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Escote Bardot, tiara 'bandeau' y velo de 5 metros: Meghan Markle, una novia diferente

En el sexto aniversario de su boda con el príncipe Harry, recordamos los detalles de su histórico look nupcial


19 de mayo de 2024 - 10:20 CEST
© Getty Images

El tiempo vuela, y ya han pasado seis años desde el histórico enlace entre el príncipe Harry y Meghan Markle, que se celebró ante la atenta mirada no solo de los 2.640 invitados al enlace, sino también de millones de personas en todo el mundo. Una de las grandes incógnitas era, evidentemente, el look con el que la novia daría el sí quiero, y si se ceñiría al estricto protocolo nupcial de las bodas reales británicas continuando con las tradiciones establecidas por las novias anteriores, de la reina Victoria a la duquesa de Cambridge. A las 12 en punto, Meghan entraba, sola, en la Capilla de San Jorge, situada en el Castillo de Windsor, y despejaba todas las incógnitas sobre su vestido y la firma del mismo. Con motivo de su aniversario, repasamos todos los detalles de este inolvidable estilismo con el que tanto la novia como su diseñadora, Clare Waight Keller, pasaron a la historia.

- El vestido de boda de Meghan Markle sigue inspirando a novias y diseñadores

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Las teorías previas al gran día

Es inevitable que, en cuanto se anuncia una boda tan mediática como esta, comiencen las apuestas en torno al vestido de la novia, y la primera pregunta es quién lo firmará. En el caso de la actual duquesa de Sussex, se barajaban nombres de firmas británicas tan potentes como Victoria Beckham, Erdem, Roland Mouret, Sarah Burton o Ralph & Russo. Incluso en algunos medios británicos se barajó que uno de los diseñadores del vestido de Diana de Gales, David Emanuel, fuera el elegido porque días antes de la boda fue visto en Windsor.

Sin embargo, Meghan siguió la tradición de apostar por una diseñadora inglesa... aunque no como se esperaba. Fue Clare Waight Keller, la primera directora artística de Givenchy, la elegida para crear este look histórico. Por lo tanto, a pesar de que la firma sea francesa, su artífice era de Birmingham.

Según desveló la Casa Real, ambas se conocieron a principios de 2018 y estuvieron meses trabajando mano a mano para conseguir reflejar la personalidad de la novia en un modelo histórico que sería analizado con lupa por millones de personas en todo el mundo. 

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Antes de su boda, la novia develó que el vestido que Carolyn Bessete llevó en su boda con John F. Kennedy Jr. el 21 de septiembre de 1996 sería su referente cuando se casara. Aunque el estilo lencero de aquel look poco tiene que ver con el que finalmente llevó Meghan -algo que no sorprende, porque no encajaba con el estilo de las novias reales inglesas-, sí que dio pistas de que los tiros iban dirigidos hacia un espíritu minimalista, sencillo y femenino. 

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Un vestido que marcó la diferencia

Como decimos, la mujer del príncipe Harry apostó por el minimalismo más absoluto, y prefirió prescindir de los encajes y bordados decorativos que llevaron sus precedesoras. Según la tradición establecida en los anteriores enlaces de la Familia real británica, el vestido de la novia incluiría encaje de Honiton (una variedad inglesa muy delicada y floral del encaje de Bolillos) y detalles de flores de azahar, símbolo de pureza. Pero en el look nupcial de Meghan no hubo ni rastro de ellos, que quedaron reservados para el velo.

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Sí que estuvo presente -y fue muy protagonista- el escote barco, tan representativo de su estilo que desde entonces se conoce como 'escote Meghan', que descubría ligeramente los hombros. Desde él, las líneas se extendían hasta la parte posterior, que dibujaba pliegues suaves gracias a la enagua de organza de seda. 

El cuerpo del diseño contaba con silueta entallada, manga larga y corte a la cintura, de donde partía una larga falda de silueta 'A' modificada. Estaba confeccionado en cadi de seda, un tejido que aporta cuerpo y cierta rigidez, y era de color blanco, "para aportar una refrescante modernidad".

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Los detalles del velo

Aportando un toque clásico y atemporal, optó por llevar el rostro velado en su camino al altar, un accesorio que marcó de nuevo la diferencia con su cuñada. Mientras la ahora princesa de Gales se decantó en su enlace por un velo hasta la cintura, las dimensiones del espectacular velo Meghan Markle recordaban más al que Diana de Gales llevara en su enlace con el por aquel entonces príncipe Carlos. Estaba confeccionado en un delicado tul de seda y medía cinco metros, por lo que cumplía la regla no escrita de no superar los siete del de Diana. 

