La ingesta excesiva de alcohol es perjudicial y genera daños en el organismo que generalmente son irreversibles. Se manifiestan, sobre todo, en el sistema digestivo ( con irritaciones en el estómago o el hígado ), en el corazón (con trastornos del ritmo o insuficiencia cardíaca) y puede llegar a ocasionar trastornos mentales que afectan a las principales actividades del cerebro, como son la memoria o la concentración. Unas consecuencias que afectan a la propia vida de la persona que sufre esta adicción, pero también a su vida social y familiar . En el caso de los adolescentes, además de ser mucho más vulnerables (por razones que a continuación veremos), la situación puede llegar a ser aún más dramática.
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En torno a un 38% de las chicas y un 43% de los chicos manifiestan este comportamiento, es decir, un consumo abusivo del alcohol. Algo que se da, sobre todo, durante los fines de semana. Y es que la adolescencia es la etapa en la que el cerebro madura y, por tanto, es mucho más vulnerable a los cambios . Si a estos cambios les sumamos la secreción de hormonas sexuales que tiene lugar en esta etapa y otros factores psicológicos, como puede ser el estrés , el consumo del alcohol acaba por afectar al autocontrol, la toma de decisiones, contribuyen a la sensación de ansiedad y hace que el consumo se convierta en abuso. Y aquí radica el problema.
Científicamente hablando, en el cerebro se llevan a cabo importantes procesos plásticos y dinámicos para llegar a su etapa adulta. El consumo de alcohol (no necesariamente abusivo) altera esa plasticidad y dinamismo, de tal forma que se producen cambios estructurales y funcionales en áreas que todavía no han conseguido culminar este proceso de maduración. Como consecuencia de ello, aparecen déficits cognitivos y conductuales, pudiendo derivar en ese consumo excesivo.
Por tanto, la adolescencia se convierte en una etapa de riesgo en este sentido , por lo que es importante conocer qué factores influyen en el desarrollo de una posible adicción para evitarla. Además de los factores genéticos, los de tipo psicológico tienen un gran papel. Por ello, hemos querido hablar con la psicóloga Laura Valenzuela, de MundoPsicólogos para que nos explique cómo les afecta.
La genética sí interviene en la adicción al alcohol, pero no es la única
Ante la cuestión general de qué factores afectan a una mayor o menor predisposición a un consumo abusivo del alcohol, Laura Valenzuela nos aclara que “no es posible establecer una relación causal, lineal ni unidireccional que relacione cualquier factor con la aparición o desarrollo de un trastorno, incluido el alcoholismo”. Lo que sí es cierto es la existencia de estudios que afirman que “la predisposición de una persona a desarrollar una adicción al alcohol puede tener una base genética”.
Unos estudios que indican que esta influencia oscila entre un 40% y un 60%. De hecho, los hijos con padres alcohólicos tienen más posibilidades de desarrollar una conducta adictiva, sea del tipo que sea . Aunque sí es cierto que, hasta la actualidad, no se han encontrado genes asociados directamente con el alcoholismo, pero sí una correlación entre algunos de ellos y las enzimas que metabolizan el alcohol o algunos receptores neuronales que parecen estar asociados a la dependencia del alcohol.
Por tanto, como nos dice la experta, la presencia de ciertos genes podría explicar una parte del desarrollo del alcoholismo, la otra parte la genera el contexto en el que la persona se desarrolla y que engloban, como nos cuenta la experta, “el modelo educativo que tiene el adolescente, el estilo de apego establecido con los progenitores, las personas de referencia que ha tenido durante la infancia o la adolescencia y, por supuesto, la accesibilidad a las diferentes sustancias, como es el alcohol”.
Los factores ambientales, claves en el desarrollo de una adicción al alcohol
Como nos explica nuestra experta, “hay multitud de factores ambientales que pueden predisponer a una persona a desarrollar alcoholismo”. Ella misma nos analiza algunos de los más importantes:
Factores socio-culturales y familiares
Los procesos de aprendizaje y socialización son uno de los factores ambientales más importantes y vienen influenciados por la familia, la escuela, los amigos y los medios de comunicación , entre otros. Aunque el proceso de sociabilización se extiende a lo largo de nuestra vida, durante la adolescencia aumenta el riesgo de aprender e integrar conductas no adaptativas, como es el consumo excesivo de ciertas sustancias.
Por otro lado, los factores familiares como los estilos de apego, la estructura familiar o el modelo de crianza son también factores que influyen directamente en el desarrollo de la adicción. Si los vínculos que se establecen con la familia son fuertes y estructurados, se desarrollarán de forma adecuada las normas prosociales. Por el contrario, si estos vínculos son débiles y poco estructurados, estas normas prosociales se aprenderán e integrarán a través de los grupos de iguales, lo que fomenta el aprendizaje de conductas desviadas.
Accesibilidad al alcohol y aceptación social de su consumo
Por otro lado, la aceptación social del consumo del alcohol ha sido y es uno de los factores que más influencia tiene. Desgraciadamente, está aceptado y normalizado en nuestra sociedad, lo que provoca que, en muchas ocasiones, su consumo no se vea como algo preocupante o que pueda convertirse en un problema para nuestra salud. Creemos que el alcohol no tiene riesgo real, lo entendemos como algo lógico y normal cuando llegamos a cierta edad. Una creencia que viene apoyada por la publicidad y por la presión social.
Estrés y alcohol, ‘la pescadilla que se muerde la cola’
En este sentido, Laura Valenzuela nos cuenta que “los eventos vitales estresantes propician el inicio precoz y el consumo excesivo de alcohol”. La adolescencia, sin duda, es un evento vital. Así, según diferentes estudios, tener eventos estresantes a edades tempranas también pueden producir cambios psicosociales que propicien el inicio precoz, y en algunos casos, excesivo consumo de alcohol.
De esta forma, la relación que hay entre el estrés y el alcohol es “la pescadilla que se muerde la cola”. Consumir alcohol produce relajación y desinhibición, lo que en un primer momento puede parecer que al consumir alcohol nuestro nivel de estrés disminuye. Sin embargo, el consumo de alcohol para “tapar” ciertos problemas o dificultades no los hace desaparecer, y normalizar estas conductas puede llevarnos a necesitar consumir alcohol para “controlar” nuestro estrés, conducta claramente poco sana y completamente desadaptativa.