Las contribuciones de la reina Victoria (1819-1901) fueron muchas; entre ellas, la utilización de cloroformo como anestesia durante el parto. Pero solo uno de estos aportes ha permanecido intacto casi dos siglos más tarde. El 10 de febrero de 1840, se casó con el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha en la Capilla Real del Palacio de St. James, en Londres, y su vestido de novia no solo maravilló a la sociedad de la época, sino que sentó las bases de una tradición nupcial que persiste hasta hoy: casarse de blanco. A continuación, te contamos la historia.
Victoria, una reina amante de la moda
Cuando la reina Victoria ascendió al trono en 1837, recién cumplidos 18 años, disfrutaba de la moda popular, como cualquier otra jovencita con medios económicos, e intentaba vestirse para complacer a los hombres de su vida. El Primer Ministro, Lord Melbourne, a menudo le aconsejaba qué ponerse y el príncipe Alberto haría lo mismo más tarde.
"Le encantaba la moda" —asegura la historiadora de moda Kimberly Chrisman-Campbell en su libro The Way We Wed: A Global History of Wedding Fashion—. "De niña, iba al ballet o a la ópera y tomaba notas de los trajes, luego volvía a casa y los dibujaba. Después, ella y su institutriz utilizaban los dibujos para confeccionar trajes para sus muñecas". Una vez ascendió al trono, Victoria solicitó que toda su ropa, y la ropa que usaban los miembros de su corte, fuera de fabricación británica, y este sería solo el inicio de una auténtica revolución.
¿Por qué vestimos de blanco cuando nos casamos?
Podrá parecernos completamente normal ahora, en pleno siglo XXI, pero el día de su boda, en 1840, la reina Victoria estaba haciendo algo, como poco, inusual. Hasta mediados del siglo XIX, las novias tendían a usar colores más brillantes o, simplemente, cualquiera que considerasen apropiado, porque la idea no era vestir de blanco, sino llevar tu mejor vestido.
De hecho, las mujeres de la realeza solían decantarse por diseños bordados en tonos vivos para reflejar su estatus, pues estos eran más caros y difíciles de conseguir. En su lugar, ella eligió un vestido completamente blanco, la luminosa gama siempre asociada con la pureza. "El blanco ya era conocido por las novias más ricas, pero simplemente se hizo más popular después de esta boda", explica Sally Goodsir, conservadora de artes decorativas del Royal Collection Trust, a National Geographic.
El vestido estaba confeccionado en satén de seda de Spitalfields, una zona de Londres reconocida por su producción textil. Para el encaje, Victoria quiso apoyar la industria británica y eligió encaje de Honiton, tejido a mano en Devon. Su diseño presentaba un corsé ajustado con mangas largas y una falda amplia que caía en una elegante cola de más de cinco metros de longitud. Como detalle especial, la reina prescindió de la capa real de armiño, una elección que reforzó la imagen de cercanía y romanticismo de su enlace. En los años siguientes, su compromiso con la labor real le ganó la aprobación y el cariño del pueblo, que la veía como un verdadero ejemplo a seguir para las mujeres.
Impuso las tendencias de la época
Puede que te sorprenda, pero en 1830, los vestidos solían llegar hasta los tobillos. Sin embargo, esta década trajo nuevas innovaciones en la tecnología textil, introduciendo nuevos tejidos para vestir, por lo que la longitud de las faldas para las mujeres de la alta sociedad volvió a rozar el suelo.
Estas evolucionaron hacia una forma de campana, dejando atrás la forma cónica de la década anterior, un cambio favorecido por un nuevo método de sujetar las faldas a los corpiños mediante pliegues de cartucho. Los vestidos de noche se llevaban con los hombros al descubierto y presentaban amplios volantes de tela que llegaban hasta el codo.
Una corona de flores y zapatos planos
Lo cierto es que, en sus más de seis décadas de reinado, Victoria marcó la pauta en cuestiones como el uso de anestesia durante el parto, las decoraciones navideñas tradicionales y, como hemos dicho, la imposición definitiva del blanco en la moda nupcial. Los accesorios de su boda no fueron, por tanto, menos innovadores. En lugar de una tiara, optó por una corona de flores de azahar, símbolo de pureza y fertilidad que durante la era victoriana sería el tocado de preferencia para las novias aristócratas y de clase media.
Llevó además un velo de encaje a juego, sujeto con alfileres de diamantes. Muchos retratos de una joven reina Victoria la muestran con el pelo partido en el centro y dos trenzas recogidas en un bonito moño en la parte posterior de la cabeza. Este acabó siendo un peinado increíblemente popular en la década de 1840, en gran parte, por supuesto, gracias a esta primera novia viral.
Igual de llamativo que su vestido fue el calzado que eligió para su boda. Bajo las voluminosas faldas, ocultó unas zapatillas de ballet elaboradas en satén y adornadas con cintas. Un complemento con el que se sentía cómoda en todos los sentidos; hay que recordar que a la Reina le gustaba el ballet.
"Mis joyas eran mi collar y mis aretes de diamantes turcos y el hermoso broche de zafiro de mi querido Alberto”, explicaba en su diario la reina Victoria. Una maravillosa pieza de zafiro y diamantes que le había regalado el príncipe Alberto como obsequio de compromiso. La sencillez de su vestimenta reflejaba su deseo de mostrar su matrimonio como una unión por amor, más que un mero acto político. Y así fue, porque una vez fallecido su marido, en 1861, ella decidió guardar luto por el resto de su vida: limitó sus actos públicos hasta que la corte comenzó a reclamar nuevamente su presencia y vistió de negro hasta el día de su muerte, el 22 de enero de 1901.
Un legado que perdura
El vestido de novia de la reina Victoria no solo fue un hito en la moda nupcial: transformó para siempre la manera en que las mujeres se casan. Su elección de un vestido blanco estableció una tradición que perdura hasta hoy y que se ha convertido en un estándar mundial. Además, su decisión de promover el encaje británico revitalizó la industria textil del país y consolidó a Honiton como un referente de lujo y artesanía. Su boda fue el inicio de una tendencia que ha trascendido generaciones y fronteras.