La verdad es que nadie supera a los ingleses en la majestuosidad y el buen gusto de sus ceremonias. Más aún si el sentido militar se impone. El Duque de Edimburgo así lo dispuso y así fue enterrado. Luto y soledad, naturalidad y pompa, serenidad y distancia con las demostraciones de tristeza. La Reina Isabel II, sola en el lateral de la nave, vestida de negro y con la compañía de decenas de millones de personas distribuidas por todo el mundo. La más elegante y con mayor clase, la postiza, la Duquesa de Cambridge, Kate Middleton, un pasmo de soltura y belleza. El Príncipe de Gales, con sus 72 años a cuestas, empieza a tener expresión de Rey. No siempre de acuerdo con su padre, pero el más afectado de todos. No se echó de menos a la tal Meghan, una calamidad de mujer.
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Decía Edgar Neville que llorar en público es de chachas. Mi abuelo político materno, Antonio Muguiro, Capitán de Húsares, al mando de su Compañía, despidió en El Escorial a la Reina María Cristina, madre del Rey Alfonso XIII. Ceremonial antiguo, portentoso, de la Corona Española.
Hacía mucho frío en El Escorial, y el Capitán Muguiro experimentaba un peligroso avance hacia la pulmonía. Al paso del ataúd de la Reina, efectuó el saludo militar con su sable al tiempo que decía: -Hasta mañana, Señora-.
“Lo españoles nos hemos olvidado que Felipe de Edimburgo amparó con su presencia en los Jerónimos y posteriormente en el Palacio Real la proclamación como Rey de España de Don Juan Carlos I. No lo hizo como primo de la Reina Doña Sofía, sino en representación de la Reina Isabel”
Aquellos paisajes de los Húsares de la Princesa y de Pavía han desaparecido. Los británicos no extinguen su uniformidad militar, y la mantienen de forma rigurosa. Inglaterra dejó de serlo durante unas horas cuando el entierro de Diana de Gales, que fue un entierro de histerismos llorados. Los ingleses se comportaron como chachos y chachas, y dieron una imagen de folclore lacrimógeno.
“La mayor prueba de educación es no turbar con tu pena a los amigos que acuden a consolarte”. Esta frase tan afortunada podría atribuírsela a Churchill, pero por desgracia, es mía. Churchill me debe muchas frases. Cuando se me ocurre alguna sentencia ingeniosa, se la endoso al gran político, escritor y militar inglés, y quedo liberado de su repercusión. Churchill, tan gordo y tan limpio, lo cual es un milagro en el Reino Unido, fue un orador y un parlamentario formidable. Su talento sólo lo disfrazaba ante el Rey, ya fuera Eduardo VII, Eduardo VIII – el pobre tonto casado con la Meghan de su época-, con Jorge VI o con Isabel II. Churchill fue un gran defensor de la boda de Isabel y Felipe de Edimburgo.
“Los británicos no extinguen su uniformidad militar, y la mantienen de forma rigurosa. Inglaterra dejó de serlo durante unas horas cuando el entierro de Diana de Gales, que fue un entierro de histerismos llorados”
Y tenía su pasado militar, del que jamás se separó. “No me pongo el uniforme porque mi cintura excede de lo admitido por el Reglamento”. Fue el gran héroe inglés en la Segunda Guerra Mundial, y perdió las elecciones. Pero acertó en su vaticinio. “Será el compañero perfecto de nuestra Reina”. Y esta frase es de Churchill, no mía. Cuando el Duque de Edimburgo le expresó su malestar por tener que moverse a tres metros de su mujer, que era la Reina, Churchill le consoló: -Señor, en privado, puede Su Alteza acercarse a la Reina a una distancia mucho menos protocolaria y prudencial. Pero en público, la mujer que va delante de Su Alteza, no es su mujer sino el Reino Unido”. Y lo aprendió.
Coincidió el funeral y entierro del Duque de Edimburgo con un día luminoso. Con lluvia, la ceremonia no habría sido igual, pero hubiera tenido la grandeza prevista. Lo españoles nos hemos olvidado que el Príncipe Felipe amparó con su presencia en los Jerónimos y posteriormente en el Palacio Real la proclamación como Rey de España de Don Juan Carlos I. No lo hizo como primo de la Reina Doña Sofía, sino en representación de la Reina Isabel , segura y convencida del camino democrático hacia el que España daba su primer paso. “Me ha impresionado Madrid. Es una ciudad maravillosa”. Y esto tampoco es mío, sino del Duque de Edimburgo.
Descanse en paz el hombre más leal a su Reina, menos fiel a su mujer, y más elegante del siglo XX y buena parte del XXI. Enterrado en Windsor en plena pandemia y con el orgullo militar que él ordenó.