Las bodas reales suelen ser eventos muy esperados, con vestidos voluminosos, miles de invitados y una ceremonia televisada, pero los libros de historia ya se encargan de contar por qué este no fue el caso para una pareja tan poderosa como la que hoy reina en el Palacio de Buckingham. A diferencia del primer matrimonio del actual rey Carlos con Diana de Gales, el hijo de Isabel II y Camilla Parker Bowles tuvieron un enlace notablemente discreto. Fue distinto de cualquier otro visto en la Familia Real Británica y estuvo marcado por el deseo de celebrar un amor que había superado décadas de obstáculos y presión mediática. Este 9 de abril, se celebran 20 años de aquella unión.
La reina Camilla, una novia real atípica
La relación entre Camilla y Carlos se remonta a los años 70, cuando entablaron una profunda amistad que más tarde se transformaría en amor. Sin embargo, ambos se casaron con otras personas: ella, con Andrew Henry Parker Bowles, oficial del Ejército Británico; él, con la fallecida Diana de Gales. No fue hasta los 90 que, una vez divorciados de sus primeras parejas, decidieron llevar su relación a la esfera pública y, tras muchas controversias, la Casa Real aceptó su unión. Su boda, el 9 de abril de 2005, fue la consolidación de un vínculo inquebrantable que había resistido un sinfín de juicios sociales a lo largo de casi cuatro décadas.
Su look para la ceremonia civil: de blanco, pero discreta
Camilla Parker Bowles contrajo matrimonio con el entonces príncipe de Gales, hoy rey Carlos III, en una discreta y significativa ceremonia civil -dado que ambos estaban divorciados- celebrada en el Ayuntamiento de Windsor. Al acto le siguió, eso sí, una bendición religiosa en la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor. Para el enlace, la novia optó por un conjunto de abrigo hasta la rodilla en tono marfil y un vestido a juego con ribetes festoneados, confeccionado por Anna Valentine y Antonia Robinson, sus diseñadoras de confianza.
Piezas históricas de la familia Windsor, un símbolo de integración
Este primer look, de líneas puras, reflejaba una sobriedad acorde con la solemnidad de la ceremonia. Sin velo ni tiara, en vista de que no fue una boda religiosa, Camilla complementó el conjunto con una espectacular pamela de rafia trenzada del mismo color impoluto. Este tocado de ala ancha bordada con encaje, obra del icónico sombrerero Philip Treacy, estaba adornado con flores de tul y plumas, detalles que le dieron ese toque más llamativo al estilismo.
Prendido en la solapa izquierda del abrigo, llevó un broche con forma de hoja completamente cubierto de diamantes, una pieza heredada de la Reina Madre que aportaba al look cierto simbolismo: era una forma de integrar a Camilla en el legado histórico de la familia Windsor.
Un segundo conjunto nupcial con abrigo de bordados dorados
No obstante, fue durante la bendición religiosa cuando Camilla deslumbró con el que es considerado su verdadero vestido de novia. También firmado por Anna Valentine y Antonia Robinson, este segundo conjunto consistía en un vestido largo de gasa azul pálido y una chaqueta larga en chiffon de seda marfil con bordados dorados, que recordaba a los tradicionales trajes ceremoniales británicos.
El tándem nupcial de quien fuera la duquesa de Cornualles era una reinterpretación moderna de la elegancia aristocrática, pensado para una novia madura y muy sofisticada. También optó por un enfoque minimalista en cuanto a la joyería, alejado del exceso propio de los enlaces reales, lo que subrayó tanto el carácter atípico de la boda como la mesura de su estilo personal.
Una futura reina sin tiara
Camilla se decantó por unos pendientes largos con diamantes y perlas y un collar compuesto por varios hilos de perlas rematado con un cierre de diamantes de inspiración art déco. Esta última pieza es una de sus favoritas, y la ha lucido en repetidas ocasiones a lo largo de los años.
Nuevamente, el protagonista del estilismo fue el tocado: una impresionante corona, de Philip Treacy, con plumas doradas que emulaban una especie de abanico.