“El momento más emocionante ha sido cuando he visto entrar a Tamara . Ha sido como si entrara una princesa de cuento de hadas”, nos decía Íñigo de la llegada de la novia con su vestido creado por Wes Gordon en un tiempo récord, cinco semanas. Una vez finalizado el cóctel, Tamara hizo su aparición con su segundo vestido. También de Carolina Herrera New York. Los invitados se habían trasladado a los majestuosos jardines de estilo inglés ; a la zona conocida como las praderas de Júpiter, así llamadas por los árboles que crecen en ellas, donde tendría lugar el cóctel. Todo brillaba en su máximo esplendor y todo hablaba de su época dorada reflejando el espíritu palaciego, el refinamiento y la naturaleza.
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Una estética elegante , pero, como quería Tamara, cero ostentosa o pretenciosa -siempre pensando en recrear de alguna forma las reuniones palaciegas de su padre- y con el palacio, realmente bonito, como el eje de todo. Integrado en la ceremonia, como “pantalla” de fondo para el cóctel, y la cena; y, presente también en la “discoteca”. Acorde con el espacio y sin perder el estilo vintage, se optó por un mobiliario exterior de estilo colonial, de Cashmere. Se colocaron sillones naturales fabricados con materiales como mimbre, ratán, enea, bambú y esparto, mezclados con mobiliario de forja, y se desplegaron un sinfín de cojines elegidos especialmente por Tamara.
Las estaciones del cóctel
Para el cóctel se diseñaron estaciones tematizadas por Eneko Atka y su equipo, que reproducían gran parte de la experiencia de visita a su templo gastronómico en el País Vasco, Azurmendi. Tamara e Íñigo admiran mucho su trabajo, están enamorados de su cocina creativa y fueron de su mano partiendo de dos premisas: el producto y la presentación muy conectada con la cocina de paisaje y la naturaleza. El ambiente era mágico. Había hasta coches de época -entre ellos, un Rolls Royce phantom azul que perteneció a Alfonso XII-… Una noche de verano espectacular, a la luz de la luna y de las velas, y con música en directo de Aston Band, una formación de artistas que viajaron desde Londres.
Cena nupcial bajo carpas
La cena se sirvió bajo unas grandes carpas tensadas Veleo de color verde bosque para mimetizarlas con el jardín decoradas con lámparas de ratán y pequeñas bombillas, sillas de exterior de madera natural y muchísimas velas. Una iluminación, de Cuanto, que transformó el lugar en un bosque mágico, bajo la batuta de Ramiro Jofre y su equipo. Los novios hicieron su entrada al son de una de sus canciones preferidas, Walk the Moon, de Shut Up and Dance, y fueron saludando hasta llegar al extremo del comedor. El lugar ideal, con la fachada de Palacio iluminada a sus espaldas, para poder ver a todos sus seres queridos y amigos. Tamara e Íñigo ocuparon la gran mesa imperial, con espacio para cuarenta comensales. Los padres y padrinos, las redondas, de doce, y el resto de los invitados se distribuyó entre mesas imperiales y redondas combinadas. Todas con los nombres de restaurantes que les gustan: Zalacaín, Félix, Caspia, Bossa Córner, Cancha, Celler, Horcher, Atrio, Bulli, y a las que se sumaron Chez Tami y Chez Íñigo.
Y todas decoradas con unos candeleros de cristal con velas en tono melocotón y centros de mesa de Floreale, que se encargó de toda la decoración floral, con rosas David Austin (que se cultivan en Inglaterra) también en tono melocotón– había en total, 2.400-, combinadas con amimaju, hiedra, alelí, delphimium y peonías. Sobriedad y elegancia, pero con ese toque de poesía para recrear los antiguos parterres de rosas que había en El Rincón.
Para la elección del menaje se tuvo en cuenta el estilo de los novios: clásico, elegante y de tendencia . En las cristalerías se jugó con distintas texturas (lisas, transparentes, labradas y de color), también se combinaron distintas vajillas: el modelo “Hamilton” de porcelana de Limoges en color crema con el ribete dorado, que fueron seleccionadas junto con Options; y, para el postre, un plato completamente diferente, de loza portuguesa y de color turquesa. Por último, la cubertería de plata. Los novios eligieron Viejo París. A juego con ella, Tamara eligió unos platos de pan y meseros, también de plata.
El objetivo era recrear la decoración de las reuniones que han tenido lugar en El Rincón a lo largo de décadas, como las cacerías, celebraciones y recepciones, entre ellas, la que la familia ofreció a los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg.
El punto de sofisticación y tendencia que caracteriza al estilo de la marquesa de Griñón se vio reflejado en los manteles de hilo: no eran los clásicos de lino blanco, sino en tonalidades verdes y aguamarina, unos lisos y, otros de rayas verdes y blancas. Asimismo, las servilletas estaban bordadas con la G de Griñón y la corona del marquesado, encargo de Aida Home Living. Los menús estaban caligrafiados por El Tintero en un díptico con la inicial de los novios coronada en su portada y el nombre de cada invitado.
Las exquisitas copas de fino cristal que se usaron fue gracias a una singular historia. La víspera de la boda de Xandra, el marqués de Griñón revisó las mesas y se negó a que los vinos se sirvieran en las copas que había. “Tienen que ser Riedel”, dijo según nos relataba Tamara. “Los del catering, claro, se pusieron a temblar. Es austriaca, muy reconocida en el mundo del vino por su cristal fino”. “Xandra se encontró con el representante de la firma en España y le dijo que, en honor a mi padre, le encantaría regalarnos las copas de la boda”. Y así fue.
Pista de baile y neón
Para la fiesta se montó un escenario de 50 m2 a distintas alturas junto a la fachada oeste del palacio integrándolo en la estructura del mismo para no alterar ni cambiar la fisonomía del edificio sino resaltar su línea con la iluminación, en la que también destacó el verde continuando esa idea de fusión con el jardín. En la pista de baile, de 100 m2, la pareja sorprendió a sus invitados como en una escena sacada de una película musical al abrir el baile al ritmo del swing de Love , de Nat King Cole.
En torno a las 3:30, comenzó la sesión de DJ’s - Clark Winter , Mario García y Timoty Carel – Chambord - cuya base de operaciones se instaló en la escalinata interior del palacio, decorada con un neón con los nombres de los novios. El ambiente de celebración, los cócteles, la mesa de chocolates Pancracio y la impresionante mesa de dulces , regalo de Johanna von Müller-Klingspor y su Coolinaria Catering, hicieron que la fiesta se alargara hasta la madrugada. Los novios también pusieron a disposición de los invitados una parrilla en la que se iba cocinando buena carne para los más hambrientos a medida que transcurría la noche. Una recena de lujo para un día inolvidable.