Soy amigo y casi vecino de Antonio Resines. Forma parte de un mundo complicado y sectario, y lleva al peso con enorme discreción. Es hijo natural de mi tierra adoptada y adoptiva, de la Montaña de Cantabria, de Torrelavega – Torlavega en la pronunciación de aquí-, que es raíz de don Félix López de la Vega Carpio, Lope de Vega. También vienen de esta tierra los ancestros de don Francisco de Quevedo, madrileño de padres pasiegos, de Vejorís, en el valle de Toranzo, donde no queda ni una piedra de la que fuera casa del genio satírico.
Es mi casa solariega
Más solariega que otras,
Que por no tener tejado
Le da el sol a todas horas.
Y de don Pedro Calderón de la Barca, también madrileño, con sus árboles antiguos crecido a orillas del Besaya. Antonio, mi buen amigo, vive en el último paso de Comillas hacia el poniente, frontera con Valdáliga, y tenemos en común el amor por La Montaña, la charla y la tolerancia. Y además tenemos en común a Elba, un ser maravilloso que nos abre las ventanas.
Hace dos meses, me informaron que Antonio, extraordinario actor y que no ha caído jamás en la sobreactuación del Cine Español, estaba ingresado en la UVI de un hospital de Madrid. El virus chino, que parece demostrarse al fin que fue esparcido por el mundo con la aquiesciencia de los chinos, a los que temo más que a una galerna de septiembre. Y llegaron a decirme que Antonio había fallecido. Muy difícil, porque tiene estructura de montañés antiguo y ánimo de cántabro de los que no se rinden. No se ha rendido, y a Dios gracias, ha ganado. Ha pasado dos meses de dolor y angustia, porque el virus chino que le precipitó hacia la otra vida – la otra vida, que espere-, es el llamado Delta, no el Omicron.
Y Ana su mujer, y su hijo, se han turnado durante sesenta días para que Antonio le gane a los putos chinos. Y Pili mi mujer, que ha rezado por él todas las noches desde que Ji-Pin-Sing violentó su organismo.
Antonio Resines ha vencido. Y muy pronto nos veremos por nuestro norte. Estoy completamente seguro de que está ilusionado por invitarme a una comida con angulas de Javier, el de Seín, cocinadas por nuestro amigo Raúl Herrera. Hay que celebrarlo a lo grande y con angulas. Intenta meterse en la comida su compañero de colegio Eduardo Escalada, pero me consta que Antonio no tiene vocación de invitarlo.
Ha triunfado sobre la muerte, y sobre todo, frente al sufrimiento. Mi hijo Alfonso, que le adora, sí puede comer angulas con nosotros. Mi intención es invitar a Antonio, pero creo que se opone a ello. En el fondo, tampoco es mucho, porque las angulas, pasada la Navidad, bajan de precio. Pero lo importante es el detalle.
Deseando abrazarte y brindar por tu futuro, que es ancho, largo y luminoso como corresponde a un gran actor. Prometo no volver a contar lo de la Vuelta Ciclista al paso por La Rabia, con Adolfo, Raúl, Manín el Bolas de testigos.
Estos paisajes verdes, los tuyos, te están esperando con el renuevo abierto.