Estamos en el Londres de la era victoriana. A una mujer fallecida le han implantado el cerebro de su propio feto con la esperanza de revivirla. A partir de este momento, nos referiremos a ella como Bella Baxter. Es el complicado personaje que promete ganarle a Emma Stone su segunda estatuilla en los Oscar, aunque la actriz no es la única que tiene todas las papeletas para llevarse un galardón a casa esa noche. La diseñadora de vestuario de Pobres criaturas, Holly Waddington, es una especialista en dramas de época y había trabajado anteriormente con el director, Yorgos Lanthimos, en La Favorita, filme que también protagoniza Stone. El reto, sin embargo, fue mucho mayor esta vez.
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Pobres criaturas no es la típica película de época
Hablamos de 22 semanas de diseño y producción de unos looks que ayudan a sumergir al espectador en el universo personal de la protagonista, que, a pesar de tener el cuerpo de una mujer adulta, piensa y actúa como una niña. Somos testigos de su evolución a nivel emocional y estético, desde su descubrimiento sexual hasta su coqueteo con la filosofía, su incursión en un prematuro movimiento socialista o los inicios de una prometedora carrera como médica, siguiendo los pasos de Godwill (William Dafoe) quien ejerció de padre para ella tras haberle sustituido el cerebro por el de su bebé.
Sabemos que la trama en sí es confusa, pero no parece ser lo más extraño de la película. Nos rodean escenarios fantásticos a los que no debemos encontrar justificación alguna, ya que es como si mirásemos a través de los prismáticos de una niña, descubriendo un mundo nuevo por primera vez. Si bien Waddington tiene una larga trayectoria en el ámbito del vestuario de época, decidió dejar de lado la corsetería y los tocados imposibles. Pobres criaturas no es una cinta que nos exija rigurosidad histórica. A Bella no le aplican las reglas de la realidad sino las de la ficción.
Quién es Bella Baxter, el complejo personaje de Emma Stone
Bella sorprende al espectador por su larguísima cabellera azabache, poco propia del contexto histórico en el que creemos situarnos pasadas apenas unas escenas del filme. Tomando como referencia uno de los crudos retratos femeninos de Egon Schiele, se partió del pelo para configurar el resto del estilismo. A medida que crece, este se hace más largo y puede interpretarse como símbolo de liberación. La huella del expresionista austriaco estaría presente a su vez en el abrazo final de la protagonista con su padre, estampa que recrea otra conocida pintura.
En su vestuario, se distorsionan los clásicos códigos de finales del siglo XIX, intercalando tejidos brocados con otros más modernos, como el látex o el plástico, a la vez que se expanden todas las siluetas a su máxima expresión.
La manga gigot: ¿un símbolo feminista?
Sin duda, la verdadera estrella en cada look es la manga gigot, llamada en español pata de jamón o pata de cordero, aunque por cuestiones estéticas -que el francés en la moda dicta parámetros- nos quedaremos con la primera referencia. Estas mangas grandilocuentes que nacen a la altura del hombro, infladas como un globo, esconden un significado que nos puede llegar a parecer absolutamente actual: del mismo modo que la tendencia del tacón bajo es un indicador de crisis económica, la supremacía de las mangas XXL generalmente se da en momentos clave para las mujeres en la historia: los últimos años del siglo XIX, la época isabelina o la década de los 80.
En los vestidos de Bella, las gigot se expanden hasta el ridículo para transmitir una sensación de extravagancia, como si fuese una extensión del cuerpo de esta criatura extraña, casi alienígena. Así como la moda victoriana se reconoce por sus mangas hiperbólicas o sus faldas armadas, incorpora plumas, encaje, cuentas, hasta estolas de pelo, pero Waddington quiso dejar esto de lado. En su lugar, puso el foco en las texturas de los tejidos, sin sobrecargar las prendas por miedo a que se vieran demasiado adultas.
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Estas decisiones estéticas, sin embargo, vienen con un precio a pagar: el contraste entre las siluetas estructuradas y los materiales ultraligeros fue una pesadilla para el equipo de vestuario, que se repartía entre Reino Unido y Hungría. Waddington cuenta que el vestido de novia de Bella, de diseño similar al de una tarta de bodas, con delicados relieves sobre el tejido, le trajo muchos problemas.
Tenía que ser de lo más pomposo, aunque confeccionado con la menor densidad posible, de ahí que únicamente se utilizara una fina redecilla de sombrerería debajo de la organza. Por suerte, el resultado fascinó a la actriz, que estuvo implicada al 100% en la realización de sus looks desde la fase uno para coordinar los movimientos de su personaje con los cortes de la ropa que iba a llevar.
