En La Jaralera no nos dejamos influir por el resto del mundo. Celebramos juntos, propietarios y personal, la cena de fin de año. Para que el personal doméstico no trabaje, encargamos un bufet en Madrid, que nos prepara Horcher. Los mariscos de ‘El Pescador’, y las angulas de ‘Casa Sein’ en Bustio. La cena es a las ocho en punto, y a las 9 tomamos las uvas y cambiamos de año unilateralmente. Como yo me atraganto con las uvas, las voceo. –¡Una! ¡Dos!.. y así hasta doce. Con el nuevo año reparto entre los míos un sobre con dinero negro que guardo en mi caja fuerte. Los de Hacienda se presentaron en casa hace tres años para exigirme que les mostrara la caja y sancionarme con dureza. No sabían que mis contactos en la Delegación de Hacienda de Sevilla me habían proporcionado una relación de dirigentes socialistas y sindicalistas enriquecidos por los ERE, y cuando dejé soltar tres o cuatro nombres, se marcharon sin rechistar y a otra cosa, mariposa. En casa, el 31 de diciembre está prohibida la televisión. El Jefe de Seguridad, el Coronel serbio Miroslav, se encarga de comprobar que todos los aparatos de televisión estén desconectados. No podemos permitirnos el lujo de caer en la vulgaridad y la ordinariez.
Sin dar con un palo al agua, sin trabajar y gastando el triple de lo que gastaba mi difunta madre (Que en paz no descanse porque fue muy mala en vida) he cuadriplicado la fortuna que heredé de Papá. Ya me lo advirtió en su día, cuando aún no había cumplido los 16 años. –Cristián, no te metas en negocios. Haz como yo, es decir, no hagas nada. El dinero llama al dinero, y con las rentas que tendrás podrás mantener con lujo y donaire nuestra casa. Prométeme que vas a ser más vago que la chaqueta de un guardia-; -Te lo prometo, Papá-. Y he cumplido mi promesa con creces.
“En casa, el 31 de diciembre está prohibida la televisión. El Jefe de Seguridad, el Coronel serbio Miroslav, se encarga de comprobar que todos los aparatos de televisión estén desconectados”
A las 9 de la noche, Año Nuevo ya en La Jaralera, abro el baile con el vals Rosas del Sur de Johan Strauss. Mi pareja, como es de suponer, es mi mujer Paula, la novicia a la que rescaté de su convento. La quiero y me gusta tanto que a pesar de haber superado los ochenta años de vida, me mantiene el muelle en perfecto estado de revista. Terminado el vals, el ambiente se desmadra. Este año, mi administrador Colombís de Colombás, que es un hombre timido, de buena familia y formidable educación, ha intentado abusar de Vanessita, la hija de Dominga la costurera y de Fabián, el ojeador de pájaros, y Vanessita le ha soltado dos soplamocos de aúpa. Vanessita nació niño, y se llamaba Gregorio, pero a los treinta decidió ser mujer, si bien la transformación no ha constituido un éxito rotundo. Mantiene una musculación excesivamente masculina, y el pobre Colombís de Colombás lo ha experimentado en su rostro. Pelillos a la mar. Vanessita estaba invitada por ser hija de su madre, Dominga, pero no trabaja en casa. Según me han contado, es la propietaria de un elegante club de carretera sito en Utrera, con una clientela poco prestigiosa. Pero también le he dado el sobrecito con el dinero de la Caja B, y al saber que se lo había preparado Colombís de Colombás, se ha ablandado bastante. Lo que me preocupa es que mi administrador tenga tan mal gusto, porque besar a Vanessita es como hacerlo con un entrenador de Rugby.
A las 10.30 de la noche en España, una hora y media más tarde del nuevo año en La Jaralera, he abandonado el guadarnés. Noche estrellada, fría. Y con Paula a mi lado, hemos dormido el nuevo año mientras el resto de los españoles se preparaban un año más, para hacer tonterías.
Que Dios bendiga a los míos.