Las nuevas tecnologías y las pantallas forman parte de nuestras vidas, y también de la de los más pequeños. Sin embargo, tal y como llevan advirtiendo los expertos, desde el inicio de la pandemia, esta tendencia es cada vez más acusada. Hasta el punto que la doctora María Luisa Ferrerós autora de Dame la mano (Editorial Planeta), nos habla del riesgo de los ‘niños caracol’ (‘hikikomori’ en japonés). Jóvenes que no quieren salir de su habitación (porque en ella encuentran todo su mundo virtual), e incluso llegan a desarrollar agorafobia . Hasta ahora, se pensaba que era un fenómeno que solo se había dado en el país nipón, pero la neuropsicóloga advierte que ha llegado a nuestro país.
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Hablamos con ella de lo que supone esta inmersión en las nuevas tecnologías para los más pequeños, y, especialmente, de sus consecuencias.
Las pantallas, ‘irresistibles’ para los más pequeños
La neuropsicóloga lo tiene claro: los principales motivos por los que los niños no pueden resistirse a las pantallas es porque son multisensoriales, interactivas y les ‘premian’ cuando ellos ‘pinchan’. Esta ‘recompensa’ es que las máquinas reaccionan emitiendo sonidos, imágenes, y, dependiendo del programa, consiguen puntos o descubren nuevos escenarios, produciendo en ellos una gran expectativa, y logrando, así, que continúen haciendo click.
Aunque esto no es nada nuevo para muchos padres, lo cierto es que el confinamiento potenció todavía más que los pequeños se refugiasen en móviles, tablets… “Dadas las restricciones sociales impuestas en la pandemia, los niños no pueden jugar, hacer deportes o interactuar con normalidad con sus compañeros, entonces lo hacen a través de las pantallas, como medio seguro de interactuar. Y, por otro lado, tienen mucho tiempo libre, pero no pueden salir tanto”.
Un refugio virtual
Una de las consecuencias más llamativas de la sobreexposición a las pantallas es el caso de los ‘niños caracol’. Un síndrome que, pese a surgir en Japón ,donde se les denomina ‘hikikomori’, se ha ido extendiendo de forma paulatina por el mundo. La experta habla de pequeños que no quieren abandonar su habitación, ya que en ella establecen todas sus conexiones (internet, ordenador, tablet y móvil). Es decir, que acceden a un mundo virtual sin tener que salir de esas cuatro paredes.
“La protección que sienten detrás de sus pantallas, en un mundo virtual que controlan muy bien, les hace, poco a poco, incrementar el pánico a la interacción real, por inseguridad, falta de autoestima. En Japón, se da entre familias con hijos únicos muy sobreprotegidos, que siempre ha evitado el contacto social, en las grandes ciudades y que, desde pequeños, se les ha incentivado los gadgets electrónicos como únicos juegos”, comenta María Luisa Ferrerós.
La agorafobia, el miedo salir al exterior, su consecuencia más grave
Estar encerrado siempre en una habitación repleta de pantallas tiene un impacto en su salud física y emocional. Especialmente, la neuropsicóloga señala una muy llamativa: la agorafobia. “Al estar siempre ocultos tras las pantallas, donde se sienten protegidos, el contacto social real les da miedo. Al final, tienen pánico a salir de su habitación, que es su refugio, como la concha del caracol”.
Estos niños perciben el mundo exterior como peligroso, ya que su único contacto con el mismo es a través de las noticias que ven en la televisión o en internet. “Como muestran catástrofes, accidentes, asesinatos… creen que el exterior es dañino”, y por ello llegan a desarrollar esa fobia si tienen que acceder a él.
En España se han empezado a ver pocos casos de ‘niños caracol’. No obstante, explica que éstos “han sido reversibles de forma poco traumática porque aquí tenemos unas condiciones que lo evitan de forma natural”. Entre ellas enumera un clima amable que incentiva salir a la calle, y las ciudades pequeñas, sin tantas aglomeraciones, que propician la vida al aire libre. En cambio, “Tokio es una ciudad con 13 millones de habitantes en el centro y 40 millones en el área metropolitana mucha densidad de población, que puede asustar a los niños por la inmensidad y aglomeraciones que se provocan”.
¿Cuáles son las señales de alarma?
Todos aquellos cambios de actitud del comportamiento normal del niño, “que deje de hacer sus actividades cotidianas quedar con su amigos, ir a jugar… etc. por quedarse en la habitación conectado . O que, si se le propone ir de excursión, o hacer algún plan ‘chulo’, no quiera hacerlo porque está acabando una partida, viendo una serie… y no es capaz de dar a pause o apagar sus aparatos para hacer alguna actividad real”.
A esto se le pueden sumar:
- Cambios de humor. Un niño risueño que ahora está malhumorado.
- Modificaciones en la dieta. “Por ejemplo, dejar de comer bien para pedir sólo comida poco saludable, como chuches, aperitivos…”.
- Problemas de sueño.
Usar los dispositivos electrónicos en positivo
Para evitar que las pantallas se conviertan, más que en una herramienta, en un recurso que les perjudique, María Luisa Ferrerós alude a la prevención.
“Evitar lo máximo que podamos los gadgets electrónicos como objeto de distracción, para que no molesten… por ejemplo, en los restaurantes, algo que se ve mucho más de lo que sería deseable”, destaca.
Para ella, la comida es un momento perfecto para hablar con ellos, interesarse por conocer sus opiniones y las cosas que les preocupan.
Lo que no quita que haya que desconectarles, completamente, del mundo tecnológico que les rodea. “Existen muchas aplicaciones y juegos educativos fantásticos con los que pueden interactuar, y que pueden ser una fuente fantástica de aprendizaje tanto social como intelectual”. Lo importante es que esto se combine con el juego tradicional, las actividades extraescolares, los juegos de equipo y el contacto social real.
“Ir al parque, que jueguen con otros niños, invitar a los primeros o vecinos… Es importante implicar a los hijos en la vida familiar, cocinar juntos, repartirnos las tareas, compartir, hacer excursiones juntos, descubrir cosas con ellos, elegir con ellos: ¿apagamos y jugamos juntos?”
Límites de tiempo y alternativas saludables para hacer en familia
La doctora Ferrerós nos expone que las limitaciones con respecto a las limitaciones, que han de ser claras desde muy pequeños:
- Las pantallas se reservan para el fin de semana. Hay que evitar que abusen de las pantallas durante la semana. “La idea es que primero hay que hacer los deberes y estudiar y, cuando acabas, puedes jugar o conectarte. Si se hace desde pequeños, ellos ya lo interiorizan así”, afirma.
- A medida que crecen, habrá que pactar los límites de tiempo. La experta es consciente de que el punto anterior puede complicarse a medida que crecen, por lo que anima a los padres a establecer un límite de tiempo. Es importante enseñarles que son ellos los que gestionan su tiempo y no las máquinas, planteándoles el tiempo que consumen conectados. “Se les puede explicar que, si habitualmente se conectan tres horas diarias, al multiplicarlo por 7 días a la semana, son 21 horas, y, al mes, más de 60 horas que se podrían haber invertido en salir fuera con los amigos o hacer cualquier otra cosa que les motive”.
Por último, recuerda, es muy importante motivar las actividades en familia (cocinar, hacer excursiones, disfrutar de juegos de mesa…). Un hábito fácil de establecer en la infancia, y que, si se logra, hará que pasen mucho menos tiempo en las pantallas.