Son lugares únicos forjados en hierro y cristal, espacios en los que te sientes conectado a un entorno natural estando totalmente a cubierto. Casarse en un invernadero es una experiencia única por la que apuestan cada vez más parejas que buscan sorprender a sus invitados en un enclave diferente. A lo largo y ancho del territorio nacional, podemos descubrir la magia que se esconde tras estas casetas que cuentan a través de sus paredes acristaladas su propia historia. Tradicionalmente, estaban destinadas al cultivo; ahora, son el objeto de deseo de las novias que huyen de lo convencional.
Beatriz Gómez siempre quiso una boda al aire libre, rodeada de naturaleza y gracias a la Huerta de Cubas pudo hacer realidad su sueño. Lo suyo con esta idílica finca fue un auténtico flechazo. Aunque es un terreno que dispone de distintos espacios, su invernadero fue, sin duda, el lugar más especial para ella. Se trata de un espectacular salón de 600 m2 totalmente diáfano que se puede distribuir según las necesidades de la pareja. "Está muy escondido, en calma. Es una finca en mitad de un bosque. Incluso, puedes hacer la ceremonia entre los árboles", nos cuenta. "Sorprendió mucho a los invitados. Lo que yo tenía claro es que quería un lugar en el que nadie hubiera estado antes y eso se cumplió al 100%. Todo el mundo me dijo que era un sitio muy bonito y original".
Este tipo de emplazamientos tienen la ventaja de poder crear todo tipo de ambientes y estilos muy distintos: vintage, industrial, colonial, rústico, minimalista... Sin embargo, uno de los hilos conductores de cada uno de ellos siempre es la decoración floral, tan solo es preciso adecuarla al espacio. "Para la organización me asesoró y ayudó el equipo de La Huerta de Cubas y el catering Oh Là Là, que cuenta con una mantelería preciosa. Las mesas las decoró el equipo de La Silvestre, utilizando caminos de plantas muy verdes, sin flores, para integrarlo en el ambiente. Lo bueno de este invernadero es que no necesitas apenas decoración", asegura Bea.
Estas estructuras rígidas permiten infinitas posibilidades y tiene dos grandes puntos a favor: la constante luz natural que se cuela entre las paredes y los techos de cristal, y la posibilidad de salir al exterior todas las veces que uno quiera. Es como celebrar una boda al aire libre con la seguridad de que el clima no será ningún problema. Por la noche, es recomendable hacer uso de una iluminación especial que puede potenciar, aún más, el entorno natural. Lo puedes comprobar en la boda de Martta y Víctor (en la imagen superior), que se casaron en un invernadero de propiedad familiar y confiaron en la empresa Artífice para llenarlo de magia al caer la noche.
La familia paterna de Martta se dedica al cultivo de flor desde 1832 y esta imponente finca tuvo que ser, por fuerza mayor, el emotivo telón de fondo del día más especial de su vida. Según revela la protagonista a Hola.com, "siempre lo tuve claro. Casarme allí fue mi manera de agredecérselo y honrar su oficio". Se llama L´Hivernacle Barceló y se sitúa en Begues, un municipio de la comarca del Bajo de Llobregat, a 30 minutos de Barcelona, donde se trasladaron tras casarse en la Iglesia Santa María Reina de Pedralbes. Tal y como nos cuenta, a raíz del éxito de esta boda, la gente comenzó a preguntar por el espacio y empezaron a realizar un número pequeño de eventos al año de estas características, siempre manteniendo el encanto de la finca, que es el cultivo de la flor.
Este invernadero de cristal, único en Cataluña dedicado al cultivo de flores como peonias, lilas o mouguet, hizo posible que, tanto pareja como invitados, vivieran una experiencia espectacular. "Sin duda, fue el mejor día de nuestras vidas. La noche antes estuvimos hasta tarde preparando todos los detalles con la familia y fue un fin de semana mágico". Y es que, prescindieron de wedding planner y ultimaron todos los preparativos con sus propias manos. Para el mobiliario y el menaje confiaron en la empresa Crimons, y todas las flores que se utilizaron en la decoración salió del cultivo familiar (Flors Barceló), dándoles forma entre Martta y su madre.
Los centros de mesa estaban compuestos por ramas de roble con hortensia, petunia y rosa inglesa, y en el sitting se recreó un taller floral con el nombre de una flor de cultivo familiar en cada mesa. La sorpresa vino de la mano de un detalle tan auténtico que se mimetizó sin esfuerzo en el decorado. "En la entrada de la finca, situamos un rebaño de ovejas. El pastor suele pasear por los alrededores y para él fue un privilegio que contáramos con su presencia en nuestro día", apunta. Por último, para la fiesta pusieron un original photocall que sorpendió a todos, compuesto por máscaras de animales y una antigua carreta catalana con las que las mujeres iban al campo hace décadas. El vestido de la novia fue un juego de texturas donde las flores se alzaron, de nuevo, como hilo conductor. Se trataba de una pieza de encaje, escote recto y cuerpo semitransparente confeccionado por Yolanda y Cristina, de Yolancris.