El cine y la literatura son dos mundos a los que las novias recurren, en algunas ocasiones, para dar forma a sus vestidos soñados. Las historias más emblemáticas de todos los tiempos pueden ser fuente de inspiración, en materia de moda nupcial, hasta llegar a looks en los que conviven la estética de una época y la personalidad de la prometida. Para Berta, una de las de recién casadas que ha causado sensación, el mejor espejo en el que mirarse salió de la pluma de Jane Austen. “En cuanto empecé a pensar en mi vestido de novia creé un grupo con mi madre y mi hermana, llamado ‘boda en apuros’. Les pedí que me enviasen ideas de cómo me imaginaban y ambas me mandaron una imagen de la misma referencia, de mi película favorita: Orgullo y prejuicio, estilo Jane Austen, siglo XVIII”, recuerda para ¡HOLA!.
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Con esta idea como centro de su hoja de ruta, nuestra protagonista visitó tres ateliers españoles nueve meses antes de su gran día, en los que siempre explicaba sus tres imprescindibles: escote cuadrado, corte imperio y una larga cola. “Solo te puedes poner una cola así, una vez en la vida, así que hay que aprovechar”, nos dice. Tras este periplo optó por Navascués para su look, por la confianza que le transmitieron y por captar su idea a la perfección. “En la primera visita, me sacaron una tela plisada de la cual me enamoré y supimos que, de alguna manera, iba a ir en mi vestido. También me enseñaron una puntilla y me dieron la primera idea que le dio sentido a mi vestido: mi abuela y madrina Berta es una artista de los bolillos, así que le pedí que me hiciese una puntilla para mi vestido. Hizo nada más y nada menos que 14 metros de puntilla, tardó siete meses en acabarla. Una verdadera joya”, apunta.
Hasta la última prueba no decidieron, definitivamente, dónde iba a colocarse este tejido artesanal, que se ubicó en el corte entre el pecho y la falda y bordeando toda la cola, que medía unos cuatro metros. El resto del diseño se realizó con la tela plisada, las mangas incorporaban un lazo y un pequeño volante y la cola podía desmontarse discretamente, gracias a que se colocó justo debajo de la puntilla. “Navascués me enseñó a recogerla de tal forma que con la puntilla quedaba espectacular, parecía un faldón de cristianar”, explica Berta.
La misma delicadeza que nuestra protagonista volcó en su personal vestido, la puso en la selección de cada uno de los complementos que lo acompañaban. En primer lugar, en su gran día se decantó por unas sandalias de Flor de Asoka y tampoco podía faltar su anillo de compromiso, pero esta no fue la única joya destacada. “Llevé la tiara de mi madre, de cuando fue reina infantil de las fiestas de Castellón. Cuando mis padres se casaron, mi madre se puso a modo de tiara la peineta del aderezo de aquellas fiestas, pues para su boda cambiaron las púas de sentido. A diferencia de la mayoría de tiaras de novia, está era de oro amarillo, con incrustaciones de esmeraldas y brillantes. También llevé unos pendientes antiguos de mi abuela materna, Maristela”, señala. A ello le sumó un ramo de novia que rompió todos sus esquemas, pues en un primer momento, Berta se imaginaba con un gran bouquet de una flor grande y romántica: “pero en cuanto me vi vestida de novia, supe que no podía ser”.
Buscaba algo sencillo que no apagara la luz del propio vestido y, aún así, resultara especial. “Nacho me había estado regalando, desde que me pidió matrimonio, un ramo de margaritas el 22 de cada mes. Son mis favoritas y eran las preferidas de mi abuela Maristela. El problema era que no me gustaban para el ramo, las veía demasiado grandes, así que hablé con Blanca, de The Taller Valencia, y me dio la mejor idea. Me hizo un ramo con tanacetum (para mí, mini margaritas) y thalspi. Muy sencillo, pero perfecto para mi vestido”, matiza. Completó el diseño floral con una cinta de terciopelo verde con una medalla de la Virgen del Carmen, con la fecha grabada, que le regaló una gran amiga y que era la misma que coronaba la capilla en la que se iba a casar.
