La boda es un sueño en sí mismo para muchas novias que, años anteriores, ya imaginan en su cabeza lo que esperan de un día tan especial. Algunas aspiraciones son más sencillas que otras y quizá, la magia del amor, sea la culpable de que muchas de ellas, por difíciles que parezcan, puedan terminar haciéndose realidad. Es lo que le sucedió a Ana, una zaragozana que siempre se vio dando el ‘sí, quiero’ en un espectacular enlace en nuestro país vecino. “Nuestra boda fue el día 1 de octubre en Marrakech. Fue esa ciudad porque siempre había sido mi sueño desde pequeña, ya que, tanto mi familia como yo, somos unos enamorados de Marruecos en general y vamos muchísimo. ¡Al principio no sabía si Carlos iba a querer, pero poco a poco fui insinuándoselo y desde el minuto uno todos mis familiares y amigos se encargaron de informarle de mis intenciones!”, nos explica ella misma.
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Más que una experiencia nupcial
Su destination wedding tuvo lugar en Casa Abracadabra, un recién inaugurado hotel que les cautivó desde el primer momento. “En un primer paso visitamos distintos lugares, mientras perdíamos la esperanza… Hasta que en un viaje, cuando ya habíamos desistido, de camino al aeropuerto, me metí en Instagram y me salió una foto de un hotel que estaba a punto de abrirse y que no podía ser más bonito”, apunta Ana. Fue así como dieron con este espacio de propietarios españoles que les comprendieron a la perfección.
Para la pareja fue todo un reto organizar una boda de cuatro días, a 2000 kilómetros, con 150 invitados, pero hicieron cinco viajes previos al gran día para supervisarlo todo. “El primer día fue una cena en el sitio donde yo siempre me había querido casar, (pero que, por determinados motivos no se pudo) a la que asistió la familia más cercana. El jueves organizamos una cena en el desierto con músicos y malabaristas de fuego, para que los invitados vieran algo más que la ciudad, y queríamos que la experiencia fuera completa. El viernes hicimos la preboda en una azotea, con más músicos y velas, en la misma plaza Jma El Fnaa. De esta forma, los convidados podían conocer el Marrakech auténtico y la magia de la noche marroquí. Y el sábado fue la boda, que duró desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la mañana”, desvela Ana.
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Decoración acorde
Con el fin de que esta celebración estuviera medida al milímetro la pareja confió en una wedding planner de la zona y perfiló cada uno de los detalles que compondrían la decoración de su esperado día B: el sábado. En la iglesia mandaron realizar 30 candelabros dorados y además: “esteras típicas marroquíes, ramas de olivo y un banco que hicimos mi madre y yo forrándolo con tela de saco y una cuerda rústica”. Para la celebración, en Casa Abracadabra, apostaron por la delicadeza de 4.000 velas y 1.900 rosas en tonos pastel y añadieron: "candelabros por todos los lados, tanto clavados en el jardín como en las mesas, que fueron dos imperiales para todos los invitados y la presidencial”. En materia de iluminación, se decantaron por faroles marroquíes en los árboles del jardín.
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Un look romántico
La decoración no dejó indiferente a ninguno de sus invitados, que se alegraron de haber asistido a un enlace tan único. Tampoco defraudó el look de Ana, que fue fiel a su estilo con un diseño de tul, de corte romántico y silueta línea A, que parecía estar alineado con su boda a lo ‘Las mil y una noches’. “El vestido lo tuve claro desde que vi una foto hace muchos años. Creo que iba mucho con mi estilo. Me lo hizo una modista que tenemos mi madre, mi hermana y yo. No hace falta un gran diseñador para tener el mejor vestido”, señala.
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Previamente, nuestra protagonista no se probó ningún vestido, pero con esa imagen que guardaba, desde hacía mucho tiempo, fue perfilando sobre la marcha, con su modista de confianza, cada uno de los detalles. Una vez terminado el vestido, de tirantes, con detalles florales y pronunciado escote, añadió una pieza repleta de significado. “soy una persona muy deportista, he subido el Montblanc (con mi marido), el Cervino, he hecho algún viaje de esquí de aventura y en todos ellos me ha acompañado siempre una cinta azul de la Virgen del Pilar ,que me regaló mi madre antes de irme al primero. Siempre me ha acompañado en los momentos más importantes y arriesgados y no podía faltar ese día, así que la modista me la cosió por dentro de la cintura del vestido”, recuerda. Este era su deseado ‘algo azul’.
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Para completar su estilismo apostó por unos zapatos de su tierra, Zaragoza: “los compré en una tienda que se llama Trocadero y fue un flechazo al pasar por el escaparate, casi sobre la marcha”. A ello sumó unas joyas con simbolismo, cada una de ellas con un papel especial en su gran día. “Los pendientes eran de mi madre, los lleva en el día a día, pero tienen mucho valor. No quería nada que fuera grande o colgara ya que el vestido ya llevaba mucho. También me puse una pulsera muy antigua, que fue un regalo de mi abuelo a mi abuela el primer día que la vio por la calle, aún sin conocerse, con la fecha de ese mismo día. Una historia de amor que todo el mundo querría y una forma de tenerla presente (era mi “algo prestado”). Un anillo que me regaló una amiga el día de antes (mi “algo nuevo”), y mi anillo de pedida con una esmeralda y diamantes negros, que diseño mi marido para pedirme matrimonio”, nos cuenta.
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Ramo a juego
¿Cuál sería entonces el complemento con más protagonismo? A juzgar por las imágenes, el ramo captaría todas las miradas y así lo hizo en su esperado 1 de octubre. “Tenía claro que quería rosas y lo quería salvaje o rústico, con tallo largo y que pareciera que lo había cogido sobre la marcha, ya que Marrakech es la ciudad de las rosas. La duda era el tamaño de estas, rosas bebé francesas o rosas más grandes. Finalmente opté por las rosas bebé francesas, ya que coordinaba más con la corona”, apunta.
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Y fue precisamente esa corona floral la encargada de articular todo su look de belleza, desenfadado, actual y muy silvestre. “Me peinaron y maquillaron en el Hotel La Mamounia, donde me alojé antes de la boda. Quería todo muy relajado y muy yo”, recuerda. Tan solo 20 minutos antes de salir a la iglesia fue cuando descubrió cómo serían su ramo y corona a juego. “¡Tenía muchísimas dudas y volví loca a la de la floristería (Yassab Floral)! Pero todo era con fotos que me gustaban o con ideas que se me ocurrían. Esperé que hubiera captado mi idea y la dejé trabajar. ¡Con la suerte de recibir el ramo y la corona mientras me estaban peinando y que me encantaran!”, concluye.
Y es que ahí reside la magia de una boda bien diseñada, en confiar, en estar relajados al saber que verdaderamente se cuenta con unos proveedores que entienden la idea planteada y que harán, de ese esperado día, una jornada inolvidable. Ana y Carlos ya lo han experimentado y, sin duda, han marcado un antes y un después no solo en sus vidas, sino en las de todos los que los quieren.