Un vestido de novia creado con retales del de su madre para la boda de Alicia en Cáceres
La pareja escogió el Monasterio de Guadalupe para celebrar su enlace internacional tras siete años de amor, una jornada en la que el look nupcial, firmado por Lucía de Miguel, triunfó sin lugar a dudas
En la búsqueda del look nupcial perfecto, lograr que el diseño sea lo más personal posible y hable de una misma es el reto al que se enfrentan numerosas prometidas. Algunas lo consiguen buscando inspiración en las redes sociales, otras viajan al pasado y unas últimas bucean en su historial familiar. Este es el caso de Alicia, una recién casada viral que, para su boda en Cáceres con Miguel, escogió un vestido de novia plisado que se confeccionó a partir de retales del que llevó su madre en su gran día.
El diseño, que se mueve a caballo entre lo romántico y lo añejo, fue un trabajo de Lucía de Miguel en quien nuestra protagonista confió plenamente. “Cada prueba era emocionante. Lucía maneja muy bien los distintos materiales y te va recomendando cómo combinarlos. La verdad es que me deje llevar completamente por sus recomendaciones. Creo que tenemos un gusto muy parecido y eso ayudó mucho”, explica Alicia.
Todo comenzó con una cita, la que esta novia viral solicitó a su diseñadora. Lo cierto es que no acudió a otros ateliers, sino que se lo jugó todo a una carta. “La conocí a través de mi hermano, habían coincidido en un programa de cooperación llamado Madrid Rumbo al Sur, y me habló de ella como diseñadora. Le eché un vistazo a su perfil de Instagram y pedí una cita”, relata. En cuanto se conocieron personalmente, conectaron enseguida, le inspiró confianza y le hizo saber que sería fiel a su estilo y personalidad: “dos cosas que son cruciales para un día como tu boda”.
Fue así como le explicó que su intención era utilizar el vestido de novia de su madre, concretamente retales del mismo, más de 25 años después. Nuestra protagonista reconoce que siempre le gustó aquel diseño nupcial, pero estaba algo amarillento y se lo enseñó a Lucía de Miguel en esa primera cita. “Ella es muy partidaria de reutilizar telas antiguas, trozos de trajes que sean especiales para la novia…, y en seguida le pareció muy buena idea. Lo estuvimos lavando con jabón natural y dejando sacar al sol para ver si conseguíamos recuperar el color original y ¡tuvimos suerte! A partir de ahí, fuimos creando y adaptándolo. Yo no tenía un diseño en mente como tal y me dejaba guiar mucho por las recomendaciones de Lucía y cómo me iba sintiendo”, admite.
"En aquella época yo vivía en Londres, así que teníamos que cuadrar cada prueba con mis visitas a Madrid y Lucía hacía todo por adaptarse: cita los viernes a última hora, o lo que fuera", recuerda.
Antes de aquel primer encuentro, Alicia hizo ‘sus deberes’ y, con el fin de poder hablar con precisión, creó una carpeta con imágenes de looks que le resultaban inspiradores y que extrajo de las redes sociales, una práctica que siguen muchas otras novias y que permite a los diseñadores entender qué tienen en mente. “Me gustaba un cuello cerrado, mangas largas y vaporosas, y quería una capa o chaleco para complementar el vestido, pero iba con la mente muy abierta y dispuesta a dejarme en sus manos”, señala.
Conforme el tiempo pasó, en una prueba, la diseñadora había incorporado ya esos retales del vestido de la madre de Alicia a la pieza. Iban colocados sobre el plisado del cuerpo y con mucha ilusión, la futura novia se lo probó, pero aquello desembocó en una pequeña crisis. “Cuando me lo probé, pensé: ¡Dios mío, es amarillo! El día no acompañaba. Estaba nublado y creo que la luz no era la mejor. Pero mi madre y yo lo vimos amarillo total. Lucía estaba muy emocionada con el resultado y mi madre y yo estábamos tan en shock que no le dijimos nada en la cita. Recuerdo que no sabía qué hacer con el vestido, no me convencía nada, estaba muy indecisa”, confiesa.
