Han pasado 73 años desde que Isabel II vivió uno de los momentos más cruciales de su vida. Y es que el 20 de noviembre de 1947 llegó a la abadía de Westminster lista para darle el 'sí quiero' al príncipe Felipe de Grecia delante de 2.000 invitados. Un despliegue para la -por aquel entonces- princesa que se convertiría en la próxima reina de Inglaterra. Puede que tengamos muy presentes los vestidos de novia que Kate Middleton o Meghan Markle escogieron en sus respectivas bodas, pero el diseño que lució la abuela de los príncipes Guillermo y Harry parecía también salido de un cuento de hadas. Además, su historia es de las más curiosas que podríamos encontrar si paseáramos por la exposición de looks de novia que pertenece a la Familia Real británica.
- Así vistió Isabel II en su coronación hace 67 años: estratégicos bordados y sandalias-joya
Con los elementos característicos de la moda de finales de los 40 como los hombros marcados, mangas ajustadas, escote corazón o la cintura de avispa, el vestido de Isabel II reunía no solo las tendencias de la época sino que se convirtió en una de las piezas más espectaculares de su diseñador: Norman Hartnell. La pieza del londinense, que llegó a considerar la cumbre de su carrera como modista al declararlo el más bonito que había creado, llevó varias semanas de trabajo y cientos de costureras por todos los detalles que aparecían sobre la tela. Para empezar, la seda fue un regalo de China y dio lugar a un diseño con velo de tul y cola de casi 5 metros de largo.
Pero lo más intrincado fueron los bordados, ya que todo tipo de detalles aparecían cosidos sobre el tejido. Incrustaciones tales como las 10.000 perlas tanto de Gran Bretaña así como importadas de Estados Unidos que se repartieron por el diseño así como en los zapatos. Ya que las hebillas de sus originales tacones, unas sandalias abiertas de satén, llevaban diminutas perlas incrustadas. Además de las esferas nacaradas, por el diseño de Isabel II que haría historia aparecían cristales y lentejuelas creando motivos como trigo o flores inspirados en Primavera, el famosísimo cuadro de Boticcelli. Y, a la vez, recogiendo el espíritu de renacimiento tan intenso tras el periodo bélico que habían atravesado.
Un presupuesto limitado
Y es que no podemos olvidar que tan solo dos años antes había terminado la Segunda Guerra Mundial, de ahí que, por mucho que fuera la boda royal del año, la economía británica no podía permitirse un gran desembolso en el vestido. Por esta razón la propia Isabel II recopiló cupones para poder pagar los materiales del diseño, un gesto con el que despertó la simpatía de las inglesas. Al enterarse de que se encontraba ahorrando para el modelo de su gran día, sus fans más fieles llegaron a mandarle sus propios cupones. Finalmente, viendo la cariñosa respuesta masiva, terminó por devolverlos cuando el gobierno decidió aumentarle el presupuesto.
El percance de la corona y un ramo perdido
Y si esta anécdota no fuera ya lo bastante peculiar, sus complementos escondían otras curiosidades. Una de las historias más populares de su gran día es que la tiara tuvo un pequeño percance antes de llegar a la abadía. La espectacular pieza con diamantes engarzados en oro y plata se rompió, así que un joyero tuvo que realizar una reparación exprés. Un apaño que, si bien volvió a permitir que el look nupcial estuviera completo, el espacio extra en uno de los extremos reveló que algo le había sucedido a la corona. También el ramo, formado por orquídeas blancas con una rama de mirto (en homenaje a la Reina Victoria) terminó desapareciendo.