Los retos de hacer el vestuario
Dar con la paleta de colores deseada no fue menos complejo. El azul de ese primer vestido con el que Bella conoce el mundo exterior tiene una apariencia tóxica e intensa que no se consigue en bruto. De hecho, se hicieron hasta 20 pruebas diferentes para dar con la tonalidad correcta de azul, una que solo se obtiene tiñiendo el tejido muchas veces. Y la cosa no acaba allí porque, dado que Bella se lanza de un puente directamente al mar cuando luce este vestido, necesitaron tres versiones del mismo. Es mucho tejido, mucho dinero invertido, mucho tiempo.
Ya que, en su vida pasada, Bella, cuando respondía al nombre de Victoria, estaba casada con un general del ejército británico, Waddington concibió el vestido como una armadura, con sus pliegues a lo largo de las mangas.
Vestidos pensados para ser destruidos
Hablamos de creaciones tan complejas en su confección que no están diseñadas para que puedas quitártelas fácilmente. Son códigos de vestimenta sacados de tiempos en los que las mujeres no corrían, saltaban o siquiera realizaban cualquier actividad física fuera de casa. Por aquel entonces, pasar de la niñez a la adultez implicaba aceptar la rigidez del corsé y, con ella, una obligación de madurar... o lo que es lo mismo, cumplir con las expectativas que tu padre o tu marido han impuesto sobre ti. Esto es algo que Bella rechaza tajantemente a lo largo de la película, precisamente por tener una mente infantil. No entender las construcciones sociales le permitió, eventualmente, romper con ellas.
El vestuario de Bella se compone de románticas blusas de volantes en tonos nude -algunas con guiño directo en su forma al órgano femenino- a juego con voluminosas faldas sostenidas por crinolinas victorianas, de las que ella se deshace a lo largo de la película, como haría una niña de verdad.
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"Miré a mis propios hijos. (...) Cuando son muy pequeños, los niños tienen esta clase de voluntad innata de estar desnudos. Me gustaba la idea de que la señora Prim (Vicki Pepperdine) preparara a Bella por las mañanas con una falda y un corpiño elegantes, pero que a las diez de la mañana la falda ya no estuviera", explicó Waddington en exclusiva a la revista People.
La escena que mejor ilustra esta intención muestra a Bella en unas bragas amarillas de estilo años 30, explorando las calles de una fantástica Portugal decimonónica por su cuenta. Sería la peor pesadilla de un adulto, pero ella ni repara en la disonancia. Eso sí, las mangas gigot seguirán presentes en todo momento.
La inocencia interrumpida de Bella Baxter
Si bien la diseñadora de vestuario tiene a sus espaldas años de experiencia en confeccionar indumentaria de épocas pasadas, ha decidido tirar de los contrastes para consturir el personaje de Emma Stone, que está aprendiendo aún de la vida. "Es como una niña de cinco años vistiéndose con el armario de su madre. Realmente no tiene el conocimiento de cómo se aplica una falda a una chaqueta para que combinen", agregó a WWD.
Cuando conocemos a Bella, que apenas sabe decir alguna que otra palabra, va vestida con braguitas vintage, pololos, volantes, picardías, entre otras prendas propias de la infancia, pero a medida que desarrolla un pensamiento propio y descubre su sexualidad, la imagen pasa del blanco y negro al technicolor y encontramos más estructura en sus looks.
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Referencias a grandes diseñadores para amantes de la moda
La riqueza de las referencias que plagan los estilismos de Bella Baxter deleita a los ojos de cualquier experta en moda. Desde las más evidentes, como esa estética sesentera de la era espacial de André Courrèges (botines blancos con aberturas incluidos) o el surrealismo de las creaciones antropomórficas de Elsa Schiaparelli, hasta las más actuales: las crinolinas victorianas que luce Emma Stone son en realidad faldones acolchados que imitan a los maxiabrigos de plumas virales de Moncler.
En el mencionado vestido de novia, la inspiración es incluso más clara: Madame Vionnet, pionera del corte al bies en los años 30, inventó el vestido de fiesta Beehive combinando bordando unos relieves horizontales sobre un tejido de organza, dos elementos que Waddington replicó para dar la impresión de que Bella estaba en una jaula transparente, una analogía del matrimonio.
La evolución del personaje a través de los looks
Una vez que Bella entra al mundo de la medicina para seguir los pasos de su "padre", a la vez que comienza a militar en el todavía prematuro movimiento socialista, el vestuario refleja esa evolución tiñéndose de negro al completo. Para ir la universidad, se enfunda en una chaqueta de sastrería con la que pretende pasar desapercibida entre los hombres de su facultad.