He leído, muy por encima, a vuela ojos, que la cortesana Corinna ha solicitado a la Justicia que el Rey Don Juan Carlos no se acerque a ella a menos de 150 metros de distancia. Curiosa petición la de ésta desprovista de pudor y de vergüenza, tan culpable –después de enriquecida-, de que el Rey de la libertad de España consuma sus últimos años de vida en un emirato pérsico. Para ello, al alimón con Corinna, se ha sumado a la injusticia, la Fiscal General del Reino, sin pruebas de culpabilidad y sin imputarle delito alguno.
O mucho me equivoco, o la única sensación positiva que experimenta el Rey Padre en su lejanía, es precisamente, la distancia física que mantiene con la peligrosa cortesana que se enriqueció a su lado. Si de Don Juan Carlos dependiera, Corinna no podría acercarse a su persona a menos de 1.000 kilómetros de distancia. El Rey cometió un error descomunal cuando se enganchó a los atractivos –por otra parte muy superables-, de esta princesa que no es princesa, cuya pasión a destiempo no puede ensombrecer la inmensa grandeza de su Reinado. No resulta sencillo justificar su error, y menos aún, pasar por alto su generosidad con tan alarmante espécimen vulperino. Hasta los viejos y buenos socialistas, como Alfonso Guerra, han sabido expresarlo con mucha más claridad que muchos de sus silenciosos amigos. “Nos trajo la libertad, los derechos humanos y la Constitución. Y lo han machacado por un simple lío de faldas”. Los tiempos cambian. Nuestro gran Rey cultural, Felipe IV, peor político que Felipe V y Carlos III, ha pasado a la Historia como el Rey de la Cultura. Durante su reinado, brillaron los Siglos de Oro de la Literatura y de la Pintura. Fue retratado por un tal Diego Velázquez, con su arcabuz en los montes de El Pardo, y el Guadarrama como horizonte. El azul Guadarrama de los poetas. La política la dejó en manos de un ambicioso Valido, el Conde-Duque de Olivares, que encarceló en San Marcos de León, cuando aún no era un Parador de cinco estrellas reconvertido por Fraga Iribarne, por unos versos anónimos demoledores. El Conde-Duque le ofreció la oportunidad del exilio en Italia, con un amor soñado entre los limoneros de Amalfi y el amparo de su Señor natural, el Duque de Osuna. Y Quevedo eligió el frío y la soledad de una celda en San Marcos de León.
Felipe IV hoy estaría encarcelado. Tuvo 41 hijos fuera de su matrimonio, y Don Juan Carlos no ha tenido ninguno.
Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, Carlos I, Felipe II, Felipe IV, Felipe V, Carlos III y – si me lo permiten-, Alfonso XIII, fueron Reyes de España excepcionales. Y esa excepcionalidad la engrandeció sin límites Don Juan Carlos I, al que debemos los tiempos más unidos y felices de los españoles. Pero cometió el error de Corinna, y no han sabido perdonarlo. Entre el Debe y el Haber del Reinado de Don Juan Carlos, la fuerza y el peso del segundo es abrumador y contundente.
Por no entorpecer el Reinado de su hijo, Felipe VI, acosado por la fuerzas de la anti-España, el Rey Padre está en Abu Dhabi. Y ahora llega la cortesana, la ambiciosa, la insoportable Corinna que pide a la Justicia británica que Don Juan Carlos no se acerque a ella a menos de 150 metros de distancia. No se conoce cinismo parecido. Conociendo al Rey, puedo asegurar y aseguro, puedo prometer y prometo, y hasta puedo jurar y juro, que Don Juan Carlos no tiene la menor intención de acercarse a menos de 150 metros a la causa de sus desdichas. Mil kilómetros le parecerán poco.
Lo perverso del caso, es que, al paso que vamos, es muy probable que tengamos que llorar el final de un Rey extraordinario, no a mil kilómetros de la Cortesana alimañera, sino a diez mil kilómetros de España.
Quiera Dios que me equivoque.