Don Francisco Romero, Curro Romero, se casa. No habrá novio más rumboso que él. Con el gran amor de su vida, la sevillana Carmen Tello. El novio ha decidido que ya es hora de contraer matrimonio por la Iglesia a sus 88 años de edad. Sucede que el gran maestro de los temples y los desmayos, puede tener la edad que sea porque no tiene edad. El arte en movimiento no envejece, y el suyo está por ahí, sobre el Guadalquivir, en el aire de una de las ciudades más bonitas del mundo. Tres sílabas. Sevilla.
Curro en Sevilla es un monumento más. Como la Catedral, la Giralda, el Archivo de Indias, el Palacio de Montpensier, y en su caso, el Benito Villamarín. En la calle se le saluda, pero no se le molesta. Tiene el talento natural de los genios, y dentro de los genios, de los humildes. En su casa no hay cabezas de toros disecadas. –Bastante he sufrido delante de ellos para tener que recordarlos-. Sus pasos son zambos, personalísimos. Un día, excepcionalmente, con esto de las fotos de los teléfonos móviles, unos viandantes le pidieron que posara con ellos para inmortalizar su visita a Sevilla. Y terminó cansado. Antonio Burgos, uno de sus grandes amigos, se lo recomendó: -Curro, ponte un bigote o una barba postiza y nadie te reconocerá-. –Estás muy equivocado, Antonio. A mí me delatan mis andares-. Y es verdad. Nadie anda como Curro. Los andares más famosos del mundo son los de Curro Romero y los del Duque de Kent cuando pasa entre las dos filas de recogepelotas para entregar los trofeos de Wimbledon. Más elegante Curro, por supuesto.
Y se casa con una belleza de mujer, que tampoco es una niña, pero lo parece. En estos tiempos de agnosticismo y descreímiento, muchas parejas de novios se casan por la Iglesia “porque les hace ilusión”. Y a los pocos años, se divorcian y si pueden, se anulan. Curro y Carmen lo han hecho al revés. Después de veinte años de amor y armonía, se casan por la Iglesia para santificar su armonía y su amor. Escribió el escèptico Pittigrilli que la mejor definición del amor es la que sigue: “El amor es un beso, dos besos, tres besos, cuatro besos, tres besos, dos besos, un beso”… En el caso de Curro no hay vertiente de descenso. Un beso, dos besos, tres besos, cuatro besos y… cinco besos. Ignoro el templo elegido para su boda. Sevilla guarda decenas de prodigios dedicados a Dios y a la Virgen. Pero podría casarse en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla con más derecho que todos los maestrantes juntos y reunidos. Ya lo apuntó cuando dijo: “Yo, en la Maestranza, he hecho todo menos mi Primera Comunión”.
Sevilla, además de la ciudad de la belleza es la ciudad de la medida. En ocasiones tan medida que es desmedida. La incoherencia en Sevilla es coherente, y explicarlo es muy complicado. Curro en Sevilla es dios y mártir, y ha escrito y descrito Sevilla como un escritor de cumbre y un pintor con la paleta llena de arte. Y se casa el torero, el escritor, el pintor, el artista, el escultor, el bético –verdolaga-, y el paseante de Sevilla. A sus 88 años. No habrá novio más rumboso que él.