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Sin duda, frente a la sencillez del vestido, el velo se convirtió en uno de los grandes protagonistas del estilismo. Como era de esperar, aportaba un toque romántico y tradicional con los bordados del bajo. Según desveló la propia Casa Real, Meghan quiso rendir homenaje a los 53 países que configuran la Commonwealth. Para ello, investigó junto a la diseñadora, Clare Waight Keller, cuáles eran las flores representativas de cada uno de estos territorios e idearon una especia de guía botánica que fue bordada a mano. A esas 53 flores, Meghan Markle quiso añadir dos más: la flor de macasar, que crece en los terrenos del Palacio de Kensington frente a Nottingham Cottage, y la amapola californiana, la del estado donde nació ella. En la parte delantera del velo, dos espigas de trigo simbolizaban la caridad y el amor.

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En cuanto al calzado, optó por la elegancia más atemporal con unos stilettos clásicos forrados en seda satinada, un par de puntera afilada y tacón fino firmados, al igual que el vestido, por la casa Givenchy. Inicialmente, se teorizó con que pudiera elegir Manolo Blahnik o Aquazzura, pero el origen español de la primera firma e italiana de la segunda restaban puntos en una boda en la que la recomendación era vestir de diseñadores ingleses, como es el caso de Clare Waight Keller, directora creativa de la maison.

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La esperada tiara

Además del vestido, la gran pregunta era si Meghan culminaría, como era de esperar, su look nupcial con una tiara y, en caso afirmativo, cuál elegiría, puesto que el joyero de los Windsor tiene una gran colección de ellas. Una de las que más sonaba en las quinielas era la tiara Spencer, que Diana de Gales lució en su boda con el príncipe Carlos el 29 de junio de 1981. Sin embargo, al final sorprendió con una que no se barabaja, una pieza bandeau con motivos geométricos en vez de los florales tradicionales. Esta joya de diamantes y platino perteneció a María de Teck, abuela de la reina Isabel y esposa del rey Jorge V de Gran Bretaña e Irlanda, y se creó en 1932, aunque el broche central data de 1893. 

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En cuanto a las demás joyas, optó por los pendientes Galanterie y el brazalete Reflection, todo de oro blanco y de la colección Alta Joyería de Cartier de Alta Joyería. Con ellos, acompañó la que es, sin duda, su pieza más especial, su anillo de compromiso, diseñado por el propio Harry. Elaborado en oro amarillo, esta joya tiene tres diamantes engastados: uno central procedente de Botsuana -lugar muy especial para la pareja-, y dos laterales, más pequeños, que pertenecieron a Diana de Gales. Para darle forma, el príncipe Harry confió en la casa joyera inglesa Cleave and Company, la misma que ha elaborado las alianzas de los novios: en Oro Galés y creado a partir de una pepita regalada por Isabel II para Meghan, y en platino con relieve para Harry.

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Un ramo pequeño

El bouquet que escogió la novia estaba creado a partir de algunas flores que el príncipe Harry recogió en el jardín privado del palacio de Kensington, aunque, aclaremos, luego fue la encargada la florista Philippa Craddock de dar el toque final al arreglo. Entre ellas había arvejillas aromáticas, jazmín, astilbe, astrantia y lirios del valle. Y una flor muy especial: nomeolvides, la favorita de Lady Di.

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Protagonismo a las pecas

Otro de los puntos que diferenció a Meghan de su cuñada Kate fue el look de belleza. Mientras que la actual mujer del príncipe Guillermo decidió dejar su melena prácticamente suelta, peinada con ondas románticas, la del príncipe Harry prefirió recoger su característico cabello oscuro en un moño bajo muy natural, un recogido con raya al medio que dejaba finísimos mechones sueltos enmarcando el rostro. 

El maquillaje no fue una gran sorpresa puesto que, inteligentemente, fue fiel a sí misma y no innovó en exceso. De esta forma, quiso lucir una piel jugosa con una base muy natural que cedía el protagonismo a sus pequitas naturales y realzó su mirada con un ahumado en tonos marrones y maxipestañas de infarto. Completó con un labial rosado muy sutil.