Diana Spencer vuelve a acaparar titulares… Como Princesa, como una de las mujeres más fascinantes del siglo XX, como madre de los príncipes Guillermo y Harry y como protagonista de una historia enraizada enla leyenda y en la tragedia.
El próximo 1 de julio celebraría 60 años y el 29 del mismo mes también se cumplen cuarenta desde su boda con Carlos de Inglaterra. Diana, enamorada de un príncipe azul, bajándose de su carroza de cristal… Y, Carlos, futuro rey de Inglaterra, esperándola en el altar de la Catedral de San Pablo.
El gran homenaje que le preparan sus hijos, Guillermo y Harry, nos ofrece la oportunidad de volver contemplar su épico vestido novia, que será expuesto a partir de este 3 de junio en el invernadero del palacio de Kensington; y, también, derescatar su memoria explorando en cómo vivió las horas previas a su boda. ¿Qué sucedió realmente detrás de escena? Tras el velo real, está la historia menos conocida.
Las horas previas a la gran boda
Los recuerdos de India Hicks, ahijada del príncipe Carlos y una de las damas de honor en la boda de Charles y Diana; las declaraciones de David y Elisabeth Emanuel, los modistos que firmaron el diseño de su vestido de novia y la ayudaron a vestirse para el gran día; y los detalles que los medios ingleses han ido revelando en estas décadas, nos permiten reconstruir el relato de lo que vivió aquellas horas previas, en Clarence House. La residencia de la Reina Madre, Lady Elizabeth Bowes Lyon, (ahora del príncipe Carlos y la duquesa de Cornualles) que alternaba con Buckingham, pero que pasó a la historia por ser el lugar donde pasó la última noche y se puso su traje de novia.
Dando vueltas en una bicicleta: ‘Mañana me casaré con el Príncipe de Gales’
Horas en las que contó con el apoyo de su hermana Jane, pero en las que también abrazó la soledad y el miedo, sintiéndose como “un cordero a punto de ser degollado” en las vísperas de su boda. Así, y mientras los fuegos artificiales iluminaban Hyde Park, en un espectáculo sin precedentes, Diana deambulaba por los pasillos buscando compañía.
La encontró en Willian Tallon, uno de los pajes de la reina madre. Así lo contó Tina Brown en The Diana Chronicles. “Le serví un zumo de naranja. Entonces vio una bicicleta apoyada contra una pared, se subió a ella y comenzó a dar vueltas y vueltas, tocando el timbre y cantando: “Mañana me casaré con el Príncipe de Gales (ring, ring). ¡Mañana me casaré con el Príncipe de Gales! (ring, ring)”.
Con vaqueros y tiara frente al televisor
Lo primero que se puso en la mañana de su boda fue la tiara dando instrucciones precisas a su peluquero, Kevin Shanley para que ningún producto del pelo tocara las piedras. Tenía a su disposición el cofre de la Reina, pero eligió la diadema familiar de los Spencer (XVIII). Una pieza de oro y plata cuajada de diamantes con uno central, envuelto en un corazón.
Llevaba unos vaqueros viejos, una bata y estaba sentada frente al televisor al lado del tocador. Le divertía verse a sí misma en la pantalla y alejó a todos los que se interponían en el camino. Al mismo tiempo, a través de la ventana de la habitación podía escuchar a las multitudes cantando. “Esto es mucho alboroto para una chica que se casa”, decía.
Cantando la melodía de un anuncio de helados
Estaba de muy buen humor, nada nerviosa, al menos en apariencia, y se encargó de tranquilizar a todos con bromas y risas. Así lo recordaba su dama, India Hicks, en un libro de Rosalind Coward sobre la Princesa. “Diana tenía un vestidor gigante y había un ajetreo de gente yendo y viniendo enorme… Mientras la maquillaba Barbara Daly, Diana empezó a cantar Just One Cornetto, la melodía con la letra cambiada de O Sole Mio, que acaba de escuchar durante el anuncio de un helado en televisión. Pronto nos unimos todos. ‘Solo un Cornneeeettttoooo’”…
Y, después, llegó el momento de ponerse el traje. De ello hablaron casi tres décadas después los diseñadores, en Daily Mail, y en su libro, Un vestido para Diana.
El pánico a que perdiera la enagua camino del altar
David y Elizabeth Emanuel solo podían pensar en lo que podía salir mal. Tanto es así, que duplicaron su armario nupcial con un segundo vestido, un segundo par de zapatos, una sobre falda extra… Nada era suficiente. A esto se unía el miedo que tenían a qué, de camino al altar, perdiera la cola o las enaguas almidonadas que se realizaron a modo de miriñaque con 90 metros de tul para dar más volumen a la falda. Algo que pudo suceder como desvelarían después y que los llevó a un momento de pánico (novia incluida).
Primero, Diana se puso la enagua, luego los zapatos y finalmente el traje … Estaba ya estaba completamente vestida cuando surgió la gran duda. “Diana, ¿revisaste el gancho de tu enagua?” pero no estaba segura. No recordaba si había abrochado los corchetes de seguridad y tuvieron que revisar todo de nuevo.
“Tuve que sumergirme debajo de toda aquella tela (90 metros de tul)… para arreglarlo, y cuando volví a la superficie escuché: ‘David, ¿conoces a la Reina Madre?’”. Lady Elizabeth Bowes Lyon había acudido a ver a la novia, antes de trasladarse a la catedral de San Pablo y se encontró con la escena.
Un vestido cosido a su cuerpo: de una cintura de 68 centímetros a una de 59
El culmen de sus fantasías de princesa era su vestido. Una oda al volumen para el que dio instrucciones a los diseñadores. El resultado: un traje realizado con 25 metros de tafetán de seda brillante, bordado con 10.000 lentejuelas de nácar de tres milímetros y perlas, y una cola de casi ocho metros.
Al igual que los diseñadores, quería que la gente lo recordara y que llorara. Parecer “una mariposa saliendo de su crisálida, desplegando sus alas y a punto de volar”, aunque tuvieron que cosérselo a su cuerpo para adaptarlo a la silueta menguante de Diana.
Habían hecho cinco corpiños y cambiado los patrones constantemente, pero no había servido de nada. Diana sufría bulimia y había perdido tanto peso que pasó de tener una cintura de 68 centímetros a una de 59. “Me había reducido a nada de febrero a julio”, decía la princesa
Las lágrimas de Diana a la espera de su carroza de cristal
El toque final fueron los pendientes de diamantes de su madre, Frances Shand Kydd, y el ramo nupcial. Y, después, todo quedó en silencio. Eran las 10.35 de la mañana y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras esperaba en el patio la llegada de su padre en la carroza de cristal.
Finalmente, solo hubo dos fallos: manchó el traje con su perfume, Quelques Fleurs -tuvo que cubrir la mancha durante horas con su ramo y con la mano; y, a su llegada a la catedral, el vestido que casi no cabía en la carroza y tuvo que ser doblado como una sábana, estaba tremendamente arrugado. También lo habían ensayado, pero se habían olvidado de que no iría sola.
“Había una vez una princesa que nunca vivió un cuento de hadas...”, solía decir la princesa.