Con Antonio Burgos, Pepe Oneto (Q.E.P.D.) Luis Del Olmo, Tito Hombravella, Jesús Cacho y otros amigos, estuve en Ulundi, en el Real Palacio zulú, horroroso por cierto, y en el cual nos recibió el entonces Príncipe Mangoshotu Buthelessi, todo un personaje. Buthelessi nos abrió los ojos. –Ustedes, los europeos, no entienden el problema de Sudáfrica. Se creen que se trata de un combate entre negros y blancos. Nosotros, la nación zulú, estamos con los blancos y en contra de los negros que trajeron los blancos para explotar las minas de oro y diamantes. Los blancos nos respetaron, y cuando intentaron gobernar en nuestro territorio, Natal, les dimos por todos los lados. Porque la Sudáfrica no zulú, la descubrieron y la enriquecieron los blancos, fundamentalmente los ingleses y los böers holandeses, los “afrikáans” mucho más duros, aunque los primeros en pisar tierras sudafricanas fueron los portugueses que navegaron por la ruta de la seda. Los negros somos mucho más racistas entre nosotros que los blancos”. Le oíamos asombrados. Buthelessi, que estudió en Oxford, nos recibió vestido de occidental, con un traje gris perla, camisa gris perla, corbata gris perla, calcetines grises perla y zapatos grises perla. Al hacernos la foto junto al monumento al Rey Kata, Antonio Burgos me susurró al oído. “En España, el único que se atreve a vestirse como Buthelessi es Porrinas de Badajoz”.
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Al final, ya relajados bromeamos acerca del vigor sexual del hombre zulú, que Buthelessi nos confirmó: -No lo pongan en duda. Si cualquiera de sus mujeres prueba a un zulú, se queda con el zulú-. Un humillante toque de atención que hirió nuestro orgullo español.
He recordado aquella visita inolvidable cuando, en un atardecer invernal y norteño, leí que Charléne de Mónaco, la mujer del Príncipe Alberto, abandonó durante nueve meses a su marido y familia con el fin de pasar una temporada en su país de nacimiento y vida, la República Sudafricana. Parece una mosquita muerta, más sosa que un plato de acelgas, pero debe tratarse de una mujer de arrestos y prontos imprevistos.
Mónaco no es un Estado conflictivo, y puede permitirse el lujo de su ausencia durante meses sin que los monegascos añoren su figura. Lo preocupante es que ha sido vista con frecuencia en Ulundi visitando al Rey de Zululandia, con quien le une una vieja y estrecha amistad. Ya está en Montecarlo de vuelta, y se ha fotografiado haciendo carantoñas a su marido y manifestando que no hay hombre en el mundo como el Príncipe Alberto, pero me he acordado de la contundente afirmación y advertencia de Buthelessi: - No lo pongan en duda. Si cualquiera de sus mujeres prueba a un zulú, se queda con el zulú-. Y se han encendido mis señales de alarma.
Porque si un zulú medianamente normal, un zulú discreto, del montón, es capaz por su exclusiva condición de pertenecer a la raza zulú, de provocar un estropicio matrimonial por una experiencia pasional, ¿de qué será capaz su Rey? El Rey zulú no es dinástico, sino elegido por el Gran Consejo del Pueblo Zulú, y mucho me temo que su vigor demostrado tenga una valoración alta en la decisión final. Una princesa de Mónaco nacida en Sudáfrica está en su pleno derecho de viajar a su país para pasar unos días con su familia, sus amigos, y recuperar sensaciones y paisajes. Pero una cosa es “unos días” y otra muy diferente nueve meses con frecuentes viajes a Ulundi para ver al Rey de Zululandia, que así llaman los zulúes al territorio de Natal, con Durban como capital, si bien Ulundi es la sede de la monarquía zulú.
Y no se me quita la preocupación. Un día de estos voy a llamar al Príncipe Alberto, y a ver qué me cuenta.
Si es que se pone al teléfono y me quiere contar algo.