años), es muy difícil dejarlo y si hay policonsumo, el tabaco suele estar ahí”, comenta Miguel Ángel Rodríguez.
¿Cómo prevenir el consumo desde la familia?
Hay varias formas en que la familia puede actuar para evitar que el adolescente se inicie en el consumo de cachimbas o de otros tóxicos similares:
- Ejemplo de los padres. En muchas familias, los padres beben y fuman. En este sentido, cuando se ha normalizado el consumo de tóxicos por parte de los progenitories, los hijos adolescentes tienen más probabilidad de acercarse a ellos.
- Información. Los padres deben informarse bien de lo que supone la cachimba en menores y de sus riesgos.
- Ganarse la confianza del hijo. “Este es un trabajo que hay que empezar antes de la adolescencia, desde la autoridad como padre, pero sin buscar la admonición, sino la confianza, eligiendo el momento bueno para dar consejos y haciéndolo de una forma natural”, explica el representante de Fad.
- Poner normas. Los padres deben indicar claramente a sus hijos lo que está o no permitido. Si por ser menor de edad le prohíben fumar en cachimbas y los hijos se saltan esta norma, tendría que haber unas consecuencias. Esto no significa que se conviertan en policías de sus hijos, sino que pongan límites claros.
- Invitarlos a hacerse preguntas. Lo mejor, antes que las advertencias, es que los hijos sean capaces de hacerse preguntas o contestar a las que los padres les formulen. “Ponerlos en posición de cuestionarse y dudar es más efectivo que darle nosotros las recetas de cómo actuar como adultos. Así tranquilizamos nuestra conciencia, pero no es efectivo”, comenta el experto. Por ejemplo, ‘¿por qué crees que hay tantos intereses económicos?’ o ‘¿por qué tus amigos no pueden pasar sin la cachimba?’, pueden ser interrogantes a plantear.