Cada vez es más frecuente que las novias tengan claro lo que buscan para su gran día. A veces no imaginan el vestido al completo, pero sí algunos detalles. "Para mí lo más importante era sentirme yo misma, encontrar un vestido de novia que representase mi estilo, con el que sentirme cómoda y que la gente dijese: ¡le pega todo! En un principio no tenía claro el resultado final, pero sí que quería llevar cola, y que esa cola desapareciese para no tener que estar cargando con ella todo el día. La comodidad era mi principal objetivo". La que habla es María Ángeles. Bueno, Marián. La santanderina nos aclara que por su nombre completo solo la llaman en su familia cuando están enfadados. ¿Y la autora del vestido? La diseñadora Isabel Núñez. "Los vestidos de Isabel me parecían espectaculares. La seguía en redes sociales y había un par de diseños suyos que me tenían totalmente enamorada. Cuando fui a verla a su taller, le expliqué cuál era mi idea y lo captó de inmediato".
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En imágenes, la romántica boda de Marián y Jesús en Santander
En su segunda visita al atelier, Isabel le mostró tres bocetos, uno de los cuales se iba a convertir en su vestido soñado. Un diseño 3 en 1 que, cuando se publicaron las primeras imágenes en redes sociales, convencieron a expertas y enamoradas del mundo nupcial. Se trataba de un modelo con cierta complejidad. Marián nos explica que estaba formado por tres capas distintas. "La primera era una base sencilla de crepe, de tirante ancho, cuello en pico y escote en la espalda, con una caída recta y abertura en la parte de atrás. Sobre esta base iba el vestido principal, de manga larga, cuello cerrado, corte recto y con toda la espalda llena de botones. La tela de este vestido era increíble, era un tul bordado con pequeñas hojas. La transparencia de la tela hacía que las hojitas se proyectasen en algunas zonas sobre fondo blanco (el vestido base), y en otras zonas sobre mi piel". Sobre esta segunda capa la novia lució un chaleco con grandes hombreras, entallado en la cintura por un fajín, con una cola de un par de metros y detalles y aberturas en la espalda que permitían ver el vestido que había debajo. Un trabajo lleno de artesanía.
En una época en la que cada vez más novias apuestan por lucir al menos dos vestidos en su gran día, Marián se sumó a la tendencia de los vestidos que evolucionan a lo largo de la celebración. "Después de la ceremonia y el cóctel, me solté el pelo, me puse una preciosa tiara de circonita de la marca A.B.Ellie, y me quité el chaleco. Era el momento de disfrutar, ¡así que me puse lo más cómoda posible!", explica. Y es que, como le comentó a Isabel en su primera visita al atelier, ir cómoda era uno de sus principales objetivos para el gran día. El otro, ser ella misma. Y aunque asegura que le encanta la moda y seguir las tendencias, a la hora de elegir su look nupcial se decantó por un diseño con un cierto aire clásico. "Aunque me hubiese alucinado llevar un vestido ultramoderno, tenía claro que quería algo que al verlo dentro de 10 años no me arrepintiese. Por eso opte por un diseño que, a mi parecer, era original, pero con un toque clásico que lo hacía atemporal".
De un cierto aire clásico fueron también los accesorios con los que Marián culminó su estilismo. Aunque el blanco fue sin duda el color predominante en su gran día, la santanderina optó por elegir unos zapatos champagne para romper un poco con el clásico total look. El resto de notas de color las pusieron un anillo con un zafiro que le regaló su hermana unas semanas antes de la boda, y su ramo. Un bouquet con los colores del otoño, confeccionado por José Pérez floristas, que tenía eucalipto, brezo y cardo azul. Elecciones con las que, sin pretenderlo, cumplió con la tradición de llevar algo azul. El "algo prestado" fue un bonito broche con el que sujetó el velo. "Ahora es de mi madre, pero que fue de mi abuela. No tenía claro ni donde, ni como me pondría ese broche, pero desde el primer momento sabía que ese día tenía que llevar a mi abuela conmigo".
Una boda de otoño en Santander
Pero esta historia empezó mucho antes. Marián y Jesús son uno de los ejemplos más claros de que los opuestos también funcionan. Ella es del norte, él del sur, de Antequera; ella es arquitecta, él estudió económicas. Se conocieron cuando ambos estudiaban en Madrid, eran solo unos niños y un destino juguetón los unía y los separaba de vez en cuando. "En un viaje de verano por la costa oeste de Estados Unidos fuimos a dar un paseo en bici por la Bahía de San Francisco con destino Sausalito. Una vez pasado el famoso puente Golden Gate, decidimos parar y tomar un descanso. Aparecimos en una pequeña playa, allí nos sentamos en un tronco de madera varado frente a la ciudad de San Francisco y… ¡Sí! no dudé en decirle que sí quería casarme con él".
Después llegaron los primeros preparativos, y las primeras concesiones. La boda se celebraría en Santander, en la Parroquia del Santísimo Cristo, la misma iglesia en la que se casaron los padres de ella, y sería partícipe del sacramento el mismo sacerdote que, 35 años antes, había bendecido a sus padres. ¿La celebración? En la Huerta de Cubas, un bonito invernadero situado en un pequeño pueblo cántabro a solo 20 minutos de Santander, en el que degustaron los maravillosos platos del catering El Cenador de Amos. Además, para que todo saliera como ellos habían planeado, contaron con la ayuda de Vanessa Abascal y todo su equipo.
Pero en todas las bodas hay imprevistos. O mejor, anécdotas. "Me pasé 365 días mirando el tiempo que haría el día de mi boda, envié a todas mis amigas a llevar huevos a las Clarisas para que rezasen porque ese día no lloviese… y el día de mi boda llovió más de lo que he visto llover nunca. Si puedo dar un consejo a las novias preocupadas por el tiempo en su día, decirles que tengan un plan B por si acaso y que, una vez eso esté asegurado, se olviden. El día de mi boda me desperté tan feliz, que ni miré por la ventana. En realidad, pensé: van a quedar unas fotos preciosas".