Durante las semanas que pasaron hasta la siguiente cita, nuestra protagonista estuvo dudando acerca de qué hacer con el diseño y se lo transmitió a la creadora madrileña. "Le escribí un mensaje a Lucía, para ver qué podíamos hacer. Si quizá quitar la tela plisada de abajo que le daba un tono más oscuro o qué. Me dijo que no lo recomendaba. Así que lo dejamos reposar… Las semanas hasta la siguiente cita fueron de muchos nervios”. Pero todo cambió cuando en la siguiente cita visita dejó de verlo tan amarillo, tan solo no era el clásico blanco y Alicia se sentía tan cómoda con él, al margen de las tendencias, que no se arrepiente de haber seguido hacia adelante con su vestido. “Es verdad que era un diseño tan diferente a lo que había visto antes que no sabía si iba a gustar o no… Pero yo me sentía muy yo, muy cómoda en él y eso era lo que más importaba”, nos cuenta.
Los accesorios también cuentan: del ramo silvestre al velo de última hora
Para completar el look, Alicia llevó unos pendientes y una sutil tiara colocada en la parte de atrás, firmados por M de Paulet. “Tienen unas joyas preciosas y fueron regalo de parte de mis suegros en la pedida. Un acierto seguro”, defiende. Al look se sumó, en el último momento, el velo: “decidimos añadirlo para la iglesia y lo llevé para atrás desde el principio. No me veía entrando velada, pero es verdad que hacia atrás con el chaleco con cola quedaba espectacular”.
El ramo tenía un significado muy especial para nuestra protagonista, que soñaba con que tuviera hojas de olivo, un gran guiño a su tierra: “ya que celebrábamos la boda en Extremadura y que mi familia siempre ha tenido olivos”. Con la ayuda de Bambarela, de este diseño floral se encargó Vicky, la responsable de las flores en el Monasterio de Guadalupe, quien acertó al mezclarlo con flores de manzanilla, para un resultado en clave silvestre. “Les dejé bastante libertad y no vi el ramo hasta minutos antes de entrar a la iglesia”.
Tras este detalle, solo faltaba escoger cómo enmarcaría su rostro y Alicia optó por una versión natural, fiel a sí misma. El maquillaje era sencillo, porque no quería verse rara en un día tan señalado. “Tuve una prueba en la peluquería del pueblo con David y Ángela. Quería algo no muy cargado”, nos explica. En lo que respecta al peinado, buscaba un resultado desenfadado, recogido, pero no pulido y “Ángela acabó improvisando un poco el día de la boda y me hizo una coleta baja estupenda. Me sentí guapísima”, reconoce.
Y con todos estos ingredientes, el look nupcial quedó completo. Una elección que, en realidad, no fue la única, pues antes de la boda Alicia tenía en mente lucir un segundo estilismo en su gran día. Se había decidido por un mono de Lady Pipa para el baile, porque pensó que con el vestido "no me sentiría tan cómoda para el momento fiesta. Lo veía tan obra de arte que me daba cosa estropearlo y pensé que no estaría tan cómoda bailando", señala. Sin embargo, a la hora de la verdad, le dio pena cambiarse, por lo bien que se sentía con su diseño. "La verdad es que no llegué a ponerme el look de Lady Pipa, un modelo precioso que aún conservo", cuenta. Y al que seguro le dará uso en otras ocasiones.
Para Alicia, otro gran elemento clave en su look nupcial fue el entorno, el lugar en el que se casaba, pues ambas cuestiones, nos dice, debían estar en sintonía. "Creo que es importante tener en cuenta cómo es la iglesia, dónde y cómo lo quieres celebrar. Todo eso tiene que verse reflejado en el vestido". Y para un diseño romántico, plisado, con chaleco desmontable y con tanta historia, nada mejor que un lugar con significado para la pareja. "Teníamos claro que nos queríamos casar en el Monasterio de Guadalupe. Era un lugar muy especial para mi familia porque se habían casado mis padres y también mis abuelos maternos. Me hacía ilusión continuar con la tradición. Y el lugar es un espectáculo", relata.
