Los niños son inquietos por naturaleza; se mueven, exploran, curiosean... Es normal que sea así, pero cuando es una tendencia muy acusada, los padres suelen preguntarse si su hijo es simplemente movido o hiperactivo. ¿Cuáles son las diferencias? ¿Cómo se distingue una condición de otra?
¿Hay más niños hiperactivos ahora?
Niños movidos ha habido siempre y niños con hiperactividad, también. Actualmente, la incidencia del TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad) está entre el 5 y el 10% de la población infantil.
Se habla de sobrediagnóstico del TDAH, en el sentido de que a muchos niños que son simplemente inquietos se les otorga esta condición médica. En el lado contrario están los que entienden que el hecho de que haya más casos ahora se debe a una mayor visibilización del problema. Además, “la especialización de los profesionales en los últimos años ayuda a que cada vez se pueda detectar a edades más tempranas”, indica Ana Isabel del Olmo, psicóloga especialista en TDAH y coordinadora de equipo de Educ-at Psicólogos (www.educatdah.com).
¿Cómo se sabe si el niño es simplemente inquieto?
Aunque popularmente la hiperactividad se identifica con niños muy inquietos y movidos, no es este síntoma el que predomina cuando hay TDAH. “No todos los TDAH son hiperactivos y lo que realmente les define tiene más relación con la inatención y con la impulsividad entendida como la falta de elaboración de respuestas y una dificultad de regulación emocional”, aclara Ana Isabel del Olmo.
Así, serían otros síntomas, y no precisamente la inquietud motora, el que el niño no pare quieto, los que podrían hacer sospechar de un TDAH.
La inquietud de los primeros años
En sus primeros años de vida, los niños suelen ser muy inquietos y movidos porque tienen que explorar el mundo que les rodea. Es también una cuestión de temperamento. Hay algunos más calmados, pero, en general, lo habitual es que en la primera infancia los pequeños no paren quietos, sin que haya ningún problema subyacente.
Ahora bien, si esa inquietud se mantiene a lo largo de los años y afecta a otra áreas vitales, podría haber un TDAH. La clave es que esas conductas “afecten a su funcionamiento social, académico y familiar y supongan una limitación para su desarrollo”, apunta la especialista.
En el caso del TDAH, hay también dificultades de atención e impulsividad, “que van más allá de las conductas visibles o aparentes que podamos observar a simple vista”, destaca. Por eso para el diagnóstico se necesita una evaluación neurológica.
¿A qué edad se puede diagnosticar el TDAH?
El diagnóstico de TDAH puede hacerse sobre los siete años. Antes no está indicado, ya que en la edad preescolar algunos síntomas pueden no ser tan consistentes.
Pero que se diagnostique sobre los siete años no significa que los síntomas no puedan aparecer antes; en muchos casos lo hacen. Aun sin diagnóstico, la experta señala la importancia de iniciar una intervención terapéutica lo antes posible, ya que, “cuanto antes detectemos el problema, el pronóstico será mejor”, destaca.
“Independientemente del diagnóstico, trabajar sobre los síntomas que se vayan detectando ayudará a poner en marcha los mecanismos de apoyo lo antes posible, aunque el diagnóstico como tal llegue más tarde”, recomienda.
¿Cuándo hay que consultar con un profesional?
Muy a menudo es el centro escolar el que detecta que en el niño hay un problema de TDAH. Si es así, lo aconsejado es hacer una evaluación. Se puede acudir al pediatra para una primera valoración que se completará luego con el examen de un neurólogo, un psiquiatra infantil o un neuropsicólogo en la mayoría de las ocasiones.
Que el niño presente síntomas aislados no tiene por qué significar que haya un problema de TDAH, pero sí pueden ser una advertencia para que se esté atento y vigilante.
En la edad preescolar, algunas conductas propias de esa etapa evolutiva podrían confundirse con el trastorno. Podría tratarse de un TDAH si hay “ dificultades en la adquisición del lenguaje, en el desarrollo de la motricidad fina , poca disposición al juego social, mayor inmadurez con respecto a su grupo de iguales o una frecuencia e intensidad mayor en las rabietas de lo esperado en su edad”, detalla la especialista de Educ-at.
Señales de TDAH a partir de los 6 años
Cuando el niño llega a la edad escolar, a partir de los seis años, los síntomas del TDAH son más evidentes. “Atencionalmente, se pueden detectar dificultades en el orden y responsabilidad en las tareas cotidianas, en mantener sus tareas cambiando de actividad continuamente sin terminar la anterior, despistes y olvidos de material escolar, de ropa, a la hora de recoger sus cosas...”, enumera la especialista.
En relación a otro de los síntomas que predominan en el TDAH, la impulsividad, los niños hiperactivos interrumpen a menudo y tienen dificultades para esperar su turno y para obedecer órdenes. “Emocionalmente son niños a los que les cuesta tolerar la frustración y las respuestas suelen ser ciertamente desproprocionadas en intensidad y frecuencia”, señala Ana Isabel del Olmo.
Qué pautas seguir con un niño hiperactivo
Al margen del tratamiento médico que pueda requerir un niño con TDAH es muy recomendable hacer una intervención psicoeducativa. Gracias a ella se pueden reconducir los síntomas y ayudarlo a que tenga un mejor funcionamiento en el ámbito social, escolar y familiar. Para ello es necesaria “una actuación multidisciplinar y la coordinación eficaz entre la familia, el colegio y los profesionales”, destaca la psicóloga.
En el terreno académico, se le puede facilitar un método de estudio adecuado a sus dificultades y dotar al niño de herramientas de planificación y organización. Por su parte, en el ámbito social hay que tener en cuenta que “la impulsividad, unida a la inmadurez y a las dificultades en la gestión emocional, provocan problemática”, por lo que hay que trabajar este aspecto con el niño.
El área emocional es una de las que necesitará mayor esfuerzo, pues muchos de los menores con TDAH tienen baja autoestima y sensaciones de fracaso y frustración.
En todo este trabajo, que debe adaptarse de forma individual a cada niño, es básico “el trabajo directo y cercano con la familia”, según aconseja Ana Isabel del Olmo.