‘Beauty’ de cuento
Llámalo azar o llámalo suerte, el maquillaje, natural y luminoso, fue obra de Jessica Arqués, a quien Berta descubrió gracias a un sorteo digital: “me tocó la Nochevieja pasada un sorteo un maquillaje con ella. En cuanto la conocí, no lo dudé, le reservé la fecha a los pocos días. Conectamos enseguida y supo interpretar perfectamente lo que quería”. El peinado, sin embargo, estuvo en manos de una profesional que la conocía desde la infancia: “me lo hizo mi peluquera de toda la vida, ella estaba emocionada. Me había visto crecer y ahora me iba a peinar para mi boda. No quería nada recargado, quería algo ligero porque ya llevaba algo importante en la cabeza. Quería un recogido de bailarina de ballet”. Dar forma al moño costó esfuerzo, dado que nuestra protagonista presenta el cabello rizado, pero fino y optaron por dos trenzas laterales para sostener la tiara. Una joya que retiró después del baile nupcial para colocarse, en su lugar un semirrecogido con margaritas de ganchillo, hechas por su madre.
Fue así como deslumbró en su esperado ‘día B’ el pasado22 de octubre, con una ceremonia en la Capilla de Nuestra Señora del Carmen, en Oropesa Del Mar y una celebración en la Alquería de Mascarós. Dio el ‘si, quiero’ al chef Nacho Nacho Barcos, por lo que la organización del enlace salió de las propias entrañas familiares: “él cuenta con dos restaurantes y un salón de eventos y sus padres llevan más de treinta años al mando de Grupo Peñalén que, sin duda, es el mejor grupo de eventos de la provincia de Castellón. De hecho, antes de conocer a mi marido, tenía claro que mi boda la harían Emi y Antonino (padres de Nacho), que a parte de tener una gastronomía exquisita y un servicio excepcional, han sido amigos de mis padres toda la vida”, nos cuenta ella misma.
Fue un reto de decorar estos espacios con preciosismo y respetando la esencia de cada uno de ellos. “Respecto a la capilla, como se trata de una capilla muy sobria con mucho encanto, no quisimos decorarla mucho”, recuerda. Optaron por forrar en crudo los bancos que se ubicaban en el exterior (algo que realizaron los padres de la noviaen su propia casa) y en terciopelo verde empolvado el reclinatorio y las banquetas, colocaron olivos en el pasillo de la iglesia, pusieron una moqueta color arena y se decantaron por flores en blanco y verde.
El proceso de decoración de la Alqueria de Mascarós fue todavía más minucioso. “Siendo mis suegros los dueños de la finca, teníamos claro que queríamos darle la vuelta a lo que suele ser una boda allí. Queríamos aprovechar cada uno de los rincones de la finca y que a su vez fuese cómodo para nuestros invitados”, reconoce. Berta buscaba un resultado romántico y elegante y confió en el saber hacer de Peñalén para la comida y las propuestas de material: “podíamos elegir todo lo que quisiésemos”.
“Decidimos decorar la entrada con unas estructuras de hierro con lámparas de cristal colgando, incluimos varías distribuidas por las mesas. Se las encargamos a nuestro herrero y mi suegra se encargó de elegir las lámparas. Teníamos que separar de alguna forma la zona del aperitivo de la comida, por lo que se nos ocurrió hacer unas estructuras de madera de cuatro metros de alto, a modo de portalón. Estas las forramos con telas blancas con mucha caída, las cuales dejaban ver un poco a través, pero ayudaban a dar esa sensación de misterio a la hora del aperitivo. Las telas las cosió mi madre y las colocó mi padre el día anterior con mucho viento”, desvela.
Mesas impresionantes
Pero si hubo algo que captó la atención de sus invitados y, a posteriori, de la red, fue el diseño de mesas: unos montajes en curva que les permitieron colocar alrededor de una fuente a todos sus amigos y rodeando un árbol a todos sus primos. “Las mesas curvas eran de madera y el resto estaban vestidas con un mantel con el estampado típico de Lewis & Wood, en color azul claro, con palomas en crudo. Pusimos bajoplatos de cristal con bordes dorados, copas de agua malva, copas de vino talladas y una copa de champán lisa”, describe Berta.
Por si fuera poco, la madre de la novia bordó las iniciales de cada invitado en su servilleta: “la doblamos en forma de pentágono porque en el interior pusimos la minuta, la cual sobresalía lo suficiente como para que se viese el nombre del comensal al que pertenecía. Toda la papelería de la boda la ideamos entre Marta Papier y yo. Decidí poner unas acuarelas que había dibujado mi padre y en la parte trasera mi poema favorito de Gustavo Adolfo Bécquer”. Por otro lado, apostó por centros de mesa con abundante flor y color, en licoreras, todos diferentes entre sí, rodeados de verduras y frutas e ideados por The Taller Valencia. Estos detalles fueron la guinda del pastel a una decoración como recién salida de un cuento de hadas. Y es que, aunque los preparativos puedan hacerse cuesta arriba, Berta y Nacho demostraron con su boda que los sueños siempre pueden hacerse realidad.