Para buena parte de las generaciones millennial y Z, la película Mamma Mia! (2008) no solo fue una cinta de récord, también un fenómeno que cambió para siempre la forma en la que mirábamos las bodas. El look de novia de Sophie (Amanda Seyfried en la ficción) dejó huella en la moda nupcial y su alargada sombra se ha extendido hasta nuestros días, cuando los vestidos con volantes, los ramos de aspecto silvestre, las flores en el pelo y los tejidos vaporosos causan sensación en la red. De forma no inintencionada y con ese mismo espíritu silvestre, María, una de las recién casadas con más estilo, dio el 'sí, quiero' en Ibiza con una celebración y un estilismo que nos han enamorado por recordarnos, incuestionablemente, a ese musical que marcó un antes y un después en nuestras vidas.
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Un lugar con un vínculo especial
Al igual que la hija de Donna en la aclamada cinta de Phyllida Lloyd, María solo encontraba ventajas a festejar su gran día en una isla del Mediterráneo. Ibiza es ese lugar que le recuerda a su mejor infancia, a esos veranos eternos, al que siempre quiere volver. Se casaron el pasado 3 de septiembre en la iglesia de Puig de Missa en Santa Eulalia y lo celebraron en finca Las Cicadas. “Para ambos, la isla tiene un gran valor sentimental. Mi abuelo, que falleció por Covid el año pasado, nos invitaba cuando éramos pequeños a los diez nietos todos los veranos a pasar una semana en su barco. Para nosotros era la semana más especial del año. Por otro lado, es el sitio en el que Borja (el novio) lleva veraneando con su familia durante muchos años, en el hotel de unos amigos íntimos de sus padres”, nos cuenta ella misma.
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Un vestido para recordar
A esa primera y emocionante decisión sumó otra importante búsqueda: la de su vestido de novia. “Llevaba desde hace un tiempo guardándome vestidos que me gustaban. No precisamente vestidos de novia, si no vestidos de fiesta, de diseñadores que me inspiraban. Dior y Elie Saab siempre han sido los que he tenido de referencia por excelencia”, explica. A ello sumó lo que consideraba sus claves indispensables, que pasaban por dar con un diseño con el que presumir de hombros, que estuviera realizado con tejidos vaporosos y etéreos y que no fuese pomposo, sino sencillo. Visitó diferentes ateliers, porque quería una propuesta a medida, y fue María Gadea quien captó a la perfección lo que nuestra protagonista estaba buscando.
El resultado fue un look romántico, con escote Bardot y volantes, que recordaba bastante a aquel que se vio en Mamma Mia!. “Compuso la falda de unas 15 capas de bambula de seda, las cuales se superponían unas a otras en diferentes direcciones y alturas, tanto por delante como por detrás, que nos daba el efecto que tanto estábamos buscando de vaporosidad y ligereza. Siempre trabajando las uniones de esas capas con cariño y precisión, para que no se vieran apenas costuras. Consiguió resaltar mis hombros y apostó por un sutil escote en la espalda”, señala. La diseñadora convenció y dio en el clavo con una propuesta que fue “una obra de arte”, en palabras de la propia novia. “Lo diré siempre: jamás pensé que fuera a quedar tan extraordinariamente bien. Consiguió perfeccionar todas esas ideas que yo tenía en mente y todos esos vestidos que llevaba mirando de referencia durante meses y meses. Fue un verdadero éxito… repetiría con ella un millón de veces más”, reconoce.
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Complementos familiares
De la maravillosa experiencia, María solo guarda recuerdos imborrables con su familia: “el proceso de hacerme el vestido es de lo que más he disfrutado de todo el proceso de la boda. A cada prueba iba con mi madre y mi abuela y se añadía ese factor extra de pasar un tiempo las tres juntas, que es por lo que descarté comprarme un vestido ya hecho”. Y a esas visitas se sumó el hecho de dar con los complementos, porque todo estilismo nupcial no está completo sin los accesorios adecuados. No faltaron piezas con un gran valor emocional para nuestra protagonista.
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“El velo lo eligió mi abuela en el taller de María. También en bambula de seda bordada. En cuanto me lo enseñó entre el mostrador de telas de María, nos enamoramos de él. Desde entonces lo hemos bautizado como el ‘velo Pepa’, que es el nombre de mi abuela”, apunta. También lució el Solitaire 1895 de Cartier (regalo de los padres de su entonces novio), unos pendientes de su tía abuela montados exclusivamente para la ocasión y la pulsera que su abuelo regaló a su abuela en la pedida. “En la última prueba de vestido que tuve con María Gadea, mi abuela me la trajo por sorpresa para que me la probara con el vestido. Yo no tenía ni idea de que me la iba a dejar. De hecho, es una pulsera que no me lo había enseñado nunca por lo que la sorpresa fue aún mayor”, recuerda.
