Los niños están expuestos, al igual que los adultos, a sucesos traumáticos que pueden ocurrir de forma repentina. No es necesario que sean víctimas o espectadores directos para que necesiten una explicación y una contextualización por parte del adulto.
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Ante situaciones dramáticas como la erupción del volcán de La Palma o la noticia del asesinato de un menor que llegue hasta sus oídos, los niños se pueden sentir muy conmocionados. ¿De qué forma actuar para ayudarlos? Diana Díaz, directora del Teléfono (900 20 20 10) y del Chat de la Fundación ANAR , nos ofrece las claves.
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Explicar lo que ha sucedido con cercanía
Situaciones como la pandemia, un atentado o una catástrofe natural que alteran el día a día son percibidas por el ser humano como una pérdida de seguridad y de control. El adulto cuenta con mecanismos para regular lo que siente y lo que piensa y para hacer una interpretación de todo ello. “Sin embargo, en el niño no es así, y más si es muy sensible o pasa por un momento vital complicado”, advierte Diana Díaz.
Por eso, necesitan de una explicación que sea proporcionada por sus adultos de referencia, habitualmente los padres. Ha de darse en una conversación calmada, donde el progenitor se muestre cercano y seguro, para transmitir cierta tranquilidad al menor.
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No sobreproteger y no mentir
El niño necesita la protección de sus padres, pero no la sobreprotección. “Los hijos necesitan información y explicaciones adecuadas que les ayuden a desmontar miedos, creencias irracionales... eso es protegerlos”, indica la experta de ANAR, cuyo teléfono gratuito atiende de forma confidencial las dudas y problemas de niños y adolescentes las 24 horas del día todos los días del año.
Por eso, mentirles sobre lo que ha sucedido es una mala idea. Los hechos son los que son y la información puede llegarles en cualquier momento y, lo que es peor, desde una fuente inadecuada. Eso sí, dependiendo de la edad del niño, hay que fraccionar la información y adaptarla siempre a su madurez, tal como recomienda la especialista.
“La vida es esto: enseñarlos a crecer en un mundo donde suceden cosas y, sobre todo, enseñarlos a afrontarlas”, destaca.
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Dejar paso a sus emociones
Cuando nos enfrentamos a un suceso negativo inesperado pueden surgir reacciones de ansiedad, miedo, llanto, tristeza, ira, shock o bloqueo, y a medio o largo plazo, estrés postraumático, especialmente si se ha vivido en primera persona.
Hay niños que expresan estas emociones de forma abierta, pero hay otros que se cierran en sí mismos y no lo hacen. En este último caso conviene buscar ayuda.
No obstante, el papel de la familia es fundamental. “El niño necesita ir elaborando lo que siente. Necesita seguridad y control”, reitera la representante de ANAR. “Hay que decirle que es normal lo que pasa y que como familia están ahí para ayudarlo”, destaca.
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Expresar con control las propias emociones
Culturalmente se tiende a reprimir el llanto y las manifestaciones de preocupación, pero no es nada sano desde el punto de vista emocional. Los niños necesitan poder expresar lo que sienten y tienen en sus padres un magnífico espejo para ello.
Es positivo que los hijos sean testigos de las emociones de sus padres y que hablen con ellos de lo que está sucediendo desde la serenidad y sin caer en el dramatismo. Pero también conviene que los adultos tengan cierto control de las mismas ante los menores para que estos no presencien situaciones de desbordamiento.
“No pasa nada por que los padres lloren o estén tristes delante de sus hijos en un momento determinado, somos humanos. Pero si esto deriva en un desbordamiento emocional hay que pedir ayuda”, recuerda Diana Díaz. Para orientar a los padres gratuitamente, ANAR ofrece los teléfonos 91 726 01 01 y 600 50 51 52.
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Dar espacio a la esperanza
“Por muy terribles que sean los momentos por los que se está atravesando siempre hay que transmitir una esperanza”, subraya la responsable del Teléfono y el Chat ANAR.
Su consejo es enfocarse en el aprendizaje, en los valores y en el fortalecimiento como familia que la situación puede suponer.
Esa esperanza también puede venir de la solidaridad colectiva, de las reacciones de los demás para ayudar a otros que lo necesitan, un valor muy positivo a transmitir a los hijos.
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Estar abiertos a sus preguntas
Ante un suceso traumático o dramático es fundamental poder hablar con el niño. Algunos preguntarán sin problema por lo que ha sucedido, pero otros se retraerán. En ese caso, lo ideal es que los padres puedan iniciar la conversación con “cercanía, serenidad, cariño y proximidad física”, como apunta Diana Díaz.
En todo caso, los padres deben estar abiertos a responder a las cuestiones de sus hijos, sin dar información escabrosa que les pueda impresionar y adaptándose a su nivel evolutivo.
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Cuidar la sobreexposición mediática
Muchos sucesos dramáticos pueden llegar a los medios de comunicación, amplificando el efecto sobre la población infantil.
En el caso de los adolescentes, que están más conectados a Internet y a veces con menos vigilancia paterna, “hay que explicarles que esa sobreexposición a imágenes no les conviene”, apunta.
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Cuidar la salud física y emocional de toda la familia
Tras un suceso impactante, los niños pueden somatizar lo ocurrido con distintas alteraciones (dolor de estómago, cefaleas, problemas para dormir...). Es un aspecto más a considerar cuando pasan por una experiencia de este tipo.
Toda la familia debe seguir hábitos saludables para estar fuerte, y para ello es necesario “cuidarse a a nivel físico, comer de forma saludable, hacer ejercicio y dormir bien”, indica Diana Díaz.
Las experiencias traumáticas inesperadas pueden impactar mucho en el niño, pero con el apoyo y el sostén de los padres no tienen por qué condicionar su futuro.