La pareja se conoció en el marco de una aventura solidaria, un periplo que cambió sus vidas para siempre. “Nos conocimos en un viaje de cooperación en Senegal, Madrid Rumbo al Sur (ahora se llama España Rumbo al Sur). Ambos íbamos como parte del equipo de la organización: yo en prensa y Miguel en logística”.
Entonces surgió una chispa que se inició hace siete años, que llega hasta nuestros días y que tuvo hace un par de años un punto de inflexión. "Habíamos vivido juntos durante 2 años. Antes de prometernos nos mudamos a Londres por el trabajo de mi marido, creo que esa apuesta por la relación nos hizo darnos cuenta de que la boda sería lo siguiente”, dice Alicia.
"Ahora que lo veo con perspectiva, creo que los novios nos complicamos más de lo que deberíamos, sobre todo las chicas… El invitado solo quiere disfrutar y verte feliz, no ve todos los detalles por los que tú te comes tanto la cabeza, así que, si algo no sale o no da tiempo, no importa", apunta Alicia.
Tras su paso por el Monasterio de Guadalupe, la pareja celebró el banquete a tan solo dos pasos del mismo, para mayor comodidad de sus invitados. Fue en la hospedería del monasterio. "La verdad es que el lugar es impresionante. Tiene un claustro gótico interior que es espectacular. Y el tiempo nos acompañó para poder disfrutar del cóctel al aire libre en pleno noviembre", describe Alicia.
Los novios confiaron en Bambarela para organizar su gran día, con quienes encajaron desde el primer momento y a las que pidieron dar forma a un enlace que respetara el enclave en el que se celebraba y le sacara el máximo partido estético. “Como extremeñas que son, conocían muy bien la zona y ya habían hecho bodas en el propio monasterio, así que no dude en ponerme en sus manos para la decoración. ¡Fue un acierto! Además, coordinaron todo el día de la boda, 100% recomendadas”.
"No nos queríamos complicar mucho con el tema proveedores y apostamos por contratar a gente de gente de la zona, a excepción del DJ que trajimos desde Madrid. La Hospedería también nos puso muchas facilidades".
Fiel a la inspiración campestre y sencilla, la pareja se decantó por una decoración nupcial elegante y atemporal, marcada por las flores blancas y el verde oliva. La novia y su madre crearon los meseros y las minutas: la segunda dibujó y la primera hizo los montajes e imprimió el resultado. “Todo era de temática africana, puesto que mi marido y yo nos conocimos en Senegal, y hemos viajado mucho por el continente. Cada mesa era una ciudad en la que hemos estado juntos”.
"Además, hicimos unas bolsitas con telas africanas (chitenjes) que había comprado yo cuando viví en Malawi, para regalarle a cada invitado un bálsamo labial de karité de Nikarit (@nikarit_karite), un proyecto de la ONG OAN Internacional que contribuye al empoderamiento y la mejora de las condiciones de vida de las mujeres productoras de manteca de karité en Benín".
Más allá de estética y la decoración nupcial, la pareja quiso celebrarlo en Guadalupe porque la suya fue una boda muy internacional: "ya solo por el lugar merecía la pena haber hecho el viaje. Vino gente de México, Nueva York, Londres, San Francisco y por supuesto de todas partes de España, así que disfrutamos de que estuviera todo cerca, y de que fuera cómodo para la gente que se había desplazado de tan lejos".
Los novios, llamados Alicia Oliva González y Miguel Escalada López-Ibor, apostaron por una boda con guiños a esos lugares y momentos destacados que marcaron su historia de amor.
El mejor consejo para quienes se casan próximamente
"Es importantísimo que los dos estéis cómodos con el tipo de ceremonia, la gente a la que invitáis, y el resto de decisiones. Cuando la pareja disfruta y está feliz, el resto fluye. Y eso es lo que verdaderamente recuerdan los invitados", reconoce Alicia.
Para concluir, nuestra protagonista pone la vista en el recuerdo que queda tras un día único: "lo más especial del día fue tener a todo el mundo que queremos ahí con nosotros. Fue un día muy especial e intenso. Se respiraba mucho amor y sentí que la gente estaba muy a gusto, no hay nada mejor".