Pienso en el Reino Unido de la Gran Bretaña un día después del fallecimiento de Isabel II, y me figuro un inmenso vacío. Un Estado en sombras. La Reina Isabel, que ya ha superado con creces su tiempo de reinado a la mítica Reina Victoria, es el mejor paisaje de Inglaterra, de Escocia, del País de Gales y de Irlanda del Norte. Se acerca a la edad de su madre, que murió a los 101 años sin renunciar ni un día a sus tragos ginebrinos. La Reina Isabel tiene mejor las transaminasas y los triglicéridos porque, sin ser abstemia, resume con mucha más cautela la ingestión de los “licopodios”, como los llamaba mi inolvidable amigo Luis De la Peña.
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Se trata no sólo de una mujer extraordinaria, sino de una Reina excepcional. Siempre con ese bolso que jamás ha abierto en público colgado del antebrazo, su sombrero, y su somera estatura, que en su caso, es gigantesca. Recuerdo un artículo muy divertido que se publicó en ABC de un alto servidor de la Reina. Contaba que, ya jubilado, falleció su mujer y la Reina Isabel le envió un cariñoso tarjetón manuscrito expresándole, con brevedad Real, su cariñoso pésame. Y que tres meses más tarde que su mujer, la que falleció fue ‘Snoocy’, una perrita que le había regalado la propia Reina. En aquella ocasión, el pésame manuscrito de la Reina Isabel constó en dos folios repletos de abundantes lamentos y tristezas.
Lo que nadie pone en duda, es que ante todo, sobre todo y frente a todo, Isabel II es una Reina, y que los derechos y privilegios que goza y disfruta – también los padece-, son consecuencia de los deberes y obligaciones que ha cumplido sin reservas. Me cae bien su Heredero, el Príncipe de Gales, y seguro estoy de su futuro y correcto reinado, pero le será muy difícil llenar el hueco de su madre, siempre que reine, que cada año que pasa lo veo más complicado. Heredar la Corona del Reino Unido frisando o superando los 80 años de edad, es una faena, y además, de las gordas. Como el caso del pobre Duque –español-, de los Llanos de Ayamonte. El Duque de los Llanos de Ayamonte, descendiente de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el gran descubridor, heredó el título de un tío soltero, pero nada más que el título. Vivió ‘tieso’ toda su vida, esperando el fallecimiento de su madrina, a la que le salían los millones por las orejas.
La madrina del duque, era además muy tacaña, y se le calculaba una fortuna descomunal. Para colmo, bebía como una cosaca, comía como un jabalí, no hacía ejercicio y su existencia se redujo a ver telenovelas. El duque envejecía y la madrina no tenía prisa en exigirle a San Pedro – era muy exigente con el servicio-, que le abriera las puertas celestiales. Al fin, mientras veía el capítulo 5.672 de El Secreto de Puente Viejo, que creo se titulaba así, experimentó un sofocón y dobló la servilleta. El Duque de los Llanos de Ayamonte recibió jubiloso la noticia, y fue tanta su alegría, que le dio un pipirlete vascular y se marchó con la madrina al otro mundo. Le puede suceder a Carlos de Inglaterra lo mismo que a “Chipi” Llanos de Ayamonte, que así se le llamaba en familia y por sus amigos.
Pero nadie me quita la imagen, el paisaje de una Inglaterra en blanco y negro el día después de la muerte de la Reina Isabel, esa mujer y Reina extraordinaria.