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Ramo de inspiración bohemia
El punto más rompedor en materia de complementos fue un ramo fresco y original, que mezclaba, tal y como la novia deseaba, flores frescas y preservadas, una rara avis que marcó un punto de personalidad y que se terminó en el mismo día junto a la novia. “La flor que se utilizó fue el anthurium blanco, que se dice que representa la pureza, la paz, la armonía y la inocencia y se combinó con ruscus blanco y lunaria. Me gustaba la idea que mi ramo tuviera significado de armonía y paz, creo que hay que trabajar en ello en el día a día para ser feliz y que son fundamentales para el matrimonio. Artnatur vino por la mañana pronto a la habitación con una muestra y junto con ellas terminé de diseñar mi ramo”.
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Las flores en blanco también estuvieron presentes en su peinado, una trenza (realizada por Lidia de Castro) con un tocado tendencia, obra de Marta Pernas, de Sombreros Solideo. “De pequeña tenía el pelo muy rubio y super rizado. A mi madre le encantaba ponerme en todos los eventos familiares margaritas de tela entre los rizos. Me llenaba el pelo curly de margaritas blancas. He tenido siempre clarísimo que el día de mi boda tenía que llevar flores blancas del estilo de las margaritas en el pelo. No me pude quedar más contenta con el resultado”, matiza. En línea con este look de belleza natural, le confió a su amiga, Casilda Ramos, el maquillaje de su gran día: “a pesar de que sabíamos que podría ser complicado, ya que, al tener tanta confianza y al ser un día en el que se viven muchas emociones, podría haber habido algún momento de tensión. No obstante, estuvimos las dos muy tranquilas en todo momento y me maquilló de maravilla. Nos reímos y disfrutamos juntas. Lo repetiría un millón de veces más”.
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Organizar en la distancia
Con el look completo, comenzaba un día para el recuerdo que los novios organizaron a distancia y con la ayuda de una wedding planner. Dado que María y Borja residen en Madrid, confiaron en Laura Planells, de la empresa Be Dream y además se repartieron las tareas. “No sólo nos ayudó con la búsqueda de proveedores en la isla que, además en esas fechas estaban súpercomplicados de disponibilidad, si no que fue fundamental para que todo saliese perfecto ese día. Teníamos muchas sorpresas durante la boda que supo planificar y coordinar a la perfección. Nos dedicamos a la arquitectura y construcción, por lo que yo me lo tomé como si fuera un proyecto más. Estoy constantemente metida en Pinterest mirando referencias para mis proyectos y para mí fue una herramienta fundamental. Me hacía mindmaps de ideas e inspiración para todo. Para los centros de mesa, la decoración de la iglesia, los prendidos de los testigos, el ramo de novia e incluso para las estaciones de comida del catering”, indica. Y estas inspiraciones se las hacían llegar a sus proveedores.
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Fue así como consiguieron una decoración armónica, en línea con lo que la pareja quería transmitir. Apostaron por las velas y el eucalipto para decorar la amplia iglesia, tanto en el altar como en el pasillo nupcial. “Tuvimos una visita con Bea, de Artnatur, para ver la finca donde íbamos a celebrar la boda. Queríamos que fuera en el campo, rodeados de olivos, es por ello que deseábamos una decoración muy sencilla, pero a la vez muy bonita y muy de la isla de Ibiza”, apunta María. Compusieron así un seating plan con sabor a verano, en el que mezclaron naranjas ibicencas, olivo y: “cajones de madera payeses y botellas antiguas de vino ibicencas. Queríamos que todo representara lo autóctono de la isla”. Sobre la mesa, los mismos tonos, en forma de limones, ramas de olivo y velas para montajes imperiales y también diseños redondos “colocados al tresbolillo”.
De aquellos meditados escenarios salieron momentos que María y Borja no borran de su memoria, ni quieren ni pueden. Porque lo verdaderamente valioso no eran todos estos detalles, sino la experiencia de celebrar el amor rodeados de sus seres queridos. Por eso, nuestra protagonista concluye con un mensaje que ya hemos escuchado en otras ocasiones, pero que es el mejor de los consejos: “es un día que pasa demasiado rápido. No merece la pena discutir por nada”. Porque siempre en el espíritu de los novios reside la verdadera magia.