Parece mentira, pero se acaban de cumplir veinte años desde aquel lluvioso 22 de mayo de 2004 en el que el por aquel entonces príncipe Felipe y Letizia Ortiz ponían el broche de oro a su historia de amor contrayendo matrimonio ante la mirada no solo de sus familiares y amigos, sino del mundo entero. El novio llegó a la emblemática Catedral de la Almudena del brazo de su madre y madrina, la reina Sofía, como manda la tradición. Unos minutos después, rozando las 11 de la mañana, su futura esposa hacía lo propio junto a su padre, Jesús Ortiz, y era entonces cuando se desvelaba el secreto mejor guardado de toda boda: su vestido. Con motivo de este aniversario tan especial, echamos la vista atrás para recordar todos los detalles de este histórico look nupcial.
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Gran expectación para un día histórico
Esta boda era la primera de Estado que se celebraba en nuestro país desde casi un siglo antes. A ella acudieron cerca de 1.200 invitados, entre los que estaban presentes representantes de 38 Casas Reales, 15 jefes de Estado y presidentes del Gobierno, primeros ministros y numerosas figuras del mundo de la cultura y el deporte. Por lo tanto, la expectación en torno a este enlace era máxima, así como lo eran las ganas de descubrir el vestido que la novia había elegido para su gran día.
Evidentemente, desde el momento en el que se anunció esta boda comenzaron las apuestas en torno a quién vestiría a la futura reina de España en su camino al altar. Se barajaron nombres como el de Lydia Delgado o el de Lorenzo Caprile, pero tres meses antes del gran día se anunció que sería Manuel Pertegaz, uno de los que sonaba con mas fuerza, quien se encargaría de esta labor. Desde aquel momento, se supo que doña Letizia había viajado en varias ocasiones al taller barcelonés del diseñador tanto en solitario como junto a su madre, Paloma Rocasolano, y su futura suegra, la reina Sofía. El 29 de abril fue la última de ellas.
Doña Letizia eligió finalmente un vestido inspirado en la línea princesa -muy apropiada-, confeccionado con un corte continuado desde los hombros al suelo, por lo que su aparente sencillez engañaba, puesto que contaba con una compleja labor de patronaje que demostraba la maestría de su creador. Estaba compuesto por un cuerpo entallado con escote en pico, cuello corola y manga larga ligeramente acampanada, así como por una imponente cola de cuatro metros y medio desde la cadera.
Esta impresionante pieza de seda salvaje estaba embellecida en zonas clave como mangas, cuello y cola con un delicado bordado alegórico de motivos heráldicos: la simbólica flor de lis flora, la flor de lis heráldica, espigas de trigo, tréboles y madroños. Este impecable trabajo en hilo de oro y plata fina volteada a tres cabos, fue una creación exclusiva de la firma valenciana Rafael Catalá.
Como velo, eligió uno en tul de seda natural de color blanco roto con forma triangular de tres metros de largo por dos de ancho en su base. Se bordó con técnicas históricas del siglo XIX, roleos y guirnaldas que mezclaban la flor de lis y la espiga. Contaba además con una historia muy simbólica, puesto que se trató de un regalo personal de don Felipe. Además, llevó un pañuelo realizado en organza de algodón con bordados a mano.
La tiara elegida
Otra de las grandes incógnitas era qué tiara iba a lucir para completar su look nupcial, y finalmente se decantó por la prusiana. Esta diadema posee un especial valor sentimental para doña Sofía, quien la lució tanto en su puesta de largo como en su boda con don Juan Carlos. Ella la había heredado de su abuela, quien, a su vez, la recibió como regalo de bodas de su padre, el Kaiser Guillermo II, último emperador alemán, cuando contrajo nupcias con Ernesto Augusto III, heredero de la casa Hannover.
Esta joya, por tanto, no pertenece al cofre de 'pasar', pero sí al de 'casar', ya que, como decíamos, con ella pasó por el altar doña Sofía, así como su madre, la reina Federica, que la eligió para su enlace con el que después sería el rey Pablo, y también fue la que llevó doña Letizia en su enlace con el entonces príncipe de Asturias. La pieza, de platino y estilo imperio, evoca a elementos griegos como las columnas del Partenón y las coronas de laurel de los vencedores. Fue diseñada por los joyeros Koch y se caracteriza por el brillante que cuelga en el centro en forma de lágrima.
Además de la citada tiara prusiana, la actual Reina lució en su boda unos preciosos pendientes de estilo atemporal que le regalaron sus suegros, los reyes don Juan Carlos y doña Sofía. Consisten en aretes en platino con seis diamantes talla pera de 2,44 quilates, dos diamantes talla brillante de 1,22 quilates y dos diamantes talla brillante de 4,54 quilates. Tras el enlace, tuvo una época en la que fueron sus preferidos para asistir a las grandes citas.
El ramo de novia
La novia, asesorada por Manuel Pertegaz, eligió personalmente su ramo. Se trataba de un diseño de unos veinte centímetros, con una ligera forma de cascada, en el que predominaba el tono marfil yrosas isabelinas (de la variedad Vendela), iris y lirios, unas flores que históricamente han estado ligadas a la dinastía de los Borbones; la variedad Hildegarde, que presentan una preciosa tonalidad azul (color heráldico de los Borbones); la flor de manzano, en claro homenaje al Principado de Asturias; así como la flor de azahar, en tributo a la Condesa de Barcelona y doña María de las Mercedes de Orleans y Borbón.
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A los pies de la novia, unos zapatos blancos de puntera afilada y tacón fino en el mismo color blanco roto del vestido, y decorados, igualmente, mediante delicados bordados. Eran obra del famoso Manolo Blahnik.
Como accesorio final, escogió un abanico histórico, de finales del siglo XIX, un complemento montado a la inglesa con varillaje y padrones de madreperla y encaje inspirado en las piezas venecianas del siglo VXII. Fue restaurado específicamente para la ocasión por el Patrimonio Nacional, y perteneció a la reina Isabel II, 'la Chata'. Con él, la ahora reina Letizia buscó homenajear a Madrid y la Familia Real Española.