Las tartas de boda, tal como las conocemos, tienen su origen en la boda de una royal. Aunque a mediados del siglo XVII los pasteleros británicos introdujeron el glaseado de azúcar blanco en los pasteles, fue tras el enlace de la reina Victoria cuando este postre adquirió un carácter más simbólico y empezó a decorarse con esmero. Su tarta era grande, blanca y estaba adornada con flores de azúcar. Pero después de esta ha habido muchas más. De Isabel II a Eugenia de York, hacemos un repaso por los postres nupciales más espectaculares (y deliciosos).
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La tarta nupcial de Isabel II fue elaborada por McVitie & Price. Tenía cuatro pisos de altura, medía 2,7 metros y es conocida como La tarta de las 10.000 millas porque estaba rellena con fruta seca de Australia, macerada en ron y brandy de Sudáfrica. ¿El motivo? Debido al racionamiento posterior a la Segunda Guerra Mundial, algunos ingredientes fueron enviados desde diferentes partes del mundo. El pastel estaba decorado con los escudos de armas de ambas familias y figuras de azúcar que representaban insignias militares y navales.
La tarta nupcial de Grace Kelly y Rainiero de Mónaco era toda una obra de arte. Su diseño incluía detalles arquitectónicos y elementos simbólicos del principado. También estaba adornada con figuras de azúcar que representaban insignias militares y navales.
Cuatro pisos, cada uno decorado con merengue italiano y adornado con flores en tonos rojos y blancos (un guiño a la bandera de Mónaco), dieron forma a esta tarta nupcial. Aunque no trascendieron todos sus sabores, sí se sabe que la tarta incluía frambuesas y chocolate.
Once pisos, tres metros de altura y un peso aproximado de 250 kilos caracterizaban la tarta nupcial de la pareja. La Asociación Sueca de Panaderos y Pasteleros, que regaló este postre a la pareja, tardó cerca de 160 horas en realizarla. Estaba elaborada con ingredientes orgánicos, combinaba sabores de chocolate blanco, crema de almendra y mousse de fresas con champaña y decorada con tréboles de cuatro hojas, simbolizando a la pareja real y su unión matrimonial. Además, cada nivel presentaba obleas de chocolate con el monograma de los novios en caramelo, y la cima exhibía una versión ampliada del monograma en caramelo fundido.
Fiona Cairns fue la encargada de diseñar esta tarta de ocho pisos que medía un metro de altura. Siguiendo la tradición británica de los postres nupciales, estaba elaborada con bizcocho de frutas y decorada con delicadas flores de azúcar.
Tenía siete pisos, medía aproximadamente dos metros y medio de alto y estaba adornada con cerca de 2000 flores de azúcar. Esta tarta, supervisada por el reconocido chef Alain Ducasse, estaba coronada por una protea, la flor nacional de Sudáfrica, un detalle que simbolizaba la conexión de la princesa con su país de origen.
La pareja optó por una tarta menos convencional, encargada a Claire Ptak, de Violet Cakes. Consistía en un bizcocho de limón y flor de saúco, decorado con 150 flores frescas, principalmente rosas y peonías. El sirope de saúco utilizado procedía de los jardines de la residencia real en Sandringham.
La pastelera londinense Sophie Cabot fue la encargada de dar forma a esta tarta que consistía en una combinación de red velvet y chocolate, dos sabores poco convencionales en las bodas reales británicas. Tenía seis pisos decorados con detalles de azúcar que simulaban hojas de otoño; en la base, se encontraban las iniciales de los novios en color dorado, armonizando con el soporte que sostenía la tarta.