Creo que fue el Cardenal Spellman el que proclamó y extendió por todo el mundo su mensaje. “La familia que reza unida, permanece unida”. Y tenía y tiene mucha razón. Del mismo modo que al autor de este texto no le falta cuando afirma que la familia que juega unida es una familia rota para siempre. Entiéndase por jugar a todo aquella supuesta diversión que abarca desde el deporte practicado en familia a los juegos de salón, de naipes, y todo entretenimiento que signifique familiar competición. Mi grande y querido amigo de la juventud, Lorenzo Guillamones Fürstemberg-Halte, falleció a consecuencia de la herida que le produjo en la cabeza el tablero de un parchís que previamente le había arrojado su padre segundos después de que Lorenzo le comiera una ficha a punto de entrar en los casilleros de la inmunidad. Su padre, el conocido fundador de la floreciente empresa “Tubos Guillamones S.L” era hombre apacible y progenitor ejemplar. Casó con una hermosa austríaca que en realidad se llamaba Sonja Grüber, apellido que le supo a poco, y lo cambió por Fürstemberg-Halte. Don Paulino Guillamones educó a su hijo con primor. Le reveló los secretos para conseguir la aleación perfecta de los “Tubos Guillamones” y lo envió a internados de Francia, Inglaterra y Alemania. El niño, ya adolescente que yo conocí, hablaba a la perfección cuatro idiomas, y sentía adoración por su padre. Su madre, quizá influida por la empresa de su esposo, le puso los tubos con un naviero panameño de inabarcable fortuna que compraba kilómetros de “Tubos Guillamones” para las cañerías de sus barcos. Después de dos años con el naviero panameño, la madre de Lorenzo, se fugó con el Príncipe Fulgencio Kevin I, pretendiente al trono de Bolivia. Pero don Paulino y Lorenzo superaron el dolor y los sábados organizaban partidas de parchís en su elegante y distinguido piso de Benidorm que ocupaba toda una planta, la vigesimosexta del rascacielos “Empire Mediterranean III” en primera fila de playa.
Aquel sábado, don Paulino invitó a jugar al parchís a un concejal de Benidorm y al presidente de la Comunidad de Propietarios del “Empire Meditearrean III”. Todo transcurría con normalidad, es decir, agrietando amistades como siempre sucede con el parchís, cuando don Paulino se encontró con tres fichas en su gajo final, y la última a falta de un casillero para entrar en el camino de la victoria. Pero su hijo movió el cubilete y le salió un seis. Tiró de nuevo y le salió otro seis. Estaba a cuatro de comer la ficha de su padre. Y salió cuatro. Don Paulino perdió los nervios y abatió a su hijo de un lógico tablerazo. Eso no se hace. Fue condenado a seis meses de prisión – que no cumplió-, porque los tres jueces de la Sala eran muy aficionados al parchís y comprendieron a la perfección la reacción de don Paulino. En la sentencia se lee: “Aunque no merezca elogios la reacción del acusado, don Paulino Guillamones Grasafot, hay que reconocer , analizada la jugada, que a ese niñato había que matarlo”.
“La tía del vizconde de Lamamús fue asesinada por su sobrino por retardar el pase de la pelota en el divertido juego familiar”
Yo mismo, y perdón por el pleonasmo, perseguí durante diez minutos a mi primo Federico Díaz Ercoreca con una barra de hierro cuando me comió una ficha mientras emitía un odioso “je,je,je”. Y he conocido casos, que no han saltado a las noticias de sucesos, escalofriantes. En los últimos diez años han fallecido seis jugadores de croquet a manos de sus familiares. Un par de ellos, jugando a “Policías y Ladrones”. La tía del Vizconde de Lamamús de los Corzos, fue asesinada por su sobrino por retardar el pase de la pelota en el divertido juego familiar: “Bota, bota la pelota, y se la tiro a un idiota”. En fin, me abstengo de proseguir porque puedo perjudicar seriamente a muchos miembros de mi familia.
Los juegos deportivos o de sociedad o de salón familiares terminan y aniquilan definitivamente, la armonía familiar.
Lo cual advierto porque me consta que hay familias que todavía juegan unidas.