El juegoes la primera forma de socialización y aprendizaje de los niños. A través de él comienzan a asimilar normas, a mostrar su personalidad, a explorar otros entornos más allá de su ámbito familiar y doméstico.
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Los más pequeños tienen una inclinación natural a investigar y a examinar materiales, elementos naturales... No hay nada que se les resista, y lo que menos les importa en ese camino de descubrimiento es su apariencia física. Si acaban más o menos limpios o si la vestimenta acaba para ir directamente a la lavadora. El juego que implica exploración y manchas es muy beneficioso para el niño. Descubre por qué.
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Desarrollando todo su potencial
El juego es básico para que el niño pueda desarrollarse intelectual, afectiva y emocionalmente. “Como señala María Montessori, exponer al niño a múltiples experiencias y dejarlo que se exprese en plena libertad mientras juega, le permitirá que se desarrolle en todo su potencial”, recuerda Inmaculada Pastor Arándiga, psicóloga infantil y miembro de Doctoralia.
Por este motivo, el juego del niño pequeño no debe estar estructurado, pues en el momento que el adulto impone sus reglas se frena la imaginación.
“El juego libre, sin ningún tipo de reglas, es la mejor forma de disfrutar de la actividad y divertirse, sacando toda la creatividad que hay dentro de él, especialmente en las primeras etapas evolutivas”, recalca la experta. Se trata de una creatividad que se va perdiendo a medida que el niño crece y que tiene en la infancia temprana su máximo apogeo.
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Explorar en libertad
A través del juego, los niños también aprenden el funcionamiento del mundo que les rodea. Empiezan a comprender las normas, lo que puede o no hacerse y las conductas que deben seguir para que otros niños jueguen con ellos.
En este proceso educativo es necesario que el niño pueda jugar sin la intervención directiva del adulto para que desarrolle el juego desde su propia identidad, tal como recomienda la psicóloga Inmaculada Pastor. “El juego libre y espontáneo está lleno de significado porque surge de procesos internos”, subraya.
Entonces, ¿cómo deben participar los padres? “Cuando el adulto participa en el juego infantil debe ser él quien siga al niño y no al revés. El adulto debe ‘convertirse en un niño más’. De esta forma, el niño lo ve como a alguien más parecido a él, más accesible y próximo, lo que refuerza el vínculo afectivo entre ambos”, explica la experta de Doctoralia.
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Investigar y comprender el mundo
Cuando el niño explora, a través del juego, el mundo que le rodea, está también aprendiendo a comprenderlo y a construir la percepción de sí mismo. Esto es particularmente importante, “pues es el primer paso para su autoestima y una personalidad sólida. La conciencia de sí mismo es el resultado de la exploración”, asevera la especialista.
Todas la experiencias que vive a través del juego libre permiten al niño ir descubriendo sus emociones y aceptando las emociones de otros, “lo que le proporciona empatía y la capacidad de resolver los conflictos que puede ir apareciendo, por ejemplo, para que el juego siga”, destaca. Y todo ello implica dejarlo libre para que ‘rompa’ las reglas de la pulcritud.
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La inclinación por ensuciarse
A los niños pequeños les encanta pisar los charcos, ensuciarse, probar con sus propias manos todo lo que se encuentren a su paso... Es una inclinación normal, pues sienten una gran atracción por los elementos de la naturaleza y disfrutan en la interacción con ellos.
En esa tendencia a mancharse hay algunas otras razones quizá más ocultas. “En parte les gusta por la curiosidad y la variedad que le ofrecen y en parte por la diversión que les produce realizar algo casi exclusivamente infantil, ya que nunca verán a sus padres pisando charcos o tirándose arena de la playa por su cabeza...”, destaca Inmaculada Pastor.
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En la naturaleza o en el interior
Cualquier entorno es bueno para que un niño se lance a explorar. Puede ser en la naturaleza o en el interior de un recinto. Siempre que haya novedades y se le permita cierta libertad, el niño puede utilizar todos los elementos con los que se encuentre para crecer.
“La naturaleza les ofrece nuevas sensaciones; son estímulos ‘vivos’, que cambian y ofrecen múltiples posibilidades de juego”, afirma la psicóloga infantil. “Hay incluso estudios que relacionan jugar con la tierra y el barro con la producción de serotonina en el cerebro infantil”, añade.
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Materiales y utensilios a su disposición
“La exploración infantil implica manipular materiales, arrastrarse por el suelo y entrar en contacto con toda clase de superficies: rugosas, lisas, húmedas... Con diferentes temperaturas: calientes, congeladas...”, explica Inmaculada Pastor.
Por eso, el niño puede encontrar su paraíso en un bote de harina, haciendo una receta, en la arena de un parque o en el hormiguero de un bosque. A veces se les puede ofrecer algún estímulo preparado por el adulto, pero ellos son capaces de encontrar por sí mismos otras fuentes de experimentación y aprendizaje. Eso sí, “tenemos que asumir que mientras los niños aprenden, descubren y exploran se manchan”, advierte la psicóloga.
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Juego abierto y límites
Aunque el niño necesita poder explorar con libertad, también precisa de unos límites, pues estos le van a dar seguridad en sí mismo. Así lo explica la especialista: “La creencia de que son los padres los que conocen y marcan las reglas del juego de la vida y que esta responsabilidad es totalmente ajena a los niños, les ayuda a sentirse protegidos”.
Así, la obligación de los padres es enseñarles qué se espera de ellos, explicarles las normas y los valores de convivencia y ser un buen ejemplo para sus hijos.
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Sacar el niño que llevamos dentro
En el momento del juego, también del juego en el que el niño se ensucia, pinta con las manos, coge tierra... la experta recomienda que los padres saquen el niño que llevan dentro. Es la forma de cumplir con las obligaciones de adulto, pero, a la vez, ser los suficientemente flexibles para ponerse a la altura de su hijo en el momento del juego.
Su consejo para que los niños crezcan en armonía y en un entorno enriquecedor es “combinar la autoridad razonable, ganada con respeto al niño y sin opresión, pero con consistencia, acompañada de una enorme afectividad”.