La noche de hoy, cuando escribo, la del 31 de diciembre, es la noche de los necios. La borrachera obligada, la explosión del mal gusto, la velada de las peleas familiares y las uvas absurdas. Los italianos siguen las doce campanadas con lentejas. Jamás, desde mi lejana niñez, me he atragantado con las uvas. Cuando suenan las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, ya me las he tragado en su totalidad, pausadamente, sin ningún tipo de deslealtad a la horrible tradición uvera. Lo único bueno de la noche del 31 de diciembre es la perspectiva del maravilloso concierto de Año Nuevo de la Filarmónica vienesa en la sala de la Musikverein de Viena. Herbert Von Karajan, el formidable director, dejó una sentencia original al término del concierto que dirigió, ya con las facultades físicas disminuidas por los años. –Es un concierto maravilloso. Y exótico. Si miras a la orquesta estás en Viena; si lo haces al público, estás en Tokyo-. Paseaba Jean Cocteau con José María Pemán por el Madrid de los Austrias. Plazuelas y esquinas rebosadas de historias y riñas, de Reyes camuflados en los tugurios y de genios deambulantes, ya fantasmas, por sus rincones. En un momento dado, Cocteau gritó horrorizado. -¡ Dios Mío, ha llegado hasta aquí!-. Se refería a un anuncio iluminado de ‘Coca-Cola’ en la entrada a un mesón. Con Von Karajan, los muchísimos japoneses que se sientan en la Musikverein, eran como la ‘Coca-Cola’ de Jean Cocteau. –Ya nos han invadido-.
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Pero no hay espectáculo estético y musical como el Concierto de Año Nuevo. Después de la ordinariez y la vulgaridad de los comentaristas del cambio de año, esa mañana siguiente entregada a Viena es como un masaje anímico. Esta edición la dirige Barenboin con la mitad del aforo por precauciones sanitarias. Es decir, con la mitad de japoneses en la sala. Desde Boskowsky a Barenboin, pasando por Von Karajan, Muti, Karl Bhöm… Tantos y tan buenos, tantos y vieneses durante unas horas. –El año no comienza hasta que terminan los compases de la Marcha de Radetzky-.
Uno piensa en ello, y olvida la bastez –con b-, de la Pedroche, de la Igartiburoche, de la fantoche y de la anterior noche.
No sólo en España. La Nochevieja saca de sus hogares a lo peor de cada ciudad europea y americana. Después del Concierto de Año Nuevo, se puede soñar con un año mejor, aunque parezca imposible. En este caso, ninguna culpa tienen los japoneses que invaden Viena por amor a la música. La tienen sus lejanos parientes, los chinos, por llenarnos de virus perversos para que se cumplan las exigencias de la Agenda 2030, que más que una Agenda es una declaración de guerra contra los más débiles por parte de los más fuertes. De ahí que en la noche de hoy, no voy a hacer trampas con las doce uvas. No tomaré ninguna. Las uvas no sientan bien.
Y me dormiré como todas las noches, después de haber trabajado unas horas. El buen libro en mi mesilla. Mi familia rodeándome. Todos en casa. Y mañana, concierto y lucha para sobrevivir en 2022, año del ataque definitivo contra nuestra libertad.