Lo de Harry y Meghan recuerda, dentro de lo que cabe, a lo de Eduardo y Wallis. No eligen bien los Windsor a las americanas. Lo escribió el formidable y gruñón Bernard Shaw: “Los Estados Unidos e Inglaterra, dos naciones hermanas sólo separadas por el idioma”. Para una americana, ingresar en la Familia Real británica tiene su importancia. La primera fue Wallis Simpson, lo más parecido a una pescadilla. Por ella renunció a la Corona Eduardo VIII. No se entiende tan enamorada renuncia. Un Rey de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte que abandona el trono por una bacaladilla no merece reinar ni en su casa. Puedo entenderlo si la causa de la renuncia se llama Ingrid Bergman, Sharon Stone o Garbiñe Muguruza, pero aquella Wallis era un petardo. Lo cierto es que Eduardo, el Duque de Windsor, prestó un gran servicio a su país, en su caso, a sus países. Le dejó el trono libre a su hermano Alberto, Jorge VI, que fue un Rey modélico, y a Jorge VI le heredó su hija, Isabel II, que ha sido una Reina monumental. Una norteamericana no puede entender la cultura inglesa.
En el prólogo de la mejor Guía de Inglaterra, Pompa y Circunstancia, que se ha escrito y publicada hasta la fecha, y de la que es autor un estupendo escritor español, Ignacio Peyró, escribe Lord Tristan Garel-Jones: “El Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte es una auténtica mina de sorpresas. Esta “enciclopedia” de Ignacio Peyró es una guía fundamental para quienes quieran entender este extraño país que no tiene Constitución, cuyo Consejo de Ministros es, formalmente, una mera Subcomisión del Consejo Privado de Su Majestad, y cuyo deporte nacional, el Cricket, consiste en partidos que duran cinco días (con descansos para tomar el té) y casi siempre acaban en empate”. Don Juan De Borbón, el Rey del exilio, padre de Don Juan Carlos I y abuelo de Don Felipe VI, justificaba la renuncia del Duque de Windsor con cierta ironía.
“Los ingleses tienen una especial escala de valores, y que gracias a ello, inventaron el buen gusto y el confort”
“Eduardo buscó siempre una excusa para renunciar al trono, y la encontró en la señora Simpson, como podía haberlo hecho con otra señora. No le gustaban las mujeres. Perdía aceite”. Los ingleses necesitan ser comprendidos con altura de miras. El Duque de Bedford, genial autor del Libro de los Snobs, en el que defiende que el esnobismo proviene del marxismo, pero no el de Marx sino el de “Mark & Spencer”, salvó su fortuna y su castillo gracias a los norteamericanos. Fue el primer Duque que convirtió su ancestral castillo en Surrey en motivo de visita turística. El 99% de su clientela, turistas americanos, que pagaban 5 libras por visitar con un guía el castillo y sus jardines, 15 libras si deseaban estrechar la mano del Duque y 40 libras si se interesaban por mantener una brevísima charla con Su Gracia. - ¿De dónde es usted?- preguntaba Bedford al turista entusiasta. –De Sangcoock, Oklahoma-; -Oh, Oklahoma, bien, bien-, comentaba el Duque. Y otras 40 libras al talego.
Bedford comentaba que los ingleses tienen una especial escala de valores, y que gracias a ello, inventaron el buen gusto y el confort. “Mi amigo Sir Reginald Basset, sorprendió a su maravillosa mujer, Lady Mary, en la cama con el jardinero. –Oh, perdón que les interrumpa en momentos tan delicados”. Y dirigiéndose a Smith, el jardinero, con acerada dureza le amonestó: -Smith, las hortensias presentan un aspecto deplorable. Que sea la última vez”. El Times presumía en aquellos tiempos- decenio de los 30 del pasado siglo-, de no haber cometido jamás un error. Bedford era suscriptor desde muy joven. Se hallaba enfermo en su casa de Londres cuando leyó su fallecimiento. “Necrológicas. Ha fallecido el Duque de Bedford”. Llamó al Director del Times para negociar la rectificación. Bedford no quería que su periódico reconociera una equivocación de semejante calibre, y se alcanzó el acuerdo. Al día siguiente, en la sección Natalicios el Duque leyó: “Ha nacido de nuevo el Duque de Bedford”.
“Harry es mucho más Spencer que Windsor, y lo ha tenido todo en la vida. Ahora se enfrenta a una ruina de decenas de millones de libras”
Harry no es de aquella gloriosa época. En nada se parece a su abuelo Edimburgo ni a su padre, quizá el hombre que mejor se viste del mundo, aunque en ocasiones patina con las corbatas. Harry es una equivocación Real, y se ha dejado conquistar por Meghan Markle, una americana de armas tomar. Las impertinencias de la intrusa han molestado hasta tal punto a la Reina Isabel – su nieto preferido es Harry, precisamente-, que se ha visto obligada a separar al joven matrimonio de la Familia Real. Harry es mucho más Spencer que Windsor, y lo ha tenido todo en la vida. Ahora se enfrenta a una ruina de decenas de millones de libras. Como a Harry, al contrario que a su tío bisabuelo, Eduardo VIII, sí le gustan las mujeres, la dejará pronto por otra menos chocante. Esto es lo que tiene de bueno de escribir de Harry y Meghan. Que son tan poco interesantes, que se pueden llenar dos folios escribiendo sobre ellos sin apenas nombrarlos. Uno es agua y la otra, aceite.