El 19 de abril de 1956, Mónaco fue escenario de una de las bodas más memorables del siglo XX: el enlace entre Grace Kelly y el príncipe Rainiero III. Más de 30 millones de personas siguieron la ceremonia por televisión, cautivadas por la trama de película que se hacía realidad en el Palacio de los Grimaldi. Y entre todos los detalles que marcaron aquella fecha, hubo uno que quedó grabado en la memoria colectiva para siempre: el vestido de novia (sin tiara ni joyas extravagantes) que la actriz lució el día que se convirtió en princesa.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Cómo el vestido de novia de Grace Kelly cambió para siempre la moda nupcial
El vestido de la novia fue un regalo de los estudios MGM a su estrella más célebre, puesto que Grace Kelly había rodado para ellos grandes clásicos como Alta Sociedad y El cisne. Diseñada por la figurinista Helen Rose, esta impresionante creación está confeccionada en tafetán de seda, tul, encaje de Bruselas y cientos de perlas bordadas a mano. Un look de cine para una estrella de cine.
Pasó a la historia como uno de los diseños nupciales más replicados, incluso décadas más tarde, ya que tanto novias reales como anónimas (monegascas, españolas y de todo el mundo) siguen inspirándose en él, a pesar de la complejidad de su estructura. Se compone de un corpiño ajustado con cuello alto y mangas largas en encaje, un fajín plisado a la cintura y una voluminosa falda tipo globo.
Encaje antiguo y cientos de perlas
El encaje, que databa del siglo XIX, fue restaurado especialmente para la ocasión, dato que nos puede dar una idea sobre la atención al detalle que requirió su elaboración. Un equipo de más de treinta costureras trabajó bajo estricta confidencialidad durante dos meses desde Hollywood hasta completar el diseño que la actriz ganadora del Oscar luciría en su gran día.
Una princesa sin tiara
Grace Kelly apostó por un tocado que armonizaba perfectamente con su vestido, aunque sorprendió a quienes esperaban ver una imponente tiara, tomando en cuenta que era la boda del príncipe de Mónaco. Ahora se entiende que la familia real monegasca no tiene una larga tradición en el uso de tiaras en las bodas. Sus ceremonias nupciales se han despojado del estricto protocolo que todavía marca los enlaces de monarquías más tradicionales, como la española o la británica.
En este aspecto también influye que la familia Grimaldi, a diferencia de los Borbón o los Windsor, no cuenta con una selección de alhajas tan amplia, de modo que la princesa Grace acabó decantándose por una pieza de estilo Juliet cap adornada con encaje y una diadema de flores de azahar, a las que se sujetaba un velo de tul que medía casi un metro de largo. Décadas más tarde, sus hijas, Carolina y Estefanía, al igual que su nieta Carlota, siguieron esta tradición -la de prescindir de tiara- en sus respectivas bodas.
La actriz quiso añadir, como toque final y en sintonía con cada elemento de su look, unos sutiles pendientes de perlas con diamantes, los cuales pertenecían a su familia y, por tanto, simbolizaban el recuerdo de su vida en Estados Unidos, la que dejaba atrás para asumir este importante rol de la mano de su nuevo marido.
Por su fusión perfecta entre el glamur hollywoodense y la tradición aristocrática, el vestido de Grace Kelly ha inspirado a un sinfín de novias, incluidas mujeres de la realeza como Kate Middleton, Marie-Chantal de Grecia o la propia Sassa de Osma. Con su delicado encaje, cuello alto, mangas largas y silueta de princesa, sentó las bases del estilo clásico que, aún hoy, muchas buscan replicar en su camino al altar.
Una boda para el recuerdo y 26 años de matrimonio
En 1955, Mónaco fue uno de los escenarios de la película Atrapa a un ladrón, protagonizada por Grace Kelly, y el príncipe Rainiero III aprovechó la estadía de los actores en su territorio para conseguir una cita con la hermosa intérprete, de quien era un absoluto fan. Le pidió a un amigo común de ambos, el periodista Pierre Galante, que se la presentara, y menos de un año después ya estaban casados.
En el banquete de la boda, según ha trascendido, se degustaron platos de salmón, caviar, pollo, huevos en gelatina y langostas. Por su parte, la tarta nupcial de seis pisos, que se puede apreciar al fondo de la fotografía, incluía elementos simbólicos del principado y estaba adornada con figuras de azúcar que representaban insignias militares y navales.
Rainiero de Mónaco tenía a su nombre 24 títulos nobiliarios, pero no una excesiva fortuna. La boda, que llegó a reunir a 30 millones de espectadores por televisión, sirvió de escaparate para las medidas económicas y ventajas fiscales que impulsaría el joven heredero con el objetivo de aumentar el turismo de lujo, atrayendo a las grandes fortunas.
A mediados los años sesenta, Mónaco ya era una plaza fuerte de negocios y finanzas, con sus casinos, el circo y los bailes a la vieja usanza. Hasta la muerte de Grace Kelly, en 1982, el matrimonio real convivió a lo largo de 26 años, durante los cuales tuvo tres hijos: la princesa Carolina (1957), el príncipe Alberto II (1958) y la princesa Estefanía (1965). En ellos, perdura su memoria.