Se decía de él que era perfeccionista, visionario y adicto al trabajo. Karl Lagerfeld dedicó su vida a la moda, tres largas décadas de jornadas infinitas que consiguieron mantener con honores el legado de Gabrielle Chanel. Se ganó el apodo del Káiser y supo traducir los códigos de la maison francesa al lenguaje moderno bajo su particular forma de entender el diseño. Para ella, rescató el traje de chaqueta, el tweed, los escarpines, las camelias y los mitones, fundiéndolos en inolvidables vestidos que vivían su momento álgido en temporada de Alta Costura. Hoy la industria llora su pérdida y homenajea al incombustible hombre del cuello alzado y gafas oscuras que defendió hasta el final su propia idea de elegancia.
Precisamente, era en estos desfiles, bajo la cúpula del Grand Palais parisino, donde el maestro ponía el broche de oro a cada pase Haute Couture con un esperado vestido de novia. Unos modelos que lucieron sus inolvidables musas, desde Claudia Schiffer, Linda Evangelista o Inés de la Fressange en los años 90 a las contemporáneas 'niñas mimadas' de la moda como Cara Delevingne, Kendall Jenner, Kaia Gerber o Lily-Rose Depp.