Buscar la firma o diseñador perfecta para una novia es cuestión de tiempo. Para algunas novias, como Marina, su decisión no llegó hasta haber visitado nueve ateliers diferentes. Sin embargo, en el caso de Marta, una recién casada que ha conquistado a los expertos por su minimalismo, bastó con una única visita para saber que estaba en el lugar correcto. “Solo fui a una diseñadora, Claudia Llagostera. Me encantaba su estilo y me encajaba mucho con el mío. Fui a verla con mi hermana Leti y al salir de ahí ya sabía que iba a ser ella. Me mandó dos diseños y uno de ellos era exactamente lo que tenía en la cabeza”, nos cuenta. La reconocida creadora entendió a la perfección su idea de sencillez, bohemia y look desenfadado y campestre. “No vi a nadie más. No sé si fue un error no buscar opciones B pero la verdad es que en ese momento me sentí muy segura y no me arrepiento”, confiesa.
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Look atemporal
En su gran día, el pasado 30 de octubre, su vestido de novia, con manga larga, tejido fluido, botonadura central, silueta A y escotes de pico delantero y trasero dejaba ver su belleza natural, sin artificios. “Creo que a la hora de elegir un vestido de novia lo importante es sentirse cómoda, no querer sorprender, llevar algo que pegue con nuestro estilo y con lo que llevamos en nuestro día a día. No hace falta disfrazarse, seguramente se vaya mucho más cómoda con un vestido de nuestro estilo y eso, al final, nos hace estar más favorecidas”, nos cuenta. Esta es precisamente la fórmula que le funcionó a ella para construir un look atemporal al completo.
Al diseño sencillo le añadió un velo de la misma diseñadora y unos pendientes largos de Coolook. “Las zapatos me los regaló mi amiga Nuri y eran color buganvilla de Flor de Asoka. No podían ser más cómodos, aguanté hasta la última hora del baile con ellos, y eso que no paré de saltar. Me apetecía mucho meter un toque de color al vestido y lo hice en los zapatos”, apunta Marta.
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El campo en un ramo
Siguiendo la misma línea de naturalidad y el frescura que regía su estilismo, nuestra protagonista apostó por un ramo silvestre, como recién recogido del campo. “Lo hizo mi amiga Mer y estaba compuesto de margaritas pequeñas blancas y eucalipto. Cómo no, llevaba un lazo azul de terciopelo por la buena suerte (soy muy supersticiosa) y colgando una medallita de San Fermín, regalo de cumpleaños de mi hermana para que me sintiese cerca de Pamplona en ese día”, señala.
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La guinda del look la puso un look de belleza clásico, elegante y luminoso. Marta reconoce no estar acostumbrada a maquillarse, por eso no se imaginaba con capas y capas de producto. Confió en el trabajo de Fini Rico y acertó: “no pude elegir mejor. Siempre voy con moño, bajo o alto, así que para la boda decidí entrar en la Iglesia con moño bajo estilo bailarina y soltarme luego el pelo al entrar al banquete. Con el maquillaje hice lo mismo: sombra marrón, como siempre llevo y labios color tierra. Antes de hacerme el moño, Fini me hizo ondas al agua para que al soltármelo lo tuviese ondulado”.
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De Navarra a Madrid
El estilismo fue uno de los aciertos que tuvo su boda, no el único. Después de algunos cambios de última hora, su enlace fue una fiesta llena de disfrute y amor incondicional, que se celebró en el Mentidero de la Villa. “La idea era casarnos en Pamplona pero debido a la pandemia y a que las restricciones eran mucho más estrictas en Navarra, tuvimos que cambiar el lugar de la boda a Madrid dos meses antes (suerte que el 30 de octubre era la única fecha que estaba disponible en la localización). Nos hubiésemos casado antes porque nos prometimos el 22 de agosto del 2020 pero quisimos esperar lo máximo posible pensando que el virus ya no existiría para entonces”, recuerda.
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11 años de amor y un flechazo de película fueron el pretexto para que en el 30 cumpleaños de Marta, su ya marido, Javi, le pidiera matrimonio. “Me dio el mejor regalo de mi vida”, relata emocionada. Fue entonces cuando Marta se puso manos a la obra con la organización de su enlace. Se convirtió en su propia wedding planner y descubrió que la experiencia le apasionaba de verdad: “tengo una agencia de eventos desde hace siete años en Madrid, Kubalu Events. Realizamos eventos corporativos, pero, al final, la organización de una boda es muy similar. Conté con los proveedores con los que llevo trabajando todos estos años, lo que me permitió avanzar muy rápido y estar tranquila por la confianza que tengo en ellos. Gracias a la organización de mi boda, he creado Paniculata Bodas by Kubalu Events, una empresa especializada en la organización de bodas para poder ayudar a otras novias en este proceso”.
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Decoración floral
El resultado fue personal, alegre y discreto al mismo tiempo. Para decorar los espacios, Marta se centró en las flores, buscando siempre un efecto campestre y desenfadado con colores otoñales. “Una de mis mejores amigas, Mer, justo acababa de dejar su trabajo en una conocida multinacional por iniciar su negocio de flores y decoración de flores para eventos. No lo pensé y ella fue mi florista en todo el proceso. Al cambiar la boda a Madrid y reservar en el Mentidero de la Villa, nos dimos cuenta de que el espacio en si ya era precioso y no necesitaba mucho más”, explica. Por eso apostaron por flores en las mesas, un córner decorativo con fotos de los invitados y un seating plan centrado en la música. “Cada mesa tenía el nombre de una canción que nos recordaba a los que la ocupaban”, dice.
Durante su gran día también hubo espacio para sorpresas de todo tipo. “Como anécdota (no tan divertida), una de mis amigas, Carlota, me abrazó tan fuerte al terminar el cóctel que me tiró media copa de vino tinto en el vestido. Menos mal que calló por detrás y que lo intentamos quitar con vino blanco y el color se suavizó. Además, Carlota y su novio Sote eran los que de regalo de bodas, habían puesto todo el vino ese día porque tienen una bodega en Zamora, Bodega Sotero Pintado. Creo que por eso y sólo por eso le perdoné”, apunta entre risas.
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A pesar de ese divertido contratiempo, Marta y Javi reconocen que su gran día les dejó un maravilloso recuerdo. “Supongo que todo el mundo dirá lo mismo de su boda, pero de verdad que la emoción se podía palpar. Creo que me quedo con en el momento en que abracé a Javi al llegar al altar y con la entrada en el comedor de la finca”, apunta Marta. Porque para un día tan emotivo pocas veces se pueden encontrar las palabras, mejor que hable el corazón: “al entrar en el comedor y ver a toda la gente a la que queremos saltando con los pañuelos rojos, tuvimos una sensación que no se nos va a olvidar en la vida”. Esa sensación tan especial solo se encuentra en una boda; todos y cada uno de los asistentes rebosantes de felicidad.