La jerga de los marinos, marineros y pescadores se escapa a la comprensión de muchos “terrestres”, que así llaman a quienes no tienen a la mar como escenario fundamental de sus vidas. Unos, al servicio permanente de España, y otros, como principal solución económica para sus familias. De ellos, los más sutiles en el lenguaje son los marinos de la Armada -¿Porqué no Real Armada?-, de España. Lo que paso a narrar es un hecho verídico que protagonizaron a bordo del “Giralda”, Don Juan De Borbón y el marqués del Mérito, conocido íntimamente como “Peps” Mérito. Terrestre total, sevillano, gran señor.
Mérito le pidió a Don Juan embarcar unas pocas jornadas en El Giralda. Y Mérito embarcó en Cascais. En aquel tiempo el mando del barco se lo turnaban el propio Don Juan y Eduardo –Edu-, Caro Aznar. El patrón era Juan, de Bermeo. El jefe de máquinas, Basi, de Bermeo. Y el repostero o camarero, José, gallego. La primera noche de Peps en el barco fue plácida, pero durante el desayuno se quejó del baldeo del barco con la frase menos marinera de la Historia de la Humanidad. –“Señor, dígale a los empleados que tengan algo más de cuidado al limpiar las terrazas porque se han colado litros y litros de agua por la ventana de mi dormitorio-. Don Juan inmortalizó textualmente la queja de Mérito en el Libro de Bitácora del Giralda.
“Señor, ¿me podría pasar el frasco de mermelada? Siempre que en el mar la mermelada se llame así’ Veinte años después, Don Juan se mondaba de risa con la salida del marqués”
Esa misma mañana, navegando por la costa rumbo a España, Mérito comentó: -Qué bonito ese pueblo que queda a la izquierda-; - a babor-, corrigió Don Juan. Siguiente comentario.–Señor, qué barcazo más grande el de la derecha-;- el de estribor, y es un petrolero-, puntualizó Don Juan. Minutos más tarde. – Señor, ¿ y qué es ese barquito que tenemos por detrás?-; Don Juan : - Es un pesquero, y no lo tenemos por detrás, sino a popa-. La mar se encrespó un poco y Mérito se sintió algo mareado. –Señor, me voy a la parte de delante para que me dé el aire. Estoy algo descompuesto-; - lo que estás es mareado como una cuba, y no vas a la parte de delante, sino a proa-. El día pasó. Llegó la noche y no hubo más contratiempos.
“En sus últimos días de vida, Alfonso XIII soltó una carcajada. ‘¿Qué te hace tanta gracia?’, le preguntó su hijo. ‘Nada importante. Me estoy acordando de la hermana de Mendiluce Aguirre-Gaviria”
En el desayuno del día siguiente, siempre a las 8 en punto en la cámara del Giralda, Don Juan desayunaba un café con leche con tostadas, mantequilla y mermelada. Mérito no alcanzaba el frasco de mermelada, que Don Juan tenía acaparado. Al fin se lo pidió. –Señor, ¿me podría pasar el frasco de mermelada, siempre que en el mar la mermelada se llame así?
Veinte años después, Don Juan se mondaba de risa con la salida del Marqués de Mérito. Eso que se llama la firmeza estructural ante las imprecisiones. Como la de su padre, Alfonso XIII, con el Miñón de Álava Mendiluce Aguirre-Gaviria.
En un viaje a Vitoria, le advirtieron al Rey que había entre los Miñones – soldados de Honores que cumplían en aquella Unidad su Servicio Militar-, un fenómeno de la naturaleza. El Miñón Herminio Mendiluce Aguirre-Gaviria, capaz de proceder al fornicio nueve veces cada día. Al Rey Alfonso le interesaban mucho aquellos detalles. Se hallaban formados los Miñones y el Rey le preguntó al capitán. -¿Quién es Mendiluce Aguirre-Gaviria?- . El tercero contando desde la izquierda. El Rey pasó revista, y se acercó posteriormente a los Miñones para saludarlos. Al llegar a la altura de Mendiluce, un “morrosko” de ciento noventa centímetros de altura, Alfonso XIII se acercó al Miñón, y le preguntó en tono bajo. –Mendiluce Aguirre.-Gaviria, ¿es cierto que eres capaz de echar nueve polvetes cada día?-. Mendiluce, tímido él, enrojeció con la pregunta Real, y respondió con voz firme y castrense: -Son habladurías, Majestad, habladurías. La de los nueve polvos, es mi hermana”.
“Aquel sincero Miñón alavés nunca supo el regalo que le hizo a un Rey de España. Su última carcajada”
Otra reacción estructural de dignidad. Contaba Don Juan, que en los últimos días de vida de su Padre, en el Gran Hotel de Roma, ahogado y deprimido, en un momento dado, El Rey soltó una carcajada. – ¿Qué te hace tanta gracia, papá?-, preguntó Don Juan. –Nada importante. Me estoy acordando de la hermana de Mendiluce Aguirre-Gaviria-. Creo que jamás supo aquel sincero Miñón alavés, el regalo que le hizo a un Rey de España. Su última carcajada.