Corría el año 1999 y un 13 de septiembre el entonces príncipe heredero Felipe de Bélgica anunciaba, en el castillo de Laeken, su compromiso con Matilde d’Udekem Acoz, una aristócrata belga de ascendencia polaca licenciada en logopedia y en psicología. Su gran boda llegaría tan solo tres meses después (tras tres años de relación en secreto), el 4 de diciembre de 1999, hace hoy 25 años, ante la atenta mirada de 1.200 invitados. El ayuntamiento de Bruselas y la catedral de San Michel y San Gudule acogieron las esperadas ceremonias civil y religiosa, oficiadas en las tres lenguas oficiales del país: neerlandés, francés y alemán.
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Para este gran enlace, con mandatarios de numerosos países y representantes de las casas reales de todo el mundo, la futura princesa confió en un diseño clásico y sin numerosos artificios. Agarrada del brazo de su padre, el conde Patrick d'Udekem d’Acoz, deslumbró a los convidados con su vestido de novia de invierno, con varias capas pensadas para vencer al frío en pleno diciembre, ideado por el barón belga Edouard Vermeulen, fundador de la firma Natan, que hoy es habitual en su vestidor.
El creador ideó para ella un look nupcial desmontable, compuesto de un diseño recto, sencillo y con escote cuadrado al que se sumó un abrigo, que obtuvo todo el protagonismo, que contaba con 10 botones al centro, mangas largas, cola de cinco metros de largo, escote de pico y un inspirador cuello chimenea (que veríamos cinco años después, versionado, en la pieza de Pertegaz que Doña Letizia escogería para pasar por el altar). Discreta y elegante, con este look parecía adelantar la línea clásica que marcaría sus estilismos desde que pasó a formar parte de la familia real belga.
No obstante, para acompañar este vestido minimalista, apostó por complementos algo más llamativos y con historia. Dando luz a su rostro estaba la tiara que la reina Paola le prestó (que era una de sus favoritas), una diadema de estilo art decó, con tres filas de diamantes y con motivos geométricos, que pertenecía a Alberto II. Esta pieza fue un regalo en 1935 de la reina Elisabeth (sobrina de Sissi, emperatriz de Austria y esposa del rey Alberto I) a su entonces nuera, la reina Astrid, con motivo del nacimiento de su hijo Alberto. La actual reina de los belgas la llevó colocada sobre un recogido clásico, pulido y con volumen.
Por otro lado, su velo no se quedó atrás. Era una reliquia familiar de 1887, realizada en un fino y delicado encaje de bolillos de Bruselas, confeccionado en hilo de lino –con bolillos y aguja– sobre tul de algodón. Era una obra maestra del trabajo manual que estrenó en su gran día con don Beniamino, príncipe Ruffo di Calabria, Laura Mosselman du Chenoy, bisabuela del entonces novio (hoy rey Felipe de Bélgica) y que también utilizaron otras reinas y princesas tras su creación.
La pieza más espectacular del estilismo fue sin duda una muy sorprendente, pues no es habitual que las mujeres de la realeza se decanten por dar un papel destacado al ramo de novia. El de Matilde de Bélgica era un diseño floral en formato XL, con cascada, abundancia de verdes, notas de blanco y un peso que (tal y como ella misma confirmó tiempo después) rozaba los cuatro kilos. Una elección que, a pesar de los 25 años que han pasado, no está nada alejada de las tendencias nupciales del momento, que triunfan entre las novias virales y celebran expertos en sus redes sociales, pues es habitual ver a recién casadas con ramos así de voluminosos.
Al concluir la ceremonia, entre vítores y aplausos de los allí congregados, la pareja se trasladó al Palacio Real de Bruselas para proceder a la recepción de invitados y posar ante las cámaras para los retratos oficiales de este enlace. Fue al entrar la tarde cuando los recién casados hicieron acto de presencia en el balcón real y salieron a saludar a la multitud que allí aguardaba, que fue testigo del esperado beso.
Desde entonces hasta ahora, Felipe y Matilde de Bélgica pueden presumir de haber formado una familia feliz. La adaptación de Matilde a las exigencias, las costumbres y el protocolo habitual de la monarquía fue impecable y muy rápida, consecuencia de su pasado aristocrático. Atrás quedan las especulaciones sobre si la diferencia de edad (13 años, ella se casó con 26 y él 39 años) podría ser un impedimento para su matrimonio. Por el contrario, los años confirman que aquellos rumores se equivocaban y los reyes cuentan hoy con cuatro hijos, Isabel de Brabante (23 años), Gabriel de Bélgica (21 años), Manuel de Bélgica (19 años) y Leonor de Bélgica (16 años). Y en sus once años de reinado se ha vislumbrado el respeto y la armonía que hay